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Manolo Alarcón

La bola de nieve

La subida del precio del agua desalada es otro ejemplo más de la incapacidad política para resolver problemas. En vez de solventarlos, los van aparcando y, con el paso de los años, los vemos crecer como si fueran bolas de nieve cada vez más difíciles de evitar que nos aplasten. En un país con un gravísimo déficit hídrico se debería haber buscado desde el primer momento la solución más fácil y barata para lograr agua, que era la de la solidaridad, que consistía en trasvasarla entre cuencas. Un bien escaso debe estar controlado (y este lo está) por el Gobierno y no ser (como ha sido, es y será) una moneda de cambio sobre la cual, según sople el aire, se toma una decisión al albur sin importar a la larga las consecuencias. Pero, ya se sabe, es más fácil agujerear una montaña con un túnel que rodearla o construir una desaladora que llevar agua de una cuenca a otra. En definitiva, es más fácil pagar que negociar para encontrar una solución; sobre todo, cuando el dinero no es tuyo. Son sesudos acuerdos que toman los políticos reunidos consigo mismos. Y, como en este caso no había ni capacidad de diálogo ni inteligencia, se apostó por poner en marcha un programa (pomposamente llamado AGUA), que se anunció como la panacea de todos los males. Y ya saben que puestos a construir desaladoras, las hacemos a lo grande. Gracias a ello tenemos en Torrevieja la más grande de Europa, tanto que necesita una central eléctrica en exclusiva para que funcione a pleno rendimiento. Ahora, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, nos dice que se ha acabado la subvención a los regantes por esa agua desalada y que tienen que abonar el doble por metro cúbico, cantidad que al final costearemos todos en la cesta de la compra de frutas y verduras. Y todo por culpa de esos políticos que les gusta fabricar bolas de nieve y permitir que sigan creciendo sin cesar porque, al fin y a la postre, pensarán, las pagamos nosotros, aunque al final haya tantas que amenacen con aplastarnos.

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