Fue el consabido formato ya no tan innovador de político contestando a preguntas de los ciudadanos, pero no precisamente al estilo americano, con multitudinarios hemiciclos y gigantescos escenarios con atriles, sino en versión mucho más autóctona: con el almuerzo de los sábados de toda la vida. O sea: una buena mesa para unos 30 comensales, mantel de papel blanco, platitos de aceitunas y almendras, botellas de vino y agua, jarras de cerveza en el salón de un bar de origen leonés, calle Cardenal Belluga, barrio de San Blas, Alicante. Allí, poco antes de las diez de la mañana, comienzan a llegar los asistentes que por asistir al ágape han pagado 7 euros y a quien se les entrega una hojita amarilla y un boli negro para que escriban, entre bocado y bocado, la pregunta que van a formular al alcalde. Poco después, arriba puntual Luis Barcala, saluda, besa, y ocupa lugar en el centro de la mesa.

De maestro de ceremonias, micrófono en mano, ejerce el consejero del PP en À Punt Vicente Cutanda, quien explica el invento: se trata de celebrar «un almuerzo entre amigos» en el que gente de ideología diversa -hay una residente del barrio del PSOE, otra de IU, por supuesto simpatizantes populares- interroguen «sin tabús » al alcalde. La intención es mostrar a un Barcala más cercano al latido real de la calle: «Luis ha venido a escuchar», explica Cutanda. «También y como todos, ha pagado de forma rigurosa sus siete euros», añade.

Barcala acepta el reto, claro. «Es evidente que un alcalde no lo sabe todo y yo necesito saber». Y «con unas almendras y olivas delante se puede hablar de todo», dice.

Y, mientras desembarcan en la mesa los platos de croquetas, los vecinos escriben en sus papelitos sus preguntas que después le pasan a Cutanda para que éste las lea previamente, no para censurar nada (aclara), sino para comprobar que no haya cuestiones repetidas. Y cuando aterrizan los bocadillos -a elegir entre el de calamares, el de tortilla o el de salchichas- Cutanda ya tiene en su poder una sábana de hojitas amarillas que Barcala irá contestando a lo largo de dos horas. Hablará tanto el alcalde que entre plática y plática tendrá sus apuros para comer. Dirá jocoso: «A este paso no voy a amortizar los siete euros».

Hablará mucho Barcala y hablará de todo. De los grandes debates que tiene pendiente la ciudad y de esas cosas cotidianas «que a veces le preocupan más a los ciudadanos». Se meterá con el tripartito y obviará que algunos de los problemas que se le plantean tuvieron su génesis en anteriores gobiernos del PP -ni una sola referencia a Sonia Castedo ni a Díaz Alperi-. Se fajará con mejor soltura en aquellas preguntas amables que vienen de fuego amigo y se mostrará más inseguro con las que ha redactado alguna mano no tan cordial y con más mala leche. Bastante más.

Eso es lo que pasará. Y empieza a pasar con la primera pregunta -los bocadillos aún calentitos- sobre el deterioro que sufren los bancos del parque botánico. Tras garantizar que atajará el problema (culpa a Pavón de no hacerlo), Barcala diserta sobre el eterno problema del vandalismo y la suciedad: «Alicante tiene un problema de educación, no basta con limpiar mucho sino con no ensuciar tanto». Y anuncia una campaña de concienciación.

No será la única. Poco después, promete otra para evitar la proliferación de excrementos de perros: «Yo prefiero convencer a sancionar», añade ante un vecino muy enfadado. Además, el alcalde critica al tripartito por desmantelar la ordenanza que permitía a la Policía actuar contra las bandas de mendigos «organizadas para coartar» a los ciudadanos o que «decía cosas tan normales como que no se puede ejercer la prostitución a 200 metros de un colegio».

El tono del alcalde es siempre cordial, sosegado, acorde a lo que debe ser un almuerzo de buen rollo y pocas prisas, y Barcala no se crispa nunca. O casi nunca: sí eleva el tono con la Santa Faz, convencido de que regresarán las clarisas para custodiar la reliquia y abjurando de reclamar la propiedad del monasterio: «Oigo a abogados amateurs que hablan de propiedad sin saber qué significan estas cosas».

Diserta sobre los cambios de los nombres de las calles franquistas en Alicante (otro dardo: «No es bueno que los partidos se preocupen sólo por una cosa, y por eso quizás acabó el tripartito como acabó) pero no aclara a uno de los comensales por qué se cambia el nombre de la plaza División Azul.

Mejor parado sale el alcalde con una oportunísima pregunta sobre qué debe hacer Alicante para erigirse en verdadera capital provincial. Pues -dice Barcala en la más larga de sus respuestas- a través de tres patas: la industria de la innovación, el Plan General -«llevamos veinte años de retraso»- y la cultura. ¿La cultura? «Como Málaga con Picasso» añade con misterio, sin adelantar quien será el símbolo icónico del futuro Alicante. «De eso aún no puedo hablar», ríe.

Ya entre tintineos de cafés, poleos y carajillos, varios mensajes con más profundidad ideológica, como corresponde a las disertaciones que se realizan cuando uno ya ha disfrutado de la mesa y la compañía. Uno: «No es verdad que los sindicatos sean todos de izquierdas porque si representan a la mayoría de los trabajadores entonces el PP nunca habría ganado unas elecciones. Y solemos ganarlas».

Dos: «Que yo sepa, ser socialista no es un pecado».

Tres: «Yo soy alcalde y tengo asumido que me llevo todas las críticas. También yo le tiraba con bala a Gabriel Echávarri».

Cuatro: «Hay personas sensatas en todos los partidos».

Incluso en el tripartito, razona Barcala, que por eso concluye el ágape felicitando a sus antecesores por colocar baldosines con los símbolos de los Moros y Cristianos en las calles de San Blas: «Fue todo un acierto». Efectivamente, nada como un almuerzo para ver de pronto el mundo más hermoso.