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Escuchas que hacen crujir

La audición en la sala de las conversaciones intervenidas tras el crimen al acusado de matar a su suegra no deja indiferente al entorno de la víctima

Vicente Sala junto a su tía Toñi y su mujer, detrás, llegan al juicio en una imagen de ayer. Rafa Arjones

En la sala de vistas habilitada ex profeso para acoger el juicio por el asesinato de María del Carmen MartínezMaría del Carmen Martínez las sillas son de madera y crujen al ritmo del baile de San Vito que marcan sus ocupantes. Nada reseñable de no ser porque, en ocasiones, ese chirriar impide escuchar con nitidez las declaraciones y hace incómodo el seguimiento de las sesiones.

En las quince que lleva ya consumidas esta vista oral ha habido ocasiones que los asientos apenas se han dejado oír. Jornadas en que la ocupación de la sala no llegaba a un tercio de su aforo. Y eso que, a diferencia de otros juicios, en éste no ha faltado público ni un solo día desde que comenzó el pasado 14. Estudiantes de Derecho y algún que otro curioso que se suman a los fijos: familia y amigos que no han querido dejar solo ni al acusado, el yerno de la víctima Miguel López, ni a su cuñado, hijo mayor de la fallecida y acusador particular, Vicente Sala, quien cada día es uno de los primeros en llegar al edificio judicial, incluso antes que el encausado, junto a su mujer, Lola, y a su tía Toñi, hermana de la fallecida.

Ayer, en principio, no era un día especialmente duro. Nada que ver con el que se consumió con la comparecencia de cinco facultativos discutiendo sobre cuánto duró la agonía de María del Carmen ante el rostro desencajado de su hijo y la mirada perdida de su hermana. O el trago que han pasado ambos ante declaraciones de miembros de la familia, como las otras dos hijas (la tercera y mujer del acusado prefirió no hacerlo) de la fallecida o dos de los diez nietos que tenía, además del padre de estos chavales.

La de ayer, en cambio, era una de esas jornadas, la dedicada a la prueba documental, que en la mayoría de los casos suele darse por reproducida sin necesidad de practicarse en sala. Un mero trámite. Pero éste no es un caso como la mayoría y en la sala, además de los ocupantes de las ruidosas sillas, hay un jurado popular de quien depende el veredicto. Y a ese tribunal de nueve jueces se le pusieron algunas de las conversaciones telefónicas interceptadas a Miguel López tras el crimen.

Al tribunal y a todos los presentes. Y ahí estaba de nuevo el entorno más próximo a la víctima escuchando cómo el acusado la llamaba «descerebrada» a ella y «actor profesional» a su primogénito, al que reiteradamente intenta responsabilizar del asesinato. Y constatando cómo aprovecha las llamadas que le hacen los amigos que se interesan por su estado para enumerar todas las hipótesis posibles (atraco, negocios en Sudamérica...) como móviles del crimen excepto precisamente al que apuntan investigadores y acusaciones: el conflicto por el control del holding familiar, que minimiza. Conversaciones que, según sostiene el fiscal, el acusado sabía que estaban siendo grabadas y que muchos de los allí presentes ya habían leído. Pero una cosa es leerlo y otra, escucharlo, comentaron entre abatidos y enfadados. Aunque en ese momento era tal el crujido de las sillas que no se oyó.

«Nos han atracado tantas veces y como mi suegra es una descerebrada, igual le metió un bofetón»

El sospechoso insinúa la posibilidad del robo en otra de las llamadas grabadas por los investigadores

Los días posteriores al asesinato, Miguel López sigue recibiendo llamadas de condolencia y éste va apuntando móviles del crimen.

Miguel atiende a una amiga identificada como Mercedes. Ésta es la transcripción de la Policía.

Mercedes pregunta a Miguel si ha llegado su hijo y éste le responde que no, que en un par de horas porque ha perdido el avión. Miguel dice que tiene mucha ansiedad, mucho desosiego y que «es muy fuerte cuando ves que Vicente no lleva su madre ni una hora muerta y está con su abogado y con su asesor financiero». La Policía recoge que López asegura que «es fortísimo» que el asesinato se haya producido en el negocio que regentaba «porque querían jorobar». «No tiene ningún sentido, que allí éramos nueve personas, más clientes entregando. Estaba hecho a premeditación porque si quieres matar a alguien aquí en casa, lo dejas y no lo encuentran en un mes. Sólo alrededor de la casa hay cámaras, el resto nada,entras por detrás y lo tienes todo libre». se lamenta.

Miguel López dice que la gente no quiere ir a trabajar. «La Policía cumple con su trabajo, pero ¡qué trabajo van a hacer los hombres si esto es una cagada de mi cuñado Vicente que se la ha liado por algún sitio. Por algún sitio ha alguien ha jorobado», continúa la conversación. El acusado vuelve a referirse a su cuñado y relata a su interlocutora que se ha ido a Madrid «a ver a sus abogados» y que el peligro es Lola, es alusión a la esposa de Vicente Sala, que es «vergonzosa su actitud de implicar a las hermanas. Al final nos está haciendo pensar si lo... uffff. Barbaridades. No puedo decirlo pero haciéndonos pensar si es él. Vicente está intentando meter el muerto a sus hermanas, a ver si las inhabilitan».

Durante la conversación, Miguel asegura que al haber sido en Novocar en la zona del cementerio pensó que había sido un atraco, «como nos ha pasado tantas veces y como mi suegra era una descerebrada, igual le ha metido un bofetón o cualquier cosa y como allí es zona de...», en alusión a la conflictividad del barrio.

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