A medida que el agua va desapareciendo se vislumbra con mayor precisión la magnitud del desastre. Los municipios más afectados por el temporal de gota fría que ha arrasado la Vega Baja empiezan a tomar conciencia de la devastación provocada por las lluvias torrenciales y el desbordamiento del río Segura. Aunque todavía quedan barrios completamente anegados, la gran mayoría de núcleos residenciales e industriales vuelven a ser accesibles. Claro que accesible no significa ni habitable ni operativo.

El lodo ha empantanado hogares y negocios, garajes y comercios, naves industriales y fincas agrícolas. El miedo a la riada ha dejado paso a la impotencia por el alcance del destrozo. Ahora solo queda arrastrar el barro y aferrarse a la esperanza de salir hacia adelante.

Muebles inservibles, electrodomésticos averiados o colchones y sofás se amontonaban ayer en las aceras de la avenida Manuel de Torres y calles adyacentes de Almoradí. Vecinos y comerciantes comenzaban las tareas de limpieza tras días de angustia e incertidumbre. Empresas de la zona, de forma altruista, retiran enseres de los viales. «Todo, es que lo he perdido todo. Con 58 años es la primera vez que veo esto», decía ayer Conchi entre sollozos mientras mostraba la planta baja de su vivienda, convertida en un lodazal. «Es que es mi casa, no me lo creo», repetía entre lágrimas. No muy lejos de allí, los vecinos del barrio San Pancracio acarreaban garrafas mientras el agua estancada en el vial les cubría casi hasta las rodillas. En Almoradí, la red de suministro de agua está averiada desde el viernes. Se reparte agua potable con cubas mientras se trabaja a la desesperada en una solución definitiva. Peor lo tenían ayer los vecinos de la urbanización El Bañet. Buena parte del terreno sigue sumergido bajo medio metro de agua y muchos ni siquiera han podido volver a abrir la puerta de casa. Otro resisten en la planta alta de las viviendas y, si tienen que salir, lo hacen con el agua hasta la cintura y hasta en canoas. Se trata de una de las zonas más castigadas tras la rotura de la mota del río, que ayer por fin quedó reparada. Ello permitió a empresarios y empleados abrir las naves industriales del polígono Las Maromas para empezar a reestablecer el orden. Empresas de muebles, concesionarios... todo presenta daños. En Dolores, la estampa más crítica se registraba ayer en el sector tres, en torno a la zona del instituto. En algunos puntos el agua alcanza los dos metros de altura y sigue habiendo rescates de familias que no quisieron abandonar su casa pero no resisten más por falta de víveres y suministros. Los coches han dejado paso a las canoas. La CV-859 hasta San Fulgencio es un lago. Como en Almoradí, el ejército, bomberos y fuerzas de seguridad y salvamento siguen sobre el terreno. Son demasiados días y el estancamiento de agua da paso a las plagas de insectos.

También Orihuela despertó ayer con la visibilidad de las consecuencias de la gota fría. En la pedanía de El Escorratel hay que circular esquivando los cientos de enseres que se acumulan en las calles. El barro ha terminado de inutilizar el mobiliario entero de muchas viviendas. Un coche encima de una valla que arrastró la corriente hasta allí da la bienvenida a Orihuela por el Palmeral. A partir de ahí, muros derribados, árboles caídos, vehículos agolpados en las calles y barro, mucho barro. Unas señales viales en el suelo casi sepultadas de cañas y maleza que indicaban la dirección que tomar para ir a Orihuela, Almoradí, Redován o Callosa de Segura, parecen una estampa de cómo han quedado esos municipios tras la gota fría y la riada. En El Escorratel está uno de los restaurantes más emblemáticos de Orihuela, Casa Corro. El agua alcanzó el metro y medio de altura y sepultó mesas, sillas y cámaras frigoríficas, que acabaron a varios metros por la fuerza con la que bajó el torrente.

Sus famosas pelotas pueden pasar a la historia si finalmente deciden echar el cierre definitivo, como se plantea la familia que lo regenta. «Es un desastre, no sé si volveremos a abrir, ya depende del seguro y la ayuda de los bancos si nos van a aguantar porque hace falta una reforma nueva», lamenta su gerente José Manuel Martínez. Salir de El Escorratel hacia Redován es encontrarse con una ola de destrucción propia de una película de ficción, con docenas de coches destrozados junto a la N-340. En el cercano Polígono Industrial Puente Alto la devastación es de consecuencias inimaginables. Todas las empresas que aquí trabajan están afectadas. La mayoría no pudo ayer abrir, ni lo harán hoy, tardarán semanas, incluso meses, en poder recuperarse, nos explican algunos empresarios, si es que vuelven a la actividad ya que muchos negocios temen que las millonarias pérdidas no sean compensadas en su totalidad con los seguros. Aquí tuvieron que ser rescatados más de un centenar de trabajadores el pasado jueves. «Yo salí a nado, pero otros se quedaron atrapados, fue terrible», recuerda Gustavo. Camiones y coches volcados y destrozados jalonan todas las calles del polígono, donde han cedido los muros y las vallas de las empresas y el barro anega el interior de las naves y su valiosa mercancía. La escena es más propia de un tsunami.