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La culpa de lo que está pasando con la Santa Faz es nuestra, de todos los alicantinos

Los políticos locales han vivido sus amores, odios e indiferencias hacia el monasterio sin preocuparse de la propiedad legal del mismo

Tensión vecinal en Santa Faz tras el traslado de las Clarisas

Tensión vecinal en Santa Faz tras el traslado de las Clarisas

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Tensión vecinal en Santa Faz tras el traslado de las Clarisas Gerardo Muñoz Lorente

El mismo día que apareció en estas páginas la noticia de que las Clarisas iban a ser desalojadas del convento de la Verónica por el Obispado, un amigo me dijo: «Tienes que escribir sobre esto».

No lo hice ese día, ni tampoco los siguientes, a pesar de que otros amigos me dijeron lo mismo: que tenía que escribir sobre la Santa Faz y lo que estaba ocurriendo, aprovechando que cada lunes aparece en este diario un artículo mío sobre la historia de Alicante. Les respondí que en esos artículos, «Momentos de Alicante», escribo precisamente sobre la historia de la ciudad, no de noticias actuales. Pero no les convencí. El domingo algunos de ellos volvieron a insistirme: «Parece mentira que el cronista que escribe sobre la ciudad en el periódico alicantino por antonomasia no hable sobre lo que está pasando en la Santa Faz». Eso me dolió; por quien lo decía y porque tenía razón. Claro que tenían razón. Entonces les dije la verdad: «Es que si escribo lo que pienso, no gustará a nadie, y es muy posible que algunos de mis amigos alicantinos se enfaden conmigo». No replicaron nada de palabra, pero vi la palabra cobardía escrita en sus miradas.

Hace unos días podría haber escrito, en efecto, un artículo repasando lo que los cronistas Viravens, Nicasio C. Jover y demás han dicho sobre la historia de la Santa Faz, para acabar contando lo que todo el mundo sabe: que tanto el templo donde está el camarín de la Santa Faz como la peregrina anual forman parte de la tradición alicantina, respetada y querida por miles de personas sean o no religiosas, crean de verdad en el milagro de la lágrima acaecido en el barranco Lloixa el 17 de marzo de 1489 o sospechen que mosén Pedro Mena se lo inventó. Da igual. Miles de alicantinos acuden cada año a la romería por convicción religiosa o porque forma parte de sus recuerdos más entrañables, cuando sus padres les llevaban siendo niños. Otros también van por simple curiosidad o por conveniencia política, claro.

Pero no escribí ese artículo por lealtad a mis lectores. Porque no quería dejarme en el tintero lo que de verdad pienso sobre la salida más o menos forzada de las Clarisas del convento, de los planes que al parecer el Obispado tiene para el edificio, del posible traslado de la reliquia a San Nicolás, de ese desgarro emocional que muchos alicantinos dicen que están sufriendo ante la ida de unas monjas y el supuesto fin ilícito que está imponiendo el Obispado a una tradición religiosa y secular.

Irreversible

Mi opinión es que estos cambios que está experimentando la Santa Faz (consumados ya o planeados), que con tan sentida congoja están viviendo algunos alicantinos y alicantinas, escandalizados e impotentes ante el aparente despotismo con que actúa la Iglesia, todo ello es culpa de los propios alicantinos. De ese maldito «memfotismo» alicantino que solo muda a cabreo cuando el mal ya está hecho y casi siempre de manera irreversible.

Porque desde que se segregó el municipio de San Juan en 1779, quedando no obstante el monasterio en el de Alicante, ningún político se ha preocupado por la propiedad real del edificio. Se repartieron las cuatro llaves del camarín: dos para la Iglesia y las otras dos para las autoridades civiles, sí, pero en la práctica todo cuanto sucedía en el monasterio quedó en manos del Obispado y, en consecuencia, se entendió que también él era su propietario.

Y, desde entonces, tanto los políticos locales de derechas como los de izquierdas han vivido sus amores, odios e indiferencias hacia el monasterio de la Santa Faz sin preocuparse de la propiedad legal del mismo.

Cuando al principio de la Guerra Civil fue saqueado el monasterio y convertido en fábrica de aviones, la reliquia del camarín fue puesta a salvo a tiempo, y después protegida por el alcalde comunista Rafael Millá. Se supone que el antiguo monasterio pasó a ser propiedad del municipio, pero nadie lo registró oficialmente.

Una vez finalizada la guerra, el monasterio regresó al poder de la Iglesia, sin que tampoco los alcaldes franquistas se preguntaran quién era su propietario. Hasta que hace unos años, aprovechando que efectivamente no figuraba en el registro oficial el nombre del propietario legal de la Santa Faz, la Iglesia lo inmatriculó. Tampoco entonces los alcaldes alicantinos se preocuparon por ello. Ni siquiera Sonia Castedo, ahora tan preocupada por las monjas clarisas y el futuro de la Santa Faz, se preocupó entonces de averiguar con qué derecho la Iglesia registró el monasterio a su nombre, quizá porque estaba muy ocupada con los «Paus» como concejala de Urbanismo y como alcaldesa después.

Ahora, los concejales alicantinos claman al cielo por la decisión tomada por el Obispado. Claro que los conservadores, empezando por el alcalde, enseguida han reculado en sus reproches y reclamaciones, no en balde la derecha alicantina, a la hora de la verdad, siempre ha estado más al servicio de los intereses de la Iglesia que del Municipio.

De manera que los gobiernos municipales de izquierda nunca se preocuparon de la Santa Faz, más que para figurar en la romería. Hasta perdieron el expediente por el que se pedía la declaración de Bien de Interés Cultural del monasterio la última vez que gobernaron, o sea, hasta hace pocos meses.

Y los gobiernos municipales de derecha tampoco se han preocupado de la Santa Faz hasta ahora porque consideraban que era algo propio de la Iglesia, como lo seguirán considerando a partir de ahora, pese a todo.

Ahora la concejala de Cultura dice que pedir la declaración de BIC del monasterio es complejo por no sé qué reformas hechas anteriormente. ¡Pero si se han declarado BIC monumentos cuyas reformas han deformado la arquitectura original hasta lo grotesco, véase si no algunas de las torres de la antigua huerta de Alicante! También dice que es muy difícil pedir la declaración BIC para el Teatro Principal. ¿Cómo es posible que uno de los edificios más relevantes de la ciudad no haya sido considerado merecedor de ser declarado bien de interés cultural?

Pues bien, todos estos desatinos son responsabilidad de nuestros políticos, pero culpa de todos nosotros, los alicantinos, que nos despreocupamos de los valores e historia de nuestra ciudad casi tanto como la amamos.

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