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Vecinos entre pulgas, chinches y mosquitos

El barrio Miguel Hernández reclama acciones para revitalizar calles y edificios - El Ayuntamiento pide al Consell que presupueste su rehabilitación

Vecinos entre pulgas, chinches y mosquitos

En los patios comunitarios hay ratas «como gatos», señala la vecina de 72 años Teresa Serna Buades; y también en las palmeras, que son «auténticos criaderos», apunta Antonio Gómez, presidente de la asociación deportiva del barrio Miguel Hernández. Los jardines de la plaza son focos de «gatos, pulgas y chinches» y las cucarachas abundan en un edificio donde vive una vecina que nunca tira la basura y la acumula en su casa. Los mosquitos también «atacan» a la gente en sus casas, en la calle y en los comercios.

La asociación de vecinos Sol d'Alacant reclama actuaciones de gran calado, principalmente para revitalizar los edificios, donde las fachadas se caen a trozos y que tienen filtraciones de agua en cuanto llueve, y para recuperar calles llenas de agujeros en las que se han producido caídas que han acabado en urgencias. Pero las peticiones no solo se dirigen a la Generalitat, de la que depende estas viviendas sociales, también al Ayuntamiento.

«Llevamos ocho años sin un proyecto social en el barrio. En cuanto a las familias que han ocupado una vivienda, no se trata de tirar a la gente por tirarla sino de regularizar a las que lo necesitan», afirma Lisardo Cortés, presidente del colectivo vecinal.

En las 524 viviendas de este distrito de Alicante residen más de dos mil personas. Los vecinos urgen una actuación de rehabilitación y regeneración urbana para el barrio de Miguel Hernández como las ya aprobadas para otras zonas degradadas de la provincia, concretamente en las ciudades de Elche, Alcoy y Torrevieja.

Seis millones

El Consell aprobó en 2017 una inversión de 2,8 millones en la regeneración urbanística de la zona pero solo se han realizado actuaciones puntuales en antiguos edificios. El Ayuntamiento ha pedido a la Generalitat que en los presupuestos de 2020 incluya una partida de seis millones de euros para rehabilitar vivienda pública de Miguel Hernández, Virgen del Carmen, Virgen del Carmen y Juan XXIII.

En el piso donde vive Soledad Amador se produjo hace dos años el derrumbe del techo de la habitación de uno de sus hijos mientras dormía. Tras caer el techo, la cama quedó llena de trozos de escayola, polvo y escombros, lo mismo que el suelo, y el técnico que envió la Conselleria de Vivienda solicitó la reparación urgente.

Tras las intensas lluvias de la gota fría, empiezan a abrirse nuevas grietas en techos y paredes de este piso, situado en la última planta de un inmueble de la calle Padre Cerdá. «En una de las habitaciones se ve el cielo por un agujero. Según ellos (la Generalitat), todo quedó perfecto pero cuando llueve se llena todo de agua», dice.

No es algo aislado. Ya ha habido derrumbes anteriores en techos, y dos bloques enteros estuvieron apuntalados más de un año. Los residentes, y en su nombre la asociación de vecinos Sol d'Alacant, denuncian que más de una veintena de viviendas corren riesgo de derrumbe, es decir, la mayoría de terceros pisos; y que se necesitan actuaciones urgentes.

La problemática que sufre el barrio incluye casos como el de una vecina de este mismo bloque que acumula basura en casa. Frente a ella vive una familia con dos bebés. «Esto es inhumano y antihigiénico», afirma la madre de los niños. En dos ocasiones Sanidad envió a personal para limpiar, explican los vecinos, pero «ya no vienen». También para este caso piden algún tipo de solución «porque tiene un hijo de 20 años que lleva sufriendo el problema de su madre desde que tenía 10».

El presidente de Sol d'Alacant lamenta que, por una causa u otra, «la basura nos come». «Elda ya ha arreglado sus viviendas, Torrevieja ha regularizado a sus residentes, pero aquí los políticos de primera línea no vienen a hacer nada», afirma Cortés.

También lamentan el fracaso de proyectos como el del patio de vecinos donde está la sede de la asociación, que cuenta con un gran jardín donde hasta hace dos años los residentes sembraban y plantaban, «que ahora es una selva», donde también crían gatos, ratas e insectos, fruto del deterioro progresivo del barrio.

En el suelo de distintas calles hay grandes agujeros que los propios vecinos cubren con trozos de bancos de piedra rotos para evitar caídas. En la calle Domínguez Margarit tropezó este verano una niña y le dieron cuatro puntos en la barbilla, explica su padre, Rafael García. «Son huecos peligrosos donde antes había palmeras».

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