El número de jóvenes de entre 14 y 18 años que han participado en juegos de apuestas, bien presencialmente o con dinero online, ha aumentado en los últimos dos años, según la investigación «Jóvenes, juegos de azar y apuestas», realizada por el Centro Reina Sofía. Concretamente, el porcentaje de chicos que ha jugado de forma presencial en los últimos 12 meses ha pasado del 21,6% de 2016 al 30,7% en 2018. En el caso de las chicas, el crecimiento ha sido de 10 puntos, al pasar del 5,4% al 15,3% en dos años. Respecto al canal de juego on line, el porcentaje de chicos que han jugado con dinero ha crecido del 10,2% al 17,4% en dos años, frente al de chicas que se ha incrementado del 2,5% al 3,6%.

Una de las principales conclusiones de este estudio es que jugar y apostar dinero real es una conducta plenamente integrada en el ocio de los jóvenes españoles. Una opción de ocio y entretenimiento que incluso sustituye a otras como el cine, se considera un gasto como cualquier otro y que abre la posibilidad de hacer amigos.

El estudio presentado ayer revela que los jóvenes empiezan a jugar sin dinero real, accediendo a cuotas y bonos de dinero ficticio y que lo hacen por la ilusión de ganar y por demostrar ciertas habilidades. Los amigos, los hermanos o la pareja suelen ser las personas que les introducen en el mundo del juego. En el caso de las chicas, según el estudio, son las que con mayor frecuencia citan a su pareja.

Los jóvenes que juegan no perciben ningún tipo de riesgo en esta conducta, que confiesan haber iniciado cuando eran menores, y además consideran las pérdidas derivadas del juego como «un gasto de ocio más». El lugar más frecuente para comenzar a jugar son los salones de juego, donde «resulta más fácil saltarse la ley y acceder».

El estudio detalla cómo las primeras apuestas son pequeñas, «pero, si ganas, son suficientes para aumentar las posibilidades de querer seguir jugando». En este sentido, «atrae y engancha la percepción de la recompensa inmediata y va generándose un imaginario en torno al dinero fácil». La motivación económica, señalan los autores del estudio, «en ocasiones deriva en pretensiones más ambiciosas, como la búsqueda de autonomía económica frente a padres y madres». Los expertos advierten que el juego online tiene capacidad de multiplicar el hábito y dificultar aún más la capacidad de control por varios factores: «resulta complicado controlar el tiempo que se dedica, es relativamente fácil saltarse los controles de edad y es frecuente que el juego sea anónimo y no se controle la identidad».

Algo que también se ha constatado con este trabajo es que en los inicios de este hábito se corre el riesgo de mezclar el juego con sustancias, sobre todo cuando el juego es grupal o social. Los jóvenes que han participado en esta investigación reconocen que en los salones de juego invitan a alcohol, de manera que el dinero que se ahorran con la consumición lo invierten en apostar.

En cuanto a la percepción del riesgo, una de las principales conclusiones es que en el mundo de las apuestas deportivas y el póker se genera una fantasía de «profesionalización, de jugador que sabe», que nada tiene que ver con el estereotipo tradicional de la ludopatía. Además, argumentan que su hábito no es problemático «porque es visible y es en grupo, solo conlleva riesgos económicos y para ser adicto se requiere de un tiempo prolongado».

Por último, respecto a la publicidad de este tipo de juegos, los jóvenes tienen la percepción general de «bombardeo» y sienten que ellos son el objetivo prioritario. Respecto a los contenidos, tienen claro que se tiende a exagerar la posibilidad de ganar, reforzar estereotipos del jugador de éxito y a aumentar la parte lúdica frente a la parte arriesgada.

Charlas en centros escolares y más regulación de los locales de juego

Los autores del estudio apuestan por vigilar la dotación tecnológica de los menores y la presencia de juegos de azar y apuestas en los distintos dispositivos. También proponen llevar campañas de sensibilización a los centros educativos en las que se aborde lo que conlleva el juego a nivel personal, psicológico y emocional, para quien juega y su entorno. Otro aspecto a tener en cuenta es la necesidad de un mayor control urbanístico «que regule de manera más estricta la presencia de salas de juego». Además, regular la aparición de juegos que no requieren dinero y mejorar los instrumentos de medida para establecer los límites entre juego y juego patológico.