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La cuarta vía

El turismo necesita reinventarse para ganar rentabilidad con menos clientes

Turistas en Benidorm David Revenga

El sector turístico de la Costa Blanca despide mañana -el Lunes de Pascua es fiesta en la Comunidad y de nuestro propio territorio procede ya el 60% el turismo nacional- una Semana Santa que ha vuelto a estar marcada, pese a las tormentas, por ocupaciones hoteleras más que aceptables pese a la cancelación de reservas, colas en los restaurantes para coger una mesa e imágenes de playas, al menos hasta el jueves, con visitantes de toda Europa, muchos españoles, que buscaban ese primer rayo de sol del año para lucir el incipiente bronceado que anima los cuerpos y provoca, incluso, cierta dosis de envidia cuando te cruzas con el amigo o familiar que no ha podido disfrutar del puente. Y eso que, climatológicamente, no todos los días fueron, desgraciadamente, como el veraniego Domingo de Ramos.

¿Satisfacción, entonces? Pues la alegría, como siempre, va por barrios y aunque en Benidorm casi no ha cabido un alfiler, sobre todo entre el Jueves Santo y hoy, Domingo de Resurrección (a las cosas hay que llamarlas por su nombre en España por mucho que se lleve lo aconfesional y algunos te tilden de ultra por acudir a una procesión), el interior no ha tenido la Pascua que se esperaba y, relativizando, hablamos de un puente bueno, pero que dura cuatro días para hoteles, restaurantes y cafeterías que abren y necesitan clientes los 365 días del año para sostener el empleo turístico.

¿Y por qué digo esto? Porque los grandes anuncios que llegan de la Administración, avalados por los datos de la ocupación, sobre la buena salud de la que goza nuestro sector, no pueden tapar que el turismo de la Costa Blanca, y general, el de toda la zona que nació, vive y, si no varían mucho la cosas -cambio climático- vivirá del sol y de la playa, se enfrenta a su propia crisis, y no por la amenaza del Brexit. La lucha por la rentabilidad.

Pese a seguir siendo clave, el modelo empieza a ofrecer síntomas de agotamiento, y no porque no sea atractivo, sino porque la Costa Blanca, como todas las zonas del Mediterráneo, ha pasado de estar sola para todos aquellos europeos que salían de vacaciones, a tenérselas que ver ahora con zonas turísticas que eran impensables cuando Pedro Zaragoza, irrepetible alcalde de Benidorm, cogió la Vespa y se fue a Madrid para convencer a Iglesia y Estado de que miraran a otro lado cuando vieran un biquini por la playa de Levante. Tiempos en que la Costa Blanca era el lugar ideal, a tres horas de avión de la lluviosa Gran Bretaña y a precios de ensueño. Hoy, un inglés de medio, alemán o un belga, entre otros, puede acercarse, no por mucho más dinero, o incluso menos, a playas paradisiacas de Túnez, Egipto, Caribe, donde los costes laborales permiten dar calidad a bajos precios. Turistas que también pueden embarcarse en un crucero y disfrutar del «todo incluido» y excursiones, básicamente lo que hacen muchos británicos en Benidorm: de la hamaca a la piscina y vuelta a por la cerveza sin pisar la playa.

Destinos inteligentes (necesarios y obligados), gastronomía, deporte, cultura se han convertido en grandes complementos pero, no nos engañemos, a día de hoy no aportan nuevos turistas, y, sin embargo, han ampliado el gran angular del turista cuando está decidiendo dónde disfrutar de sus vacaciones.

Turistas que salen, precisamente, de esa bolsa de visitantes que antes solo querían sol y playa, pero ahora buscan mucho más, experiencias. Con lo cual, crecer en número de visitantes, en turistas nuevos, resulta muy complicado, lo que obliga a convivir con los que tenemos pero obteniendo mayor rentabilidad.

La bolsa de clientes es la que hay y mucho me temo, y mi opinión la comparten también algunos de los empresarios que se la juega día a día en el campo de juego turístico, que parte de que ya no se llenen los hoteles como antaño la tienen esos nuevos productos. Vamos, que el turista que busca un circuito gastronómico porque se lo han metido por los ojos no necesariamente pone su meta en la Costa Blanca, aunque nuestras barras no desmerezcan en nada a las de, País Vasco y contemos con granes «tops» de la restauración española.

Los economistas alertan también de los riesgos que amenazan la buena salud del modelo turístico que ha imperado desde los años 70, basado casi exclusivamente en el sol y la playa como gran reclamo para la captación de turistas. Mantienen que estos dos elementos son sólidos, pero deben complementarse con fórmulas que acaben con los hoteles «low cost», la competitividad vía precios, la mano de obra barata, temporal y poco cualificada, y la excesiva dependencia con los tour operadores. Tutela que se observó el verano pasado con los desvíos de grupos de turistas a Túnez, Turquía, Egipto y, las nuevas amenazas que constituyen, Croacia y Bosnia en la propia Europa. Compras, ocio, cultura, gastronomía son los pilares en los que debiera basarse el nuevo modelo, más allá de que el sol y la playa sean clave.

Los expertos auguran, por ejemplo, que China es el gran granero futuro de visitantes pero ¿está la provincia de Alicante preparada? Se estima que 220 millones de chinos se van a mover por el mundo en los próximos años con un gasto aproximado de 260.000 millones de euros al año. No buscan sol y playa. Quieren ciudades, cultura y compras para los que la provincia de Alicante no está preparada aún. Los visados son lentos, solo hay dos oficinas españolas en China para 1.400 millones de habitantes y apenas 25 vuelos directos a la semana desde España, la cuarta parte, por ejemplo, que con Francia. Un turista chino gasta de media por viaje 2.593 euros; el nórdico, 1.322 euros; el británico, 1.007 euros; el italiano, 740 euros y el francés, 614.

Y en este nuevo escenario hay que luchar, además, con un nuevo producto, subliminal hasta hace unos años. El crecimiento descontrolado del alojamiento sumergido en la Comunidad, con 127.345 pisos nuevos (86.883 de ellos en la provincia de Alicante) en el mercado del alquiler en los últimos cuatro años ha comenzado a provocar el rechazo, además, de los vecinos hacia esos inquilinos de paso. Un colectivo que, poco a poco, van cambiando, no solo el entorno social de los centros urbanos, sino también el económico en forma de precios disparados y adaptación de comercios y locales a los gustos de unos turistas que suponen una competencia desleal.

El sector se encuentra, por lo tanto, ante una encrucijada en la que debemos pensar ya menos en crecer, y en los «overbooking», porque esas bolsas de visitantes que nos eligieron hace 30 años van a ir reduciéndose. De ahí que no queda otra que ser diferentes a los demás. «El reto es saber qué valor aportamos cada día al modelo y lo peor que podemos hacer es surfear la ola de las cifras» (Francesc Colomer, secretario autonómico de turismo el martes en la asamblea general de Hosbec). Suscribo.

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