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Lo que no cuentan los muertos

María del Carmen Martínez murió en la soledad de un lavadero de coches sin poder siquiera pedir ayuda. Ayer cinco facultativos debatieron durante tres horas sobre lo que revela su autopsia

Lo que no cuentan los muertos

Dicen que los muertos hablan. Lo aseguran investigadores y forenses de cadáveres cuyo examen post mortem revela mucho más de cómo se ha producido la muerte y de sus últimos instantes de vida que si el propio finado en persona, de poder hacerlo, lo relatara. Ayer, en el juicio por el crimen de María del Carmen Martínez, se habló de eso. De las pistas que con su autopsia, y sin saberlo, dejó la viuda del expresidente de la CAM Vicente Sala para contar cómo fue su final y ayudar de paso a que un día pudiera esclarecerse su crimen.

Y hemos sabido que murió en la más absoluta oscuridad después de que los dos disparos que le descerrajó en la cabeza su asesino no acabaran al instante con ella, pero sí con sus ojos. Y que tardó en fallecer. No se sabe si el tiempo que sostienen los forenses del juzgado o los de parte (entre más de cuarenta y diez minutos en cualquier caso) en los que, para una mujer dicharachera y resuelta como aseguran quienes la conocían que era, tuvo que ser un anticipo de la muerte intentar hablar para reclamar auxilio y no poder hacerlo.

Balbuceos aseguran que escucharon los primeros que la socorrieron, pero ningún sonido reconocible. Ella, que se atrevía a preguntarle a todo un rey si tenía que llamarle así sin que se le moviera un pelo, ni tan siquiera fue capaz de pedir ayuda en su agonía. Los impactos le anularon también el habla cuando aún le quedaban fuerzas para seguir luchando pese a la angustia y el desconcierto en que se encontraba.

¿De dónde sacó la fuerza una persona de 72 años y 110 kilos de peso para, una vez tiroteada y sin ver nada, salir del coche y recostarse en un lateral a la espera de que alguien la socorriera? Fue una de las dudas que ayer planeó sobre todos los presentes en la sala de vistas donde se está celebrando el juicio por su asesinato sin que ninguno de los cinco facultativos allí congregados pudieran aportar algo más que meras conjeturas.

Pero hubo más preguntas y todas ellas sin respuesta. ¿Qué pasaría por la mente de María del Carmen en los minutos que transcurrieron desde que recibió los disparos hasta que falleció? ¿Pudo ver a su asesino? ¿A quién dedicaría su último pensamiento antes de perder el conocimiento? ¿Fue consciente de que aquello era el fin? Será cierto que los muertos hablan, pero también que no lo cuentan todo.

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