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Cara y cruz en el Consell

Puig pasa los días más duros de la gota fría atendiendo la crisis a pie de campo en la Vega Baja frente a la ausencia casi total de sus socios de Compromís y Podemos

Cuando el pasado jueves, el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, salió de la apertura del curso académico universitario en València no podía ni imaginarse que se le abría una agenda de cuatro intensas jornadas que le iba a conducir a vivir en la Vega Baja uno de los momentos más duros y complicados de sus casi cinco años de mandato. Tras cancelar una comida con los cinco rectores ante la gravedad de lo que estaba ya ocurriendo y de camino a Ontinyent, capital de la comarca de la Vall d'Albaida y otra de las localidades que sufrió los efectos de la gota fría por el desbordamiento del río Clariano, el jefe del Consell tomó a la vista de la evolución del temporal una decisión que no estaba en el guion. Tomar rumbo a Orihuela. Los datos que estaba recibiendo dibujaban el escenario más delicado del temporal en la comarca ubicada más al sur del mapa de la Comunidad Valenciana. No se lo pensó.

El jefe del Consell, de traje y corbata, partió desde Ontinyent con lo puesto -en Orihuela, incluso, le tuvieron que dejar dos camisas para poder cambiarse de ropa-, con su teléfono móvil casi como única pertenencia y con la incertidumbre de hasta dónde podría llegar. Ximo Puig entendía que tenía que estar en el epicentro de la crisis y, desde allí, coordinar el episodio de lluvias que afectaba a la Comunidad con el respaldo del secretario autonómico de Emergencias, José María Ángel, al que todos atribuyen un papel clave y de enorme eficacia en la respuesta a esta gota fría. Le esperaban jornadas durísimas, sin apenas descanso, con momentos muy delicados, decisiones complicadas, instantes de tensión y con un enorme lunar muy difícil de explicar: la ausencia casi absoluta de sus dos socios -Compromís y Podemos- en la catástrofe climatológica más importante con la que ha tenido que lidiar el Botànic desde que llegó al Consell en 2015.

Desde su entrada en Orihuela el jueves por la AP7, el presidente de la Generalitat ya vislumbraba el panorama tan complicado con el que se iba a encontrar en toda la Vega Baja: campos anegados, coches apilados arrastrados por la riada, carreteras cortadas... La gravedad de la situación obligó, de hecho y poco después de su llegada, a cerrar los accesos a la ciudad. Desde el consistorio oriolano, como sede del puesto de mando, Puig tomó el pulso al desastre. La visita de esa tarde por la «zona cero» de Orihuela fue desoladora: torrentes que caían de las calles, máquinas excavadoras que eliminaban el lodo, desperfectos en el barrio de Ravaloche... Mientras, ninguno de los consellers de Compromís ni tampoco de Podemos apareció por la zona. Por contra, Enric Morera -presidente de las Cortes, segunda autoridad de la Comunidad y principal cargo institucional de Compromís- se dedicaba a colgar mensajes políticos en Twitter cargando contra las televisiones de Madrid por ocultar la denominación de Comunidad Valenciana en lugar de preguntarse por la falta de iniciativa y de reacción de su propia fuerza política en una escena de alarma y emergencia máxima.

Hubo momentos de notable tensión a lo largo de estos días con mínimo descanso. En la tarde del sábado y de camino a Orihuela, al presidente de la Generalitat le llegaron noticias sobre la crítica situación que se vivía en Almoradí con la rotura de la mota del río Segura, que convertía la entrada a la localidad en un auténtico mar. Alcanzar Almoradí fue una odisea para el jefe del Consell. En la rotonda de acceso a la población estaba cerrado el paso. Contra el criterio de la Guardia Civil que emplazó a Puig para que no avanzara más, fue el propio presidente de la Generalitat el que se bajó del coche y apartó los conos que impedían la entrada para proseguir la marcha. El titular del Consell estuvo casi dos horas acompañando a la alcaldesa María Gómez, también diputada provincial del PP, junto al personal de la Unidad Militar de Emergencias (UME), Bomberos y fuerzas de seguridad hasta que se logró taponar el «agujero» que se había abierto en la mota del Segura y que estaba anegando la población.

Otro instante con gran tensión se generó en la noche del sábado al domingo cuando el presidente de la Generalitat se dirigió a Dolores. La carretera tenía un metro de agua y le impedía el acceso. Convencido de que tenía que atender personalmente la crisis allá donde pudiera, Puig junto al conseller de Infraestructuras, el también socialista Arcadi España, y el mencionado José María Ángel entraron en la localidad en un camión del cuerpo de bomberos del que tuvieron que saltar más de un metro para poder acceder al ayuntamiento de la población. Dolores estaba sin luz, sin agua y sin comunicación telefónica. La situación era durísima. Las autoridades municipales, con el alcalde José Joaquín Hernández a la cabeza, estaban repartiendo comida y agua potable. Visiblemente enfadado y en tono enérgico, el jefe del Consell se movilizó para que la localidad pudiera disponer al día siguiente, al menos, de suministro eléctrico.

El domingo arrancó a las 6 de la mañana con una llamada de agricultores de Almoradí, donde la mota del río Segura se había vuelto a reventar por otro lado. Ahora afectaba directamente a los campos. «Nadie nos hace caso», le trasladaron al jefe del Consell para justificar que recurrieran a su intervención. Tras abordar ese frente, el jefe del Consell acudió a primera hora al centro de mando de la UME, ubicado en el colegio Miguel Hernández de Orihuela, para atender a la ministra de Defensa, Margarita Robles, justo antes de trasladarse a Rojales, donde valoró la situación de la población con su alcalde Antonio Pérez. Allí recibió la llamada del rey Felipe VI para interesarse por la situación en la Vega Baja. Fue la segunda conversación entre el monarca y Puig durante la crisis antes de continuar ruta continuó hacia Guardamar del Segura con problemas en el suministro de agua.

Un relato de cuatro días en la «zona cero» que, a la vez, ha derivado en tensiones internas entre los socialistas. En el PSPV se escandalizaron con el tuit de la delegada de Presidencia de la Generalitat en Alicante, la oriolana Antonia Moreno, que, en plena emergencia y en medio de una catastrófe absoluta, soltó por las redes: «El Segura se va de fiesta». Tuvo que disculparse y borrarlo ante la polémica. Pero, sobre todo, hay un fuerte malestar en las filas socialistas con la visita «exprés» de Pedro Sánchez a la Vega Baja. Coinciden en que el presidente del Gobierno, más allá de pasar diez minutos en la zona, tenía que haber trasladado un mensaje de calma y de compromiso de ayuda para los afectados que no se produjo. Ha levantado ampollas si se tiene en cuenta la posición que Pedro Sánchez sí ha tomado en sus visitas a territorios afectados de otras autonomías.

Más allá de eso, sin embargo, lo que más ha llamado la atención ha sido la falta de iniciativa en este episodio de sus dos socios en el Consell y, especialmente, de los dos vicepresidentes: Mónica Oltra y Rubén Martínez Dalmau, que tiene en agenda una visita mañana. Ayer, ya con el episodio de lluvias superado, estuvieron por la comarca los consellers Vicent Marzà y Mireia Mollà, ambos de Compromís. La titular de Agricultura fue la que más se acercó a los pueblos afectados en plena gota fría. Llegó el viernes hasta Almoradí. Fuentes próximas a Mollà apuntaron que solo visitó pueblos a las que podía llegar por sus propios medios y que rehusó seguir adelante porque tenía que recurrir a recursos que se tenían que detraer a su vez de labores de rescate. Este viernes, en cualquier caso, todos los miembros del gobierno valenciano tendrán que estar en Orihuela. El gobierno valenciano se reunirá allí, por impulso de Puig, con la intención de aprobar medidas para paliar la catástrofe. De esa respuesta del Consell depende el futuro de la Vega Baja y su conexión al proyecto de la Comunidad. En sus manos está.

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