Para empezar, habría que subrayar un dato importante: estamos ante un caso único. Carlos Mazón debe ser uno de los pocos cargos públicos de España que ha abandonado la primera fila de la política activa durante un periodo de diez años y que después ha regresado por la puerta grande. La operación tiene doble mérito, si se tiene en cuenta que hablamos de un ecosistema salvaje e implacable poco apto para las resurrecciones, de un mundo poblado por tipos que se aferran con uñas y dientes al sueldo oficial durante décadas y en el que las retiradas casi nunca tienen camino de vuelta.

El presidente de la Diputación de Alicante empezó joven en la política y puede presumir de un extenso currículum en las filas del zaplanismo; un concepto que ahora nos suena a término prehistórico, pero que durante años llenó de vidilla las secciones de política de todos los medios de comunicación de la Comunitat. Ocupó altos cargos en la Generalitat y cerró la primera parte de su carrera como vicepresidente de la Diputación de José Joaquín Ripoll. En aquellos tiempos convulsos, con un PP desbordado por los casos de corrupción, Mazón se aplicó a sí mismo el viejo dicho de «soldado que huye vale para otra guerra» y se pasó a la vida civil, iniciando una nueva etapa profesional como alto directivo de la Cámara de Comercio de Alicante.

Su sonado regreso al escenario político es el resultado de una combinación casi mágica de elementos. Por una parte, estaba la necesidad del PP de desprenderse del anterior presidente de la Diputación: un César Sánchez al que se le fue la mano en su papel de héroe de la resistencia contra el Botànic y que acabó transformando el ente provincial en un bunker aislado de la realidad. Simultáneamente, se produjo la renovación del partido a nivel nacional, con la llegada de Pablo Casado a la dirección y con la necesidad de incorporar a sus equipos a dirigentes jóvenes y poco quemados. Carlos Mazón estaba en el sitio justo, en el momento justo y con el perfil político justo. Tras las complicadas elecciones del pasado mayo y después de un pacto con Cs, accedió a la presidencia de la Diputación y pasó de la placidez de la vida privada a ejercer de poder fáctico, dirigiendo una institución que maneja un presupuesto millonario y que es una referencia imprescindible para cualquier cosa importante que pase dentro de las fronteras provinciales de Alicante.

Arrancó la legislatura con continuas apelaciones al diálogo y subrayando en todas sus intervenciones públicas que la Diputación dejaría de ejercer de contrapoder alicantino frente a la Generalitat. Como la política es un arte de gestos, la presencia de Ximo Puig en el acto de la toma de posesión de Mazón (el presidente autonómico pisaba el Palacio Provincial por primera vez en cuatro años) se convertía en la perfecta expresión del espíritu de concordia entre dos instituciones acostumbradas a vivir en estado de guerra permanente. El intercambio de piropos entre el Consell y el ente provincial llenaba las páginas de los periódicos y todo parecía augurar que se iniciaba una nueva etapa de fructífera colaboración.

El idilio se rompió un Día de la Constitución en el que Mazón contestó públicamente al discurso institucional de Puig en el Teatro Principal y a partir de ahí, el presidente de la Diputación empezó a marcar distancias y a mostrar un perfil más duro. Con un estilo más amable y menos belicoso que su antecesor, Carlos Mazón ha ido volviendo poco a poco al papel tradicional que han jugado las diputaciones alicantinas desde el principio de los tiempos: convertirse en el portavoz reivindicativo de los grandes agravios de la provincia frente a València. Volvían a los discursos los temas clásicos -el agua, la lengua y el fondo de cooperación municipal- y los enfrentamientos institucionales marcaban la actualidad política tras un brevísimo periodo de tregua.

Existen dos teorías diferentes para explicar este evidente cambio de estrategia por parte del dirigente provincial. Hay quien atribuye el endurecimiento de sus relaciones con la Generalitat a la necesidad de reforzar su peso político dentro del PP. Carlos Mazón es una figura emergente del partido, su nombre suena para los más altos designios en todas las quinielas y amargarle la vida a un gobierno de coalición de izquierdas es un sistema infalible para enriquecer su hoja de servicios. Frente a estos argumentos de pura política, hay sectores que atribuyen los últimos movimientos del presidente de la Diputación a la aplicación de las leyes más básicas de la Física. Según esta versión de los hechos, las dificultades del Consell para diseñar un discurso claro para la provincia han dejado un inmenso hueco, que alguien tenía que llenar. El presidente de la Diputación se encontraba en el lugar adecuado y se ha limitado a aprovechar la oportunidad que le ponían en bandeja.