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Claves para ser un buen maestro

La psicopedagoga y escritora Mari Carmen Díez expone ante los futuros maestros en la UA su experiencia de 46 años en las aulas

Estudiantes de Educación Infantil de la Universidad de Alicante durante la charla de MAria Carmen Díez PILAR CORTÉS

Recordar que el oficio de un niño es jugar, cambiar las directrices por la reflexión, ser comprensivos y humildes porque los niños tienen historia y familia, favorecer que crezcan, aprendan y sean felices, sin olvidar que cuando van a la escuela empiezan a pensar de forma autónoma. Son las claves que la maestra y pedagoga Mari Carmen Díez Navarro ha expuesto ante los futuros maestros en la Facultad de Educación de la Universidad de Alicante para tener éxito en su profesión.

Jubilada hace tres años y autora de numerosos libros didácticos extraídos de su experiencia en el aula, tal y como expuso al presentarla el profesor Vicent Brotons, Mari Carmen Díez ha dado una lección práctica a los estudiantes de Magisterio de la UA, conminándoles, sobre todas las cosas, a no encerrarse en la programación anual que hagan del curso para poder permanecer abiertos a lo que interese al alumno “porque con sus intervenciones aprendemos todos”, destaca la maestra.

Tras autocalificarse como la vieja elefanta a la que sigue la manada, Díez expuso una serie de “alertas”, con el objetivo de lograr “alumnos alegres”, y apuntó ante los alumnos que con sus reflexiones trata de mejorar la vida escolar cambiando la práctica.

Pionera

Pionera en trabajar en el aula por proyectos -según apuntó también Brotons- Díez anima a los futuros maestros a que traten en el aula temas como la belleza, el amor, las separaciones de los padres o la muerte, porque según explicó, con el afán de no frustrar a los niños se eluden cuestiones que les afectan como a todos nosotros y dejar de comentarlas es como ser “desconsiderados” con ellos.

“La escuela necesita calma, no queremos niños como pollitos de granja corriendo de una extraescolar a otra y con apenas tiempo para bañarse y cenar. El tiempo de crianza es necesario”, concretó.

Recelo

Por esto mismo esta maestra recela de las pantallas, del acceso temprano de los niños al móvil. Fue el único asunto sobre el que preguntaron los alumnos de Magisterio asistentes a la charla, -al margen de cuestiones personales sobre cuándo decidió ser maestra o el recuerdo de su primer día de clase-: Pantallas en clase ¿sí o no?.

Díez fue tajante. “las pantallas matan el imaginario de los niños, en casa les distraen, no les educan, solo implican que te dejan como padre más tranquilo, pero debemos preservarles de algo tan adictivo y si empezamos demasiado pronto les restamos creatividad e imaginación”, aseveró.

Insistió en que incluso las pizarras digitales pueden usarse en clase, pero de cuando en cuando, no como tónica general, “porque los maestros podemos aportar mucho al niño a nivel emocional y hablar con ellos es conocimiento social, como diría Piaget”, puntualizó.

Proyectos

Para esta experimentada maestra, con 46 años de ejercicio a sus espaldas -empezó con 19 años-, la escuela está “para otras cosas, el contacto directo persona a persona” y las nuevas tecnologías para proyectos concretos porque bastante sobreestimulados están los niños ya con las pantallas, dijo.

Su exposición, plagada de múltiples ejemplos vividos personalmente en las aulas, arrancaron más de una vez la sonrisa de los estudiantes que aspiran a ser maestros igualmente, a quienes Mari Carmen Díez advirtió, sobre todas las cosas, de la necesidad de que se planteen ir al aula a escuchar y no a que les escuchen a ellos, tanto en referencia a los alumnos como a los padres.

“Lo que quieren es que sus hijos vayan bien. No son enemigos salvo excepciones, las menos, como en cualquier profesión. No hay que tener prevención de cara a las familias porque es más fácil que llegue la colaboración”, enfatizó.

Y concluyó aseverando que para educar a los niños hoy en día hace falta no una tribu, sino dos, en el sentido de que todos debemos implicarnos porque si no llamamos la atención al menor que no se comporta a nuestro lado, en la calle o en cualquier espacio público, “se envalentonan, porque es como si desapareciéramos”.

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