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Análisis

Alicante, la ciudad donde todo llega tarde y no nos gusta nada

Las estaciones del AVE y de autobuses, la Vía Parque y ahora la Oficina de Turismo son ejemplos de la descoordinación que impera en la ciudad

Un operario trabajando esta semana en el montaje de la oficina. RAFA ARJONES

Sucedió con el proyecto de la estación del AVE, que prácticamente cuando el primer tren salía de Atocha para llegar a Alicante el 13 de junio de 2013, a alguien se le ocurrió montar el debate de por qué la estación no se hacía en el cementerio, acaba de suceder con la Vía Parque, víctima de la falta de coordinación entre las administraciones, sean del color político que sean, y esta semana ha vuelto a ocurrir con la Oficina de Turismo de la Plaza del Puerto.

Tras casi cuatro años de negociaciones, alegaciones, trámites y retrámites, ahora no nos gusta lo que se adivina van a colocarnos encima de la plaza del Puerto porque se asemeja a un mamotreto, vista la estructura de hierros que nos han plantado sobre el trozo de plaza donde estuvo cinco años un carrusel infantil.

De nuevo, en Alicante nos ocurre lo de siempre. Las cosas se dejan para el final o, simplemente, se dejan morir. ¿Se acuerdan la estación de autobuses provisional construida en el Puerto? De provisional, nada. No solo se levantó sobre unos terrenos que ha habido que volver a calificar para darle encaje legal. Es que esa va a ser la definitiva, nos guste más o menos, y, mientras, todavía nadie tiene claro qué hacer con el edificio restaurado en la plaza de Séneca. Sí, hablamos de Alicante, la ciudad donde no nos gusta nunca nada, y en la que es difícil que cuaje algún proyecto de los escasos que se presentan.

Esta semana, la polémica se ha abierto por la ubicación de la Oficina de Turismo del Puerto, construida sobre una plaza levantada encima de un parking público y en la que en sus primeros años apenas se permitía pasear a más de diez personas a la vez, no se nos fuera a hundir. Últimamente, sin embargo, hasta ha sido centro de reunión de un macrobotellón con diez mil personas bebiendo y bailando en pleno Carnaval.

Ahora, aunque es cierto que también hay división de opiniones a favor y en contra, ponemos el grito en el cielo por lo poco vistoso que es el armazón de la Oficina de Turismo. Que si no es desmontable, que si pesa mucho, que si tapa las vistas del edificio Carbonell. Que, en definitiva, que él, ella o las personas que decidieron su ubicación la metieron bien metida. Cierto, quizá no sea la mejor ubicación, a mí tampoco me gusta esa esquina donde la han colocado, pero ¿cuatro años después abrimos ahora el debate? El primer alcalde de este mandato en esta Corporación, Gabriel Echávarri, anunció el proyecto casi minutos después de tomar posesión al frente de ese tripartito que acabó como el ejército de Pancho Villa. Convenció a Francesc Colomer, secretario autonómico de Turismo, y logró 700.000 euros de València para que, por fin, Alicante tuviera la oficina de Turismo que la ciudad se merece. Hasta ahí, perfecto.

Como Echávarri no podía ni ver a su vicealcalde y concejal de Urbanismo, Miguel Ángel Pavón, todo se tramitó y diseñó, ubicación incluida, en el Patronato Municipal de Turismo, colocando la oficina en la plaza. Colomer, que solo es el «paganini», aceptó la oferta y para adelante. Pavón no se enteró hasta el final, y Compromís y Ciudadanos todavía no deben haberse enterado ni de dónde va la oficina. Pues bien, cayó el tripartito y llegó el PP con Luis Barcala y su equipo con ganas de hacer ruido. «Escándalo, un bodrio de oficina, ilegal...» fueron algunos de los calificativos que recibió el proyecto por el PP cuando los técnicos de Urbanismo, ya en la fase de petición de licencias, se enteraron del proyecto.

Resulta surrealista que se rechace ahora la Oficina de Turismo que, salvo el edil Pavón, nadie cuestionó en cuatro años

La edil Mari Carmen de España y su equipo optaron por el paripé, cambiaron cuatro rayas del proyecto, y en aras de no perder la subvención, así dijeron, miraron hacia otro lado y mantuvieron la ubicación en la plaza. Ahora, a poco más de un mes de las elecciones, reculan y aseguran que negociarán el cambio de ubicación. Lo dicho, cuatro años han pasado y la reacción llega cuando el Consell está a punto de dar las llaves de la oficina que, en su concepción, no va a ser más bonita o fea que la cafetería que lleva años en la plaza y, por supuesto, será mucho más agradable que el espantoso edificio del Casino.

Hablamos de Alicante, la ciudad de los engendros porque tenemos la mala suerte de contar con algunos ejemplos a la hora de tomar las decisiones.

¿De qué sirven los periodos de alegaciones si al final solo alegan los mismos? Pavón, los ecologistas y los vecinos. Muchas veces cargados de razón pero sin poder de decisión. Nos quedamos sin una buena estación del AVE, la de autobuses pasa de provisional a definitiva, la Vía Parque en el Palmeral es un trozo de carretera que, esperemos, alivie al menos la salida a sus trabajos a los vecinos de San Gabriel (de tercera circunvalación nada), y ahora una Oficina de Turismo que queremos cambiarla cuatro años después de conocer que iría en el Puerto. Ahí tienen la Zona Volvo.

Alguien tendría que explicar el motivo por el que se cambió la ubicación inicial de la oficina, que iba en el centro de la plaza, para ubicarla en una esquina, donde estaba el carrusel. Una ubicación que permitía, además, subir a la terraza para fotografiar el Castillo de Santa Bárbara. El que ordenó el cambio de ubicación debiera justificarlo porque el primer diseño no colocaba la Oficina de Turismo en la inoportuna esquina.

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