1. Alicante en la evacuación final: los barcos del exilio

Las sublevaciones del 5 de marzo, con la consiguiente huida del Gobierno de Negrín y de la Flota republicana de Cartagena, asestaron el golpe definitivo a la República. Sólo restaba la ofensiva final, en realidad, una gran maniobra de ocupación militar del territorio, puesto que las exhaustas unidades republicanas se rindieron o abandonaron las posiciones. En esos días de finales de marzo, con el insufrible peso de la derrota a cuestas, con tantos ideales rotos y las vidas al límite, los puertos de Levante aparecían como la única esperanza de salvación para escapar de una represión que se cernía ya inminente e irremediable.

Entonces, a partir del 26 de marzo, se reveló de manera dramática que ni Negrín ni Casado habían tomado medidas eficaces para garantizar la evacuación final de los republicanos más amenazados, a lo cual habría que añadir, desde el día 8 de marzo, el bloqueo naval de la costa mediterránea de Almería a Sagunto ordenado por Franco. Por si fuera poco, Gran Bretaña y Francia no se mostraban dispuestas a comprometerse en las tareas humanitarias de salvamento de los republicanos sin la aquiescencia del Generalísimo, que se opuso rotundamente a cualquier intromisión.

Después de los catastróficos sucesos del 5 de marzo mencionados, el Gobierno Civil de Alicante comenzó a proporcionar pasaportes a quienes designaban sus organizaciones políticas o sindicales. Firmados por el ex alcalde socialista ilicitano Manuel Rodríguez, los pasaportes eran visados en el Consulado de Francia y de México. El presidente del Consejo Provincial (la Diputación en guerra), el anarquista alcoyano Ramón Llopis, también despachaba pasaportes oficiales a los responsables anarquistas de los pueblos. Obtener el pasaporte «legalmente», con los correspondientes visados, no debía estar al alcance de cualquiera, a juzgar por la anotación de Eliseo Gómez Serrano en su diario: «cada pasaporte va salir por un ojo de la cara (por ahora, 172,60 pesetas)». En Alicante se hacían gestiones ante el capitán de cada barco de carga que llegaba a puerto para que permitiese embarcar pasajeros. Unas veces los capitanes se negaban a llevar pasaje, alegando su prohibición por las leyes internacionales marítimas; otras, se cobraban con creces en especie el pasaje (azafrán, almendras, joyas), porque no aceptaban ya el dinero republicano.

Con todo, durante el mes de marzo algunos barcos de compañías marítimas de bandera extranjera, especialmente de la Cía. France Navigation y la Mid-Atlantic Shipping Co, que trabajaban para el Gobierno republicano, consiguieron llevar al exilio a unos pocos miles de republicanos desde los puertos mediterráneos aún en poder de la República, burlando el bloqueo de la Armada franquista. La primera de las citadas acabó siendo propiedad del Partido Comunista Francés y la segunda, aunque de fachada era una empresa británica, pertenecía en realidad a Campsa-Gentibus, empresa constituida en París por el gobierno republicano. Todos eran cargueros que habitualmente hacían la ruta Marsella-Norte de África. Los que tocaron puerto en Alicante en ese crepuscular mes de marzo fueron el SS. Ploubazlanec, SS. Stanhope, SS. Marionga, SS. Ronwyn y SS. African Trader.

En los últimos días de marzo salieron también numerosos barcos pesqueros desde Benidorm, Denia, La Vila Joiosa, Santa Pola y Torrevieja, con destino al Oranesado. El alcalde socialista de Benidorm, José Pagés, puso varias barcas a disposición de la comisión provincial de evacuación socialista y en una de ellas salió el propio Pagés en los últimos días, con varios tripulantes más. De La Vila, el día 28 de marzo, 15 vileros y 60 mandos militares confederales de la 26 División del Ejército Popular, se distribuyeron en dos barcas, el Gavilán de los Mares y el Industria número 1. En Santa Pola, el barco La Guapa, incautado por la UGT, salió el 29 de marzo con destino a Orán, con unas 100 personalidades civiles de la República, militares del Grupo de Artillería de Bétera y el último alcalde republicano, Juan Buyolo. Algunos barcos fueron saboteados por la quinta columna y otros, concretamente Nuestra Señora de la Virgen de Belén, apodado «El Gallo», que salió el 28 de Santa Pola, fue interceptado por el crucero Canarias.

Desde Alicante rumbo a Orán también zarparon los días 11 y 12 de marzo las patrulleras V-18 y V- 28 respectivamente, con más de 60 pasajeros. El 13 de marzo, con 32 refugiados a bordo, lo hizo el buque auxiliar de la Armada Aljibe nº 2, cuya misión durante la guerra había sido abastecer de agua potable a la base naval de Cartagena desde Alicante. Finalmente, veintiséis dirigentes socialistas de la provincia, el día 29 de marzo, con la quinta columna controlando los pueblos, escaparon desde Torrevieja en una barcaza a gasoil, con la que consiguieron llegar a Beni-Saf, en Argelia, el 31 de marzo.

Avalancha de refugiados hacia Alicante

A partir del 26 de marzo, todo se precipita con la puesta en marcha del operativo final del ejército franquista para ocupar lo que quedaba del territorio republicano, la llamada zona Centro-Sur.

En Valencia, las autoridades del Consejo Nacional y el propio Casado, huidos de Madrid, se reunieron la mañana del día 28 de marzo con miembros de una delegación del Comité Internacional de Ayuda a la España Republicana, concretamente con el diputado Albert Forcinal, presidente del grupo parlamentario de amistad franco-española, el periodista André Ulmann y el diputado Charles Tillon, los dos últimos ligados al Partido Comunista francés. Estos pusieron en conocimiento de las autoridades del Consejo que tenían barcos dispuestos para participar en la evacuación, refiriéndose sin duda a los barcos de la Cía France Navigation. Así, se extendió la idea que en Alicante habría barcos para los que quisieran salir de España, lo que provocó una auténtica avalancha de miles y miles de fugitivos desde todas partes de la maltrecha zona republicana hacia la capital alicantina.

Muchos de los que pudieron llegar en la tarde del día 28 encontraron aún una posibilidad casi milagrosa de embarcar. Se trataba del carguero inglés SS. Stanbrook, fletado por la Federación Provincial Socialista, que acogió a bordo entre 2.638 y 3.028 pasajeros, apretujados por todas partes, desde las bodegas al palo mayor en la cubierta. Fue Rodolfo Llopis -el socialista alicantino de mayor relieve nacional- quien se entrevistó en París, el día 9 de febrero de 1939, con José Calviño Ozores, director de la sociedad española CAMPSA-Gentibus, que le prometió el envío a Alicante de dos barcos: el Stanbrook y el Margit.

El capitán del Stanbrook, el galés Archibald Dickson, en su impresionante informe al periódico The Sunday Dispatch, al filo de los hechos, cuenta que el Stanbrook, con bandera inglesa, dejó Marsella el 17 de marzo y llegó a Alicante el día 19, tras burlar el bloqueo naval. Era un carguero pequeño de 1.383 toneladas, construido en 1909, perteneciente a partir de 1936 a la Stanhope S.S. Co. Continuó prestando servicio en la marina mercante inglesa, hasta que fue hundido, al ser torpedeado por el submarino alemán U 57, el 18 de noviembre de 1939, a la entrada del puerto de Amberes. Murieron todos los tripulantes incluido el capitán. Según Germinal Ros, en los campos de concentración de Argelia se le rindió un minuto de silencio. El mejor comentario lo hace el propio Ros: «Aquel navío se lo merecía».

El Stanbrook -según el capitán- estuvo durante varios días amarrado en el muelle esperando las mercancías, debido a la casi paralización de los medios de transporte, hasta que el día 26 llegaron las cargas de tabaco, naranjas y azafrán. Otras versiones apuntan a que el barco fue retenido a la espera de que la Comisión Provincial Socialista culminara sus gestiones para poder expatriar al mayor número de los militantes más comprometidos.

En la tarde del 28 el embarque se hacía en principio de manera ordenada, pero era tal la lentitud y la ansiedad de la multitud que al caer la tarde la subida a bordo se convirtió en tumultuosa y caótica. A las 23 horas el capitán ordena levantar las amarras. Al poco de traspasar la bocana del puerto, en palabras de Germinal Ros: «oímos el ruido del motor de un avión. Se fue acercando y a guisa de despedida soltó dos bombas que cayeron, afortunadamente, lejos de la popa». También el capitán Dickson y otros testimonios de los pasajeros refieren el mismo episodio y la misma angustia: todos pudieron ver el resplandor de las bombas sobre la ciudad a lo lejos. Afortunadamente, ni la aviación ni los buques franquistas «molestaron» después al Stanbrook en su dramática singladura hasta Orán, a donde llegó con su preciada carga tras más de 20 horas de travesía.

Tras recalar en Orán, las autoridades coloniales francesas impidieron el desembarco del grueso de los pasajeros del Stanbrook, como ya habían hecho a la llegada del Lezardrieux y del African Trader. Convertido en una inmunda cárcel flotante, más de 2.000 personas tuvieron que sobrevivir durante casi un mes en unas condiciones de vida infrahumanas, como hemos relatado en otros trabajos.

Pero esa noche del 28 de marzo había otro barco en los muelles del puerto alicantino, el Marítima, un navío de mucho mayor tonelaje que sólo dejó subir a bordo a 32 personas, autoridades republicanas de Alicante y familiares. El Marítima levó anclas hacia la 1 de la madrugada del 29 de marzo con destino al puerto de Marsella; ya ningún otro barco mercante saldría de los puertos valencianos rumbo al exilio. El asunto del Marítima provocó un gran malestar entre los dirigentes socialistas en el exilio argelino, tratándose en un Pleno de la Federación Socialista Provincial de Alicante, que se celebró en Orán en julio de 1939. De las actas de la reunión deducimos que el capitán tenía órdenes tajantes de no dejar subir más que a las autoridades, hasta el punto de decir brutalmente que «no admitía en su barco a más asesinos españoles». Pasajeros destacados del Marítima fueron el gobernador civil Manuel Rodríguez; el alcalde republicano de Alicante, Lorenzo Carbonell con algunos de sus hijos; y los hermanos Fermín y Álvaro Botella, propietarios del periódico El Luchador, también acompañados de sus familias, entre otros.

2. La llegada de la División Littorio y la tragedia del puerto

Desde el día 28 en que las tropas franquistas entraron en Madrid, muchos quintacolumnistas fueron saliendo a la luz en las ciudades de la Comunidad Valenciana enarbolando banderas, ocupando edificios oficiales, y negociando con las autoridades republicanas -o lo que quedaba de ellas- un traspaso del poder que evitara más derramamientos de sangre. El mismo día 28 de marzo el general Menéndez rendía las fuerzas del Ejército de Levante. La ocupación de la capital valenciana se produciría en la mañana del día 30, tomando otras fuerzas, desembarcadas por mar, los principales puertos, como fue el caso de Gandía.

Para entender la crítica situación de la retaguardia alicantina durante las semanas finales, nada mejor que acudir a las anotaciones en su diario del diputado Eliseo Gómez Serrano. Así el miércoles 22 de febrero:

«Hemos llegado a un punto de penuria, mejor diría de miseria tal, que ya lo más imprescindible falta. No hay nada de nada en ninguna parte. Ni medicamentos en las farmacias, ni comestibles, ni ultramarinos, ni tejidos en las tiendas, ni calzado en las zapaterías (…) Vivimos no sé cómo. Y casi cada día, bombardeos aéreos (…) Todo el mundo está pendiente de los bombardeos».

Todos aquellos que se sentían amenazados trataban de conseguir un pasaporte y un pasaje para abandonar España, como anotará el 12 de marzo y señalaba también el diario socialista Avance, en un dramático editorial del día 15. El último bombardeo de Alicante registrado oficialmente se produjo el 25 de marzo, sin víctimas, pero la ciudad traumatizada había pagado un terrible tributo de sangre desde el bombardeo del Mercado del 25 de mayo de 1938. No era de extrañar, pues, que la población civil no aspirara a otra cosa que la paz, fuera como fuera.

Ese mismo día 29, la italiana División Littorio del CTV (Corpo di Truppe Voluntarie) recibía la orden de formar una columna motorizada para marchar hacia Alicante, al mando del general Gastone Gambara. Al día siguiente, 30 de marzo, la columna avanzó por el eje Almansa-Villena-Elda sin ninguna resistencia. Así se anota lo sucedido la tarde del 30 de marzo en el «Diario de Control» de la División Littorio que se conserva en el Ufficio Storico dello Stato Maggiore dell’Ejercito a Roma: «17:00 horas - El general Gastón Gambara, a la cabeza de su columna, se detiene tras pasar Novelda, donde recibe la orden de entrar en Alicante a la cabeza de la vanguardia de la columna motorizada. A las 18:00 horas, el jefe de la División entra en Alicante. El Mare Nostrum representa nuestra lucha del FASCISMO contra el comunismo.

Dispongo que la columna se dirija directamente hacia el puerto, donde 14.000 milicianos se encuentran, muchos de los cuales van armados y todavía no han sido detenidos, para mostrar nuestra fuerza y ??voluntad.

Me detengo durante unos 20 minutos con mi mando a la cabeza de la columna frente al puerto. Allí establezco las disposiciones para el control en el área asignada a la División, y ordenó la reanudación de la marcha.

19:30 horas - Doy las órdenes para una primera disposición de las unidades en la nueva zona. Tropa acampada. Siguiendo las órdenes del C.T.V., un batallón del 2º regimiento de Camisas Negras y una batería de 75/27 se detienen en el puerto de Alicante para supervisar a los milicianos que no quieren rendirse. Otro batallón del 2º regimiento se despliega en la ciudad para proteger el C.T.V».

Comandante General Gervasio Bitossi.

Huida ante el avance de las tropas franquistas

Huyendo del avance de las tropas franquistas, entre la noche del 28 y durante el día 29, infinidad de coches, camiones, blindados y todo tipo de transportes, formaron largas caravanas por las carreteras de Madrid y de Valencia hacia Alicante. Miles de refugiados, muchos de ellos uniformados y armados, llenaron las calles de la ciudad, gestionando nerviosamente pasaportes y visados, o tratando de procurarse alimentos de la forma que fuera. Muchas veces se cruzaban con grupos de quintacolumnistas, sin que se produjeran choques violentos, pues cada uno tenía ya su afán, en unas horas que todos sabían transitorias y decisivas. Al final, esa masa de fugitivos, cuyo único objetivo era poder embarcar al exilio, se fue concentrando en los muelles de Levante, entre la dársena y la playa del Postiguet. En el puerto ya no encontraron ningún barco, pero todos creían o querían creer todavía en la promesa de que llegarían. Comenzó entonces una desesperante espera en el último trozo de tierra simbólicamente controlado por la República.

Esas esperanzas, sin duda, se vieron alentadas por la llegada a Alicante del diputado comunista Charles Tillon y del periodista André Ulmann, como se ha dicho, miembros del Comité de Ayuda. En Alicante se pusieron en contacto con los dirigentes del Frente Popular, que se fueron improvisando en el puerto, y con las autoridades consulares en Alicante, especialmente con el cónsul francés M. Anfossy, el argentino Eduardo Barrera, que hacía las funciones de decano, y con el cubano Juan Monegal. El cónsul Anfossy les transmitió las muchas dificultades que tenía para comunicar al gobierno francés la situación desesperada que se vivía en Alicante, decidiendo que André Ulmann tomara la única plaza que quedaba del avión de Air France, para regresar a París y explicar a la opinión pública internacional la necesidad de actuar con la máxima urgencia para salvar del fascismo a los refugiados en el puerto de Alicante.

En el puerto se había formado una Junta de Evacuación presidida por el coronel Ricardo Burillo Stoller con representantes de los distintos grupos del Frente Popular. De esa forma, entre el miércoles 29 y buena parte del jueves 30, la vida en el puerto discurre entre febriles gestiones para saber de la llegada de barcos y organizar a los miles de refugiados, que apenas vienen con lo puesto, vencidos y exhaustos, casi sin alimentos que hay que repartir; hombres de todas las edades y condición, familias enteras, mujeres y niños, algunos casi recién nacidos. Se producen encuentros insospechados, abrazos emotivos entre paisanos y camaradas de armas. Por afinidades de todo tipo se van formando grupos que se ayudan, reparten viandas y matan el tiempo charlando de trivialidades o de la derrota apenas asumida y -sobre todo- del incierto y negro destino, del delgado hilo del que penden sus vidas.

Miles de refugiados en el puerto esperando barcos que nunca llegarán

Se han mencionado cifras muy diversas de los que estuvieron en el puerto. A buen seguro que fue una masa cambiante, porque hasta la noche del día 30 no se produjo el cordón militar que cerró el recinto. No es por tanto ninguna exageración decir que, concretamente en esos dos días, pudieron concentrarse hasta 20.000 o más refugiados. Después, los sucesivos informes nacionalistas los reducen a entre 12.000 y 15.00o. En un primer comunicado del mando ocupante se mencionan 600 mujeres y niños, pero en otro posterior se eleva ya la cifra a 2.000.

El puerto de Alicante se convirtió en un microcosmos de lo que había sido el Frente Popular: los restos de un inmenso naufragio social colectivo, de los que han permanecido fieles en sus puestos hasta el último momento: «He ido al puerto -apunta Eliseo Gómez en su diario el día 30-. Una enorme y abigarrada multitud en la que figuraban miles de soldados del disuelto ejército republicano, daba una impresión lastimosa. Hombres, mujeres y niños aguantan a pie horas y horas la llegada de un hipotético barco que los ponga a salvo de la que imagina sed de venganza del enemigo de ayer».

Todo podría posiblemente soportarse, mientras no se quebraran las esperanzas. Pasaban las horas sin que llegaran los ansiados barcos, las fuerzas fallaban y los ánimos se iban hundiendo al paso de las horas. Hubo quien perdió la razón, como aquel pobre hombre -que muchos recuerdan todavía estremecidos- encaramado durante horas en lo alto de una farola o de un poste de la luz gritando frases inconexas de un sino trágico y siniestro: «¡Los fascistas nos matarán a todos…no quedaremos ninguno para contarlo!»

Mientras, se consumaba la llegada de las fuerzas expedicionarias italianas encargadas de la ocupación de Alicante. Desde el puerto los refugiados oyeron sus cánticos y los gritos de «¡Duce, Duce, Duce!», cuando se acercaban por la Explanada de España hacia el puerto. Inmediatamente formaron un cordón militar para cerrar las entradas y salidas del recinto portuario. Para todos los refugiados, los legionarios italianos eran la imagen presente y real del fascismo que habían combatido durante casi tres años. Entonces sintieron que todas sus esperanzas eran vanas, definitivamente solos, olvidados, traicionados, atrapados en la ratonera del puerto a merced de los ocupantes. Comenzaban las horas más amargas ¿Qué hacer? Resistir o entregarse era el único dilema, pues todos sabían que la resistencia sólo serviría para añadir más sangre inútil a tanta ya derramada. Fue esa noche cuando empezaron realmente los primeros suicidios, que continuaron en un contrapunto trágico hasta la misma madrugada del sábado 1 de abril.

Sin embargo, todavía parecía quedar un débil hilo de esperanza. Nos referimos a los esfuerzos del cuerpo consular en Alicante y de los miembros de la Comisión de Ayuda, para convertir la zona del puerto en una zona neutral, con un estatuto de extraterritorialidad, en espera de la llegada de los barcos, que supuestamente habría sido aceptada por las primeras autoridades franquistas de Alicante y por el propio general Gambara, el jefe de las fuerzas ocupantes. Sólo aportar algunas certezas básicas a la luz de los mensajes cruzados entre el Mando del CTV ocupante y el Cuartel General de Franco, de las declaraciones de Charles Tillon -que se entrevistó con el propio Gambara- y que acabó siendo detenido.

La primera es que ni el mando del Ejército del Centro, bajo la jefatura del general Saliquet, ni el Cuartel General del Generalísimo aceptaron nunca la llamada Zona Neutral, ni consintieron el acercamiento de buques en tareas de evacuación. Al contrario, la orden inicial de Saliquet a Gambara fue terrible: «Redúzcanlos por la fuerza de las armas». En un comunicado posterior al Cuartel General de Franco, Saliquet reconocía que Gambara había preferido esperar, consiguiendo la rendición y entrega de todas las armas. Otros comunicados de Gambara defendían la actuación de los soldados italianos y en uno de ellos se decía: «un disparo de fusil no ha salido del CTV. Esta es la santa verdad».

La otra certeza es que -pese a unas posibles dudas o tolerancia inicial de los mandos italianos- en las horas decisivas, Gambara fue tajante y claro en su entrevista con Tillon, el cónsul francés y el coronel Burillo. Ante la propuesta, según recordó Tillon, Gambara ofendido le dijo: «Ni una palabra. Salga. Usted osa venir aquí a defender a comunistas, a criminales…Salga». A renglón seguido, él y el cónsul francés fueron detenidos por incitación a la resistencia, recluidos en el edificio del consulado de Francia bajo vigilancia hasta el 25 de abril, según el testimonio de Tillon, día en que la Embajada francesa les anunció que serían repatriados.

El viernes 31 de marzo las llamadas a la rendición eran absolutamente conminatorias, pero si por tierra está todo perdido, todavía podía quedar la esperanza de escapar por el mar. Pocos lo creían ya, pero de hecho la noche anterior se habían divisado luces de barcos que se acercaban y se alejaban o que atravesaban la bahía. Los barcos podían estar frente a Alicante. A mediodía del 31 vieron con toda claridad las siluetas de dos barcos aproximarse por primera vez, pero pronto identifican en la proa de uno de ellos la bandera nacional rojigualda. Cuando enfilan la bocana del puerto ya no caben dudas, son barcos de guerra pero españoles, el Vulcano y el Marte, minadores de la Escuadra franquista, con dos batallones españoles, el 121 y 122 del Cuerpo de Ejército de Galicia adscritos al Ejército de Levante.

Amarran en el otro muelle, donde antaño estuvo el puerto pesquero, siendo el desembarco de las tropas perfectamente visibles para los refugiados. Todos comprenden que es el final, como dirá Eduardo de Guzmán: «La muerte definitiva de la esperanza». Unos dicen que un silencio sobrecogedor, como de estupefacción, se extendió por todo el puerto. Otros, que se oyeron muchos gritos y llantos de desesperación. Hay quien ya decide quitarse la vida y poner fin a tanto suplicio. Uno de ellos fue Francisco Oliver, alcalde de Alcira, que se cortó el cuello de un gran tajo con una navaja de afeitar, dejando espantados a quienes estaban a su alrededor. La conmoción debió ser tremenda porque en pocos segundos se extendería la terrible noticia, sobrecogiendo el ánimo de todos.

¿Cuántos suicidios hubo en el puerto?

Se han dado los datos más dispares, incluso por el propio mando italiano, que en un primer comunicado del día 1 de abril habla del suicidio de 68 milicianos, pero en el parte del día 4 se mencionan 22 suicidios, después de reconocer que el asunto del puerto había pasado por fases verdaderamente dramáticas.

En el libro de Registro del Cementerio de Alicante entre el 31 de marzo y el 1 de abril constan dos registros sospechosos de suicidio, porque en contraste con los otros apuntes no se menciona más que el nombre en un caso y en el otro se utiliza el epígrafe «Desconocido». Del 3 al 5 de abril se registraron siete casos con el epígrafe «Un suicida», indudablemente del puerto. Después, el 9 de abril hay un registro de cuatro fallecidos bajo un epígrafe de «Judicial» y ya el 21 de abril un registro más que especifica «Militar del puerto». Por último, el 24 y 27 de abril se registran dos cadáveres más, bajo el epígrafe de «Desconocidos» y «Judicial». Por tanto y resumiendo, ocho casos serían suicidios del puerto de forma incontestable, los apuntes del 3 al 5 de abril citados y el del 21 de abril. A ellos se les podrían añadir ocho más, presumibles con bastante certeza, lo que haría un total de 16 suicidios, que se acerca a la estimación proporcionada por el mando italiano. Siempre caben otras especulaciones, pero estas son las cifras hasta que otras fuentes más fiables y rigurosas las confirmen o desmientan.

Volviendo a los hechos, los soldados españoles sustituyeron rápidamente a los italianos en el puerto. Cumplido el plazo de forma inexorable, a eso de las seis de la tarde, comenzaron a salir en largas filas los republicanos del puerto. Cacheados y despojados de muchas de sus pertenencias, fueron conducidos, flanqueados por soldados, hasta un campo de concentración improvisado al aire libre a apenas dos kilómetros del puerto, en la carretera de Valencia, en unos bancales de almendros, en las laderas de la Serra Grossa. Allí se hacían cargo de ellos otra vez los soldados italianos. Cuando anocheció se interrumpieron las tareas de evacuación del puerto, quedando aún en su interior unas dos mil personas, seguramente los más comprometidos, o los que querían sentir unas horas más el orgullo y la dignidad de ser los últimos resistentes de la maltratada República Española.

Cuando amanece y los preparativos de la salida son ya inminentes, dos hombres enlazan sus manos y se disparan un tiro en la cabeza. Son Máximo Franco y Evaristo Viñuelas, anarquistas, comandantes de la 127 Brigada Mixta y Comisario de la 28 División. Es su última protesta contra el fascismo.

A las 9 de la mañana del día 1 de abril salían del recinto los últimos resistentes republicanos, concluyendo uno de los episodios más dramáticos de los tantos vividos en nuestra incivil guerra. Ahora «El Caudillo» podía dictar el último parte de guerra: «Cautivo y desarmado el Ejército Rojo…» La guerra había terminado, también en Alicante, pero no «al paso alegre de la paz», al menos para los vencidos.

Un recién nacido en el puerto de Alicante

Testimonio de Carmen Caamaño Díaz.. Entrevista 23/3/1993

«Di a luz en Alicante el día 19 de marzo de 1939, en casa de un médico amigo que nos acogió, asistida por el doctor Ramos. Estaba muy débil y apenas me podía mover hasta que llegó el momento de que se sabía que estaban a punto de entrar los nacionales y entonces yo dije:-Me pongo en pie como sea, porque hay que marcharse. Me preparé, cogí al niño y fuimos al puerto. En el puerto empezó a llegar gente y me dijeron: -hemos visto a Ricardo, por ahí anda Ricardo (su esposo había llegado al puerto desde el frente con la masa de fugitivos) Y a él: -Por ahí hemos visto a Carmen con el niño. Y en ese desbarajuste logramos encontrarnos mi marido y yo. Mi marido no conocía al niño, mi marido se encontró con el niño en el puerto de Alicante. Nunca olvidaré la frase que dijo: - Ahora ya nos podemos morir los tres juntos.

Yo me encontraba tan hecha polvo, que ni siquiera tenía capacidad para reaccionar. Me encontraba como si el mundo entero se me hubiera caído encima y hubiera sido una catástrofe espantosa. Veía a mi hijo y decía: - ¡Qué va a ser de esta criatura! Porque en ningún momento creí que saldríamos con vida de aquello... está en mi recuerdo como un cuadro dantesco, porque cada uno estaba tan derrotado personalmente… Veíamos suicidios y pensábamos que habían tomado una buena decisión, porque al final se iban a ahorrar todo lo que sabíamos que nos esperaba. Veías matarse a la gente y decías: -Que bien si yo tuviera el valor de quitarme de en medio.

No comíamos nada, alguna cosa que nos daban otros. Me acuerdo que vinieron con un vasito de leche, para ver si el niño tomaba de aquella leche, porque a mí con el disgusto, se me fue la leche y no había nada para darle de comer. Se la dimos y enseguida la devolvió. El niño lloraba desesperado y no sabíamos qué hacer con él, porque lloraba sin parar.

Entonces llegaron los italianos y mi marido y yo íbamos con el niño entre las dos filas de los italianos, pero las filas se acabaron y nosotros seguimos andando, y viendo que nadie nos decía nada seguimos sin que nadie nos detuviera. Llegamos al pueblo de San Juan, con tan mala suerte que unos falangistas nos detuvieron sin cargos, porque dijeron que nos conocían de la guerra y que algo habríamos hecho. Nos llevaron al Gobierno Civil y pasamos dos noches en Comisaría, y al tercero nos llevaron al Reformatorio. Estuvimos juntos un día, pero al siguiente a mi marido se lo llevaron por un lado y a mí y al niño por otro. Yo no recuerdo que cuando llegamos al Reformatorio hubiera alguien además de nosotros tres. En Comisaría nos habían dado algo de comer, pero no había leche para el niño. En el Reformatorio, a fuerza de dar voces y gritos, vino un hombre y yo le dije que no pedía nada para nosotros, pero que le trajera algo al niño. Nos llevaron el agua y creo que algo de leche en polvo o condensada. Encendimos un fuego con papeles para calentar el agua y con una cuchara hecha de papel le íbamos dando la leche, y así paró de llorar».