Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Diseñar felicidad

Ilustración de Esther Yébenes Montesinos (facultad de bellas artes de la UMH)

Duerme poco, no más de cinco horas, y eso alarga el día. Además, nunca cierra los ojos sin asegurarse de que encima de la mesita de noche hay un cuaderno y un lápiz. Continúa, como cuando era adolescente, soñando con la arquitectura, por eso necesita tener siempre a mano papel y tinta que eviten el olvido en el instante en que la inspiración pasea por su área, aunque sea durante el duermevela.

Se lo ha repetido más de una vez alguno de sus amigos:

-Roberto, disimula un poco, si el cliente advierte lo bien que te lo pasas haciendo tu trabajo, se va a plantear no pagarte.

Y así lleva décadas, divirtiéndose con una vocación que despertó durante la niñez, a los nueve años, cuando le preguntaron qué quería ser de mayor: «Yo quiero hacer casas», dijo. Hoy añade y puntualiza: «Hago casas pensadas para hacer más feliz a la gente que las habita».

Y en eso sigue Roberto Pérez-Guerras, hijo de una vallisoletana y un palentino que fue destinado a Alicante como funcionario de Correos. Así que aquí creció Roberto, estudiando bachiller en el Instituto Jorge Juan antes de dar el salto a la Escuela de Arquitectura de Barcelona, en plena Diagonal, donde acabó la carrera y se especializó en urbanismo. La Ciudad Condal le abrió puertas para desarrollar su profesión, pero una llamada de su madre al conocer el diagnóstico que le concedía solo unos meses de vida cambió su destino (cuatro años antes, mientras estudiaba en Barcelona, había perdido a su padre, al que arrolló un tren cuando cruzaba las vías de la estación). Regresó a su casa para estar junto a su madre en los últimos meses de vida y prometió cumplir su último deseo: permanecer en Alicante.

Y así lo hizo. Con el título en la pared inauguró su primer despacho a espaldas del Mercado Central, en la calle Pintor Murillo esquina con Velázquez, al tiempo que se estrenó como arquitecto municipal en Monóvar. Su especialidad en urbanismo le abrió ventanas en Banyeres, Villena y Almansa, localidades que completaron su red en una zona que pronto se le quedó pequeña. Dio el salto a Marbella y a Madrid, donde puso de relieve su creatividad con «Esferas Gemelas», un edificio de oficinas ubicado en el Paseo Doce Estrellas, cerca de los recintos feriales de IFEMA. Finalizada en 1989, la obra quedó estructurada a partir de una esfera sostenida por tres cuerpos de edificios. Esa peculiar estructura esférica evitó decenas de muertes en un atentado de ETA en 2005, con un coche bomba aparcado frente al edificio de Bull la víspera de la inauguración de ARCO. Al estallar, la metralla encontró en la estructura redonda de la esfera un escudo que la repelía, salvando de la brutal agresión a más de doscientas personas que, en el momento de la explosión, estaban trabajando dentro de ese edificio.

Costa Rica, Guatemala y hasta la República Dominicana, con un proyecto para adaptar la costa atlántica al turismo que obsesionó al presidente guatemalteco Jorge Antonio Serrano, se convirtieron en nuevos destinos del despacho de Pérez-Guerras, que también despertó el interés de Gadafi al abrir despacho en Trípoli. De hecho, uno de sus ministros, Ismel Achour, tras consultar con su líder, le encargó el diseño y construcción en la capital libia de la segunda mezquita más grande del mundo, un proyecto con espectaculares columnas de luz y un coste cercano a los 72 millones de euros que se quedó en maqueta por el derrocamiento de Gadafi. Por el mismo motivo, igual suerte corrió otro proyecto solicitado por el hijo del líder libio al arquitecto alicantino, que diseñó una torre de 300 metros de altura para albergar el museo de la Historia de la Nación.

Donde no encontró freno Roberto Pérez-Guerras fue en Benidorm, ciudad donde se alzan cinco rascacielos con su firma. En esa etapa conoció a un empresario crucial en su carrera: José Ignacio de la Serna. Este promotor vasco, que había abandonado Euskadi amenazado por ETA, al detectar la colocación de una bomba en el edificio donde residía, apostó por la ciudad turismo y por el arquitecto alicantino. La relación comenzó a fraguar con la construcción del Negurigane, un rascacielos de 148 metros de altura con diseño circular que Pérez-Guerras dibujó al constatar el atractivo paisaje que se vislumbraba desde cualquier punto del solar. El guiño al promotor vasco aparece en la azotea, cubierta por una especie de txapela de hormigón dorado.

Tras el Negurigane se alzaron dos edificios Cibeles, (I y II); el Neptuno y, por último, In Tempo, un rascacielos de 202 metros de altura con una estampa imponente que enfrenta a dos torres con forma de «1», ambas coronadas por un cono en su cima. En torno a este rascacielos circuló la voz que atribuía su diseño a un homenaje a las víctimas del 11-M, la masacre de Atocha. Roberto no niega que esa idea surgiera en su interior, pero mantiene que la inspiración para dibujar In Tempo nace del vuelo de una gaviota que, de madrugada y en silencio, mientras observaba en solitario el horizonte desde esa visera de la playa de Poniente, interrumpía su concentración alzando el vuelo hasta perderse de vista, instantes antes de dejarse caer en picado. Tras aquella escena vivida in situ, el arquitecto supo que debía crear allí el edificio de viviendas más grande de Europa.

Hoy, tras muchas vicisitudes, el rascacielos In Tempo, en manos de un fondo de inversión americano, ultima su puesta a punto para entregar sus apartamentos. Uno de ellos, el más caro, que abarca una superficie de 500 metros cuadrados y que corona el edificio justo debajo del cono, ha sido vendido recientemente por varios millones de euros.

Es la última gran obra del despacho Pérez-Guerras, al que en Benidorm le queda una espina clavada con la construcción de otro rascacielos en la zona de discotecas y cuyas últimas 20 plantas iban a ser móviles. El fallecimiento de su amigo y promotor José Ignacio de la Serna ha impedido que el proyecto sea una realidad.

Con todo, Roberto continúa disfrutando de lo que hace, siguiendo de cerca la carrera de su hijo, un futuro arquitecto que, como él, también quiere dedicar su vida a hacer casas a la gente. Pero no cualquier casa, solo de esas que se construyen para que quien las habita sea más feliz.

Compartir el artículo

stats