Noel tiene 69 años y vive en una habitación alquilada por la que paga unos 200 euros, la mitad de la pensión no contributiva que cobra. Así, cada mes dispone de apenas 200 euros para cubrir el resto de necesidades vitales, entre las que se encontraría la alimentación diaria si no fuera por el servicio que ofrece, gratuitamente de lunes a viernes, el comedor social de San Gabriel, donde cada día es más habitual ver a personas mayores a los que su pensión no les permite llegar a final de mes. «El dinero no me da para más. Si no vengo aquí a comer, no me podría pagar la habitación y no quiero vivir más tiempo en la calle, donde he estado cinco meses», explica Noel, mientras se come el segundo plato del día: unos filetes de carne en salsa, que complementan a unos macarrones con tomate. De postre, fruta; y para beber, agua o refresco de cola, nada de alcohol.

El perfil de Noel, que no oculta estar «más que contento» con el servicio que presta el comedor social, se repite cada vez más. Así lo confirma Antonio Moya, el responsable de una instalación que abrió sus puertas hace cuatro años y por la que ya han pasado unas 2.700 personas. Noel dedica los 200 euros de la pensión que le quedan al mes para comer los fines de semana, cuando cierra el comedor de San Gabriel. «Esos días hay que buscarse la vida: compro pan y alguna lata», relata un extrabajador de la construcción que lleva medio siglo ya en Alicante.

Menos tiempo acumula en la ciudad Valentina, una mujer de origen ruso y ojos azules que no pueden ocultar las lágrimas al relatar su difícil situación personal. Pese a que intenta sonreírle a la vida a sus 78 años, la emoción no le permite contar mucho, sólo su nombre, edad y que «apenas tiene dinero». Esa circunstancia, añade en un español a base de palabras sueltas, le impide «comer en casa». Lleva tres años yendo hasta San Gabriel a comer caliente. «Está muy bien todo», dice agradecida.

Más explícito se muestra Antonio, de 66 años y que vive en un coche. «Tener comida segura de lunes a viernes es gloria bendita. Llevo dos años viniendo, la pensión, de 360 euros, no me da para más. Con ese dinero no se puede dormir, comer, asearte... Es imposible», relata mientras apura el primer plato del día en un comedor social situado en la zona sur, al que suele acudir a pie, recorriendo los cuatro kilómetros que lo separan del centro de personas sin hogar por donde tiene aparcado el coche en el que duerme.

«La pensión es muy limitada, no me vale ni para alquilar una habitación. No les vale», explica Antonio bajo la atenta mirada de su homónimo, Antonio Moya, representante vecinal y «alma mater» del comedor social en el que no piden dinero para entrar, es todo gratis, pero en el que llevan un control para que gente con recursos no se aproveche del servicio: «A simple vista se suele ver quién necesita y quién no. Pero en ocasiones hemos llegado a pedir una justificación. Con 800 euros de pensión, no pueden venir a comer gratis». Para los que de verdad lo necesitan y hacen vida lejos de San Gabriel, Antonio pide al Ayuntamiento que ofrezca ayudas para el transporte: «Vienen familias desde la Zona Norte, andando, con niños». Por ahora, sólo ha habido intentos, pero todos sin éxito.

El menú: tres platos (al menos uno caliente) y un «kit» para cenar

El menú: En el comedor social de San Gabriel, a donde cada mediodía acuden unas 150 personas (en dos y tres turnos), se puede ver a hombres (los que más) y mujeres, a jóvenes, familias y personas mayores (cada vez es más habitual ver a pensionistas que no llegan a final de mes). A diario, los voluntarios reparten tres platos de comida por cabeza (uno, al menos, caliente) y dan a los usuarios, además, un «kit» para la cena, con un bocadillo y una pieza de fruta. Los fines de semana, eso sí, el centro está cerrado, por lo que los usuarios tienen que buscar alternativas para comer.