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El poblado de la metadona se traslada a 50 metros

Personas sin hogar y toxicómanos montan su campamento detrás del centro de drogodependencias de Cruz Roja en el Tossal. Vecinos denuncian el mal olor, gritos continuos y la falta de soluciones del Ayuntamiento

Uno de los moradores del campamento, en la calle Marco Oliver. RAFA ARJONES

Una mudanza a 50 metros. Sin furgonetas de alquiler. No es necesario para llevarse tiendas de campaña, mantas, cuatro cartones, una radio portátil y poco más. Los indigentes y toxicómanos que ocuparon durante una década el llamado poblado de la metadona, junto al centro provincial de drogodependencias de Cruz Roja en el monte Tossal, enfrente del Rico Pérez, y que el Ayuntamiento desalojó hace un año, tienen nuevo «hogar».

No han tenido que ir muy lejos, el campamento ha encontrado acomodo en una callejuela justo detrás del centro de Cruz Roja, en la calle Marco Oliver número 8, a pocos metros de la Casa Sacerdotal y del Obispado de Orihuela-Alicante. Entre un chalé y un esqueleto de lo que se presumía un edificio de varias plantas que no se terminó de construir y que tiene un enorme candado para no permitir el paso.

Hace un año la concejalía de Acción Social, bajo el gobierno del PP, aseguró a este diario que los equipos técnicos de calle llevaban «desde hace mucho tiempo» realizando un seguimiento al asentamiento.

Las obras realizadas para conectar esta área degradada con Campoamor y Carolinas Bajas, con una serie de senderos y la plantación de arbolado y monte bajo, provocó el desalojo de las chabolas.

Llegó entonces el momento de buscarse otro lugar en el que iniciar una nueva etapa y, tras varios meses de «nómadas» por la zona, algunos han acabado finalmente muy cerca de donde iniciaron su peregrinaje.

Uno de los indigentes, con pocas ganas de hablar y metido dentro de su «casa» recién despierto a las 11.30 de la mañana, reconoció que antes «estaba en el descampado, nos echaron y he acabado aquí».

Pero la calle se ha convertido en un foco insalubre, como denuncia una vecina que vive justo en el número 8: «Al principio eran solo dos, pero ahora hay una docena de personas, llevan meses aquí y la situación es insostenible, huele muy mal y va a peor con el calor, hay mucha suciedad, por la tarde-noche se ponen a cantar y beber».

La residente se puso en contacto con la Alcaldía y los servicios sociales, «pero me han dado largas, dicen que conocen el problema pero no hacen nada». También acudió al Obispado, «para ver si los curas podían ayudarles, pero tampoco», y ha perdido la cuenta de las veces que ha llamado a la Policía Local por las discusiones entre los sin hogar y las fogatas que encienden, con el consiguiente peligro por estar pegados al monte.

Ha habido ocasiones en que se ha encontrado con hasta quince personas delante de su puerta «y alguno me ha llegado a decir "su marido ya ha llegado a casa", me da miedo que me controlen».

Solo pide una solución «porque son personas y me da pena cómo están, tienen problemas graves y no es forma de vivir, hay medios para que estén bajo techo y no en la calle».

«La calle te engancha, es difícil salir»

Los sin techo siguen pernoctando junto al albergue en tiendas de campaña y chabolas y lamentan que «no importamos»

Cerca de allí, a unos centenares de metros, en las inmediaciones del Centro de Acogida en Inserción de Personas sin Hogar (CAI), el antiguo albergue, nada ha cambiado: siguen pernoctando en tiendas de campaña, chabolas, colchones y en coches un grupo de personas sin hogar, como denunció este diario.

«Ganas de estar aquí no tengo ninguna, esto es tercermundista pero real». Así habla uno de los sin techo, que explica que se le acabó el dinero para pagar el alquiler y se quedó en la calle. Sin ganas de explayarse sobre qué le ha llevado a esta situación, afirma que la calle «te engancha, te absorbe, es difícil salir de este círculo, en el albergue te acomodas, te proporciona una seguridad».

Otro de los «acampados» denuncia los incumplimientos continuos del equipo de gobierno del PP, la falta de limpieza en la zona y la sensación de inseguridad: «Me rajaron la tienda, parece que no importamos, estamos olvidados, pero somos personas».

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