Amanecía Orihuela soleada tras la tormenta de la noche anterior que dejó 7 litros por metro cuadrado, poca cantidad, pero en un plazo de tiempo muy pequeño. El ruido de algunos bares que comenzaban a abrir y a montar terrazas se mezclaba con algunas sirenas de los servicios de emergencias. Mientras algunas calles ya estaban secas, otras muchas al igual que plazas, cruces y accesos a la ciudad seguían anegados. Con el único aspecto positivo de que al menos el nivel, por el momento, no subiría.

El río a su paso por el Puente de Poniente seguía con el mismo caudal que el viernes y las calles, inundadas. Las máquinas continuaban sacando baldomeras a su paso por el puente, unas cañas que amontonadas junto al edificio colindante del Casino, tenía la altura de un primer piso. Las conocidas como cuatro esquinas y los 500 metros de una de las calles que nacen ahí, Obispo Rocamora, mantenía los 40 centímetros de agua. «He venido con una bomba de extracción de agua para sacar la que tiene mi bar, pero la calle sigue inundada y no voy a desahogarla aquí, no tiene sentido», explicaba el dueño del establecimiento. Otro vecino marchaba a primera hora en busca de su coche para comprobar los daños sufridos.

Previsión

Todo ayer discurría con cierta calma. Relativa, muy relativa. Sin peligros aparentes y con una previsión meteorológica positiva, algunos vecinos del centro salían a hacer algunas compras, a desayunar en algunas terrazas o aquellos que no tenían nada que hacer con las inundaciones en los bajos de sus casas, se acercaban al centro a comprobar la situación del río.

Esa calma aparente también comenzó a darse en barrios muy afectados como el Rabaloche, que el jueves además de las inundaciones sufrió el desprendimientos de rocas, y las Espeñetas. Este barrio es uno de los más perjudicados. El viernes el agua alcanzaba el metro de altura en la fachada de los bloques de pisos, lo que había anegado hasta el techo las cocheras. Con las horas, el nivel iba bajando, entre otras cuestiones porque los vecinos se organizaron y con la coordinación de tres albañiles residentes en el piso condujeron el agua hasta la rambla y desatascaron las alcantarillas, quedándose el agua a la altura de la acera. Fue momento en el que pudieron comenzar a achicar el agua de casas y los bajos. Pero de forma inesperada, ayer por la mañana las calles comenzaron a llenarse, a un ritmo despiadado. No entendían de donde procedía este agua, hasta que se percataron que el tapón del conector al otro lado de la carretera, que separa las Espeñetas de las tierras agrícolas del Camino de en Medio -anegadas de agua-, lo habían retirado. Esto provocó que de nuevo el barrio de las Espeñetas volvía a anegarse e incomunicarse, y en poco más de media hora, la altura del agua había subido a niveles de días anteriores.

José Miguel, profesor y de este barrio tenía pensado junto a sus vecinos comenzar hoy a sacar el agua de las cocheras -que llegan al techo. La impotencia se apoderaba de todos los vecinos de ver como se llenaba de nuevo el barrio y ante la imposibilidad de no poder hacer nada ante el torrente que llegaba por este conector. Poco tiempo después y tras la llegada de la orden correspondiente, seis camiones repletos de arena descargaron donde estaba ubicado el tapón. El agua ya había llegado al barrio contiguo, el Rabaloche. «Estamos cansados de sacar otra vez agua y barro. Estaba seco y en una hora se ha vuelto a llenar» explicaba Merche desde el portal de su casa separado por un dique de madera del palmo de agua que había fuera. Su vecino, Francisco, de 79 años, tuvo que subir en peso a su mujer enferma a la planta superior.