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Una mujer de 74 años acoge a un refugiado en su hogar

Mamadou Saidou cruzó medio continente africano y llegó a España en patera huyendo de la muerte

La sonrisa siempre está presente en las caras de Mariana Veloso y Mamadou Saidou. PILAR CORTÉS

Bien es sabido que hay caminos inescrutables y que difícilmente puedes saber dónde te llevará el destino. El azar, el infortunio, la desdicha y la casualidad marcan el porvenir de millones de personas en todo el mundo, ofreciendo muchas veces situaciones que, por sorprendentes, no dejan de ser alentadoras. Mariana Veloso y Mamadou Saidou nunca jamás pudieron imaginar que sus vidas se iban a cruzar, que iban a compartir casa, en Alicante, con 46 años de diferencia entre ambos, separados por una enorme brecha abierta por la cultura, la religión, sus hábitos y costumbres, pero unidos por un estímulo tan humano como es la solidaridad.

Un programa de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) pretende fomentar la colaboración ciudadana con refugiados que han llegado a España en los últimos años. Estas personas, que han solicitado protección internacional y están a la espera de que les concedan el asilo, buscan una vivienda digna que les permita rehacer sus vidas. Con las personas refugiadas, a los problemas habituales para encontrar un hogar se unen prejuicios, desconfianza y discriminación. Por eso, CEAR anima a que quien disponga de una vivienda en alquiler, no se la niegue a una persona refugiada.

En eso se basa la campaña «Mételos en tu casa», una frase espontánea, escuchada en muchas conversaciones de café a la que CEAR le ha dado la vuelta para que cada vez sean más quienes quieran, de verdad, compartir su casa con un refugiado.

Después de estar tres meses en el centro de acogida que CEAR abrió en abril en Sant Joan d'Alacant, Mamadou Saidou se disponía a pasar a la segunda fase del programa para refugiados. Este guineano de 28 años huyó de su país por temor a perder su vida, y ahora se disponía a seguir avanzando en el aprendizaje del español para poder insertarse en el mercado laboral. Con este fin, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado le da un dinero para pagar el alquiler de una vivienda, pero horas antes de entrar en un domicilio de Alicante, fue rechazado «por ser negro». Y entonces, de forma absolutamente inesperada, apareció Mariana Veloso, de 74 años de edad, que viven en el bario alicantino de Juan XXIII, que está en tratamiento tras haber sido operada de un cáncer y que, como ella misma dice, «yo estoy acostumbrada a recibir pero él, Mamadou, está acostumbrado al rechazo y a pasarlo muy mal».

Diferencias salvables

Esa diferencia tan abismal es lo que más ha unido a Mariana y Mamadou. «Estoy enferma de cáncer y lo llevo muy bien. Me ponen mi quimio cada 28 días pero la alegría de mi casa es Mamadou. Este chico es increíble, es de risa fácil, porque lo ha pasado tan mal que cualquier detalle pequeño que tengamos con él, como abrirle la puerta o recibirlo, para él es un regalo, es todo un regalo».

Igual que Mariana habla de que Mamadou es «su hijo adoptivo», este refugiado considera a esta señora es «mi madre española», una mujer «tan buena persona, con la que estoy muy contento y muy feliz». Estos piropos mutuos no son para menos. Mariana defiende sin ambages el programa «Mételos en tu casa», que te permite «estar protegida, acompañada, tienes en casa una persona amable que está dispuesta a hablarte y escucharte siempre y eso no se da en la emigración». La sorpresa es mayor cuando piensas que estos «compañeros de piso» viven en Juan XXIII, «un barrio muy humilde, donde no lo terminan de entender. Yo me he puesto el barrio en contra», asegura Mariana, a la que preguntan por la calle: «¿Por qué ayudas a un señor así y no te centras en nosotros? Unos piensan que me he echado un ligue jovencito y otros que lo tengo como un esclavete trabajando todo el día para mí. Lo que nadie piensa es que lo haces porque eres así, que estás recibiendo unas ventajas terribles. Y no lo piensan porque ellos no lo harían, ni acogerían a nadie en su casa, cuando un emigrante es como un regalo».

Mamadou está casado y tiene tres hijos. Tuvo que huir hasta Senegal con familia porque temía por sus vida. Su mujer es cristiana y, por eso, «fuimos acosados y maltratados por un hombre rico de mi país, que no podía entender como yo estaba casado con una cristiana». Evidentemente, ahora no puede volver a Guinea Conakry. Es más, su deseo es que sea su familia «la que venga a vivir conmigo a España».

Este solicitante de asilo tiene formación como soldador y habla cinco idiomas: árabe, francés, inglés, su dialecto nativo, y ya se defiende en castellano. Ha estado trabajado un mes y medio en la construcción, y a diario acude a clases de español para extranjeros. Mariana comenta que si no está trabajado o estudiando «se pasa el día comiendo y rezando». En el apartado de la alimentación, la polémica es constante respecto a la dieta de Mamadou. «Come seis veces al día, cocina él y lo que come es infernal, sobre todo un arroz y pollo muy, muy picante, al que echa cayena molida en abundancia». Tampoco faltan las clases de español, entre profesora y alumno, los programas que ven en la televisión («nos gustan mucho los cotilleos») y el debate sobre la hora de irse a dormir. «A las nueve de la noche se acuesta y me dice que me acueste yo también. Desde mi habitación escucho como sufre pesadillas sobre lo que vivió en la patera». Entonces es cuando Mariana piensa: «Si alguien quiere acoger un emigrante en casa, que sepa que va a recibir un auténtico regalo. Aunque por dentro sea una persona que está muy dolorida y hecha polvo, nunca te lo va a demostrar. Cuando los hijos se han ido y los nietos ni se acuerdan tienes una persona que está dispuesta a darte todo el cariño del mundo».

La cantante de Guinea Conakry, Nakany Kanté, tituló un disco «Saramaya», una expresión africana que viene a decir: «Lo que estoy buscando». Su paisano Mamadou ya lo ha encontrado.

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