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La cuarta vía

Tan digno es ser mecánico como cirujano, eso sí, siempre el mejor

Tan digno es ser mecánico como cirujano, eso sí, siempre el mejor

Me independicé (emancipé) con 22 años, a 800 kilómetros de la ciudad que me vio nacer, en el municipio donde pasaba mis veranos desde la adolescencia, y todavía en cuarto de carrera. A los cuatro meses de estar trabajando me había comprado un pequeño utilitario de esos que lucían en la matrícula la primera letra del nombre de la ciudad o provincia donde estaba inscrito, en mi caso la A de Alicante, la ciudad donde acabé formando una familia como lo podía haber hecho en Elche, el municipio donde en el que tras las oportunas prácticas empecé en esto del periodismo. ¿Privilegiado? Por supuesto, no lo dudo, pero desde que aprobé el COU fui de los que sacrificaron los veranos para no tener los bolsillos llenos de telarañas.

En mí época, como en todas las épocas, encontrar un trabajo era complicado pero, indudablemente, y por lo que vi a mi alrededor y en el entorno de las personas cercanas a mí, no fue tan complicado como lo es ahora. Ni para mí ni para mis compañeros de clase en el colegio, promoción de 1981 en la que hubo un poco de todo. Médicos, inspectores de Hacienda, policías, biólogos, profesores, informáticos... y hasta un misionero, un auténtico héroe de esos que pasan por el mundo desapercibidos haciendo el bien sin pedir nada a cambio. Se independizó a los 25, claro que se independizó y allí sigue, en un lugar de la selva de Perú más propia de la «La Misión» de Roland Joffé y De Niro, donde sigue, a su modo, predicando la Teología de la Liberación. De película.

Van para 34 años desde que un septiembre de 1984 les dije a mis padres que volvería a casa por Navidad, que me habían ofrecido un año de contrato en Elche, y eso que todavía no había acabado la carrera, que, obviamente, duró seis años y no cinco como se estilaba en aquellos años.

Años en los que las licenciaturas no se estiraban como ahora, con másteres y másteres. Esos estudios de postgrado que, camino ya del primer cuarto del siglo XXI se han convertido en un compañero de viaje de aquellos y aquellas que a los 30 -conozco el caso de un amigo que pasa ya de los 40- siguen en casa más felices que las perdices-, y una buena fuente de ingresos, los másteres, para las universidades.

Hoy, 34 años después claro que resulta triste ver cómo generaciones infinitamente mejor preparadas que la mía siguen viviendo en casa, viendo hacerse mayores a los padres y con la frustración, no ya de poder echarles una mano con la pensión, sino de no poder irse de casa, porque o bien carecen de un trabajo estable y digno, o el que encuentran es temporal, por unas horas y, en ocasiones, con propuestas de salarios que invitan, algunos he conocido, a continuar en el sofá esperando el puchero diario.

La falta de estabilidad en el empleo, por mucho que la estadística hable de que se van aligerando esos listados que mes a mes nos dan de bruces con la realidad, sigue siendo el principal lastre que impide la formación de nuevas familias o, simplemente, salir de casa a vivir tu vida como la hayas elegido. A bote pronto, por ejemplo, solo se me ocurre un municipio de la provincia en el que, si le echas ganas, porque también hay que tenerlas, se puede trabajar la mayor parte de los meses del año: Benidorm. Paradójicamente, una ciudad donde se prima más la capacidad de trabajo y el echarle ganas que las carreras universitarias. Y ahí vamos.

¿Cuál es entonces la solución? Lo que está claro es que sin empleo no hay vivienda y sin un techo las posibilidades de dejar el domicilio de los padres son imposibles. Cada vez que hablamos de emancipación solemos abrir el gran angular hacia el centro y norte de Europa. Países, de entrada, con la mitad del censo demográfico que España -la Comunidad Valenciana y Murcia tienen más habitantes que toda Finlandia y la ciudad de Alicante tantos como Islandia- , en los que la Educación se ha planteado, además, de otra forma. Más hacia el lado práctico, algo en lo que hasta ahora hemos fallado. No hay familia en Alicante, ni en el resto de España, que pudiendo dar estudios superiores a sus hijos se haya planteado alguna vez que éstos no vayan a la Universidad por sistema, y enfoquen su futuro hacia la Formación Profesional. Fontaneros, mecánicos, electricistas, panaderos, cocineros -éstos últimos ahora de moda por el éxito de los popes de la nueva cocina-, bomberos, policías. Nuestra gran asignatura pendiente en materia de Educación. Una cultura, la nuestra, que lleva, muchas veces, a convertir las universidades en fábricas de parados y, en ocasiones, de frustrados ante la posterior falta de oportunidades.

¿Por qué no dignificar las profesiones sin tanto lustre? El padre de uno de mis mejores amigos, emigrante en su propio país, llegó del pueblo a la ciudad y a base de trabajar como fontanero, eso sí de sol a sol, se hizo rico y no construyendo los sistemas sanitarios de las grandes urbanizaciones. Fontanero formó una familia y fue un hombre admirable. No tuvo que ser el mejor ingeniero, ni el mejor médico para labrarse un futuro.

Nos quejamos de que nuestros hijos no tienen oportunidades para emanciparse. Muchos de los que lo escuchan a diario desde la comodidad del salario público tienen, ahora que se acercan las elecciones, la oportunidad de poner las bases para que esto empiece a cambiar. Formación Profesional, viviendas para los jóvenes (pero reales, no esas que se pierden en los planes que se anuncian durante todos los mandatos y nunca aparecen), ayudas a las empresas y legislación. Es la única fórmula a aplicar para no tener que recordar, cada cierto tiempo, lo difícil que está la vida que mi príncipe o princesa no se pueden ir de casa ni a los 30 años. Algunos, por otro lado, tampoco lo intentan. Conozco a un amigo que pasada, y bien pasada, la treintena seguía en la Tuna sin acabar la carrera, que de todo hay. Como conozco a chavales que en COU -hoy Segundo de Bachiller- ya daban clases particulares o se buscaban trabajos esporádicos para descargar a los padres de la soldada semanal.

Pero para ello hay que tener claro que tan digno es trabajar de peluquero como de neurocirujano, pero siempre intentando ser el mejor en lo que decidas hacer. Cuanto antes nos quitemos ciertos estigmas, antes podremos resolver eso de la emancipación. Por cierto, no deja de ser una decisión personal. La persona que quiera vivir en su casa hasta los 50 es libre de hacerlo. Adelante pero no es aconsejable. A los padres se le cuida y quiere de muchas maneras, no necesariamente pegados a ellos.

Más preocupante que la edad de la emancipación es la falta de oportunidades en el mercado para contar con trabajos bien remunerados o sueldos acordes con el nivel de vida en las ciudades y eso solo se consigue con políticas efectivas que deben sacar adelante los que se suben al coche oficial. Como ha recordado esta semana Juan Roig, presidente de Mercadona, que algo sabe de proyectos exitosos, los políticos están para resolver nuestros problemas, para eso les elegimos y les pagamos.

Y como sostiene mi compañero Andrés Valdés, ante todo hay que «lucharse» todos los días.

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