Mientras las amigas de Isabel Doménech preparaban su boda o se quedaban embarazadas ella tenía que acudir con 33 años a sesiones de quimioterapia y radioterapia para luchar contra un cáncer de mama que llegó mucho antes de lo que dictan las estadísticas. Ella es una de las 227 mujeres que en España desarrolla cada año este tumor entre los 30 y los 40 años. Un 0,44% de posibilidades que le tocaron enteras a ella. Si un diagnóstico de cáncer de mama cae como una bomba en la vida de cualquier mujer, cuando se tiene toda la vida por delante el mazazo es todavía más duro, según coinciden en señalar pacientes que han atravesado por esta situación. «Cuando me lo dijeron me quedé muerta. Estaba en un momento de mi vida súper feliz. Acababa de aprobar la oposición a Secundaria para trabajar en Murcia y en ese momento pensé que me iba a morir, que mi vida sería así de corta», explica Doménech. Un impacto que arrastra a toda la familia. «Todos estaban en shock, no se lo podían creer y a ti te toca reunir todas las energías para hacerte la fuerte ante ellos».
Con la carrera laboral recién iniciada, a muchas pacientes el diagnóstico les obliga a cambiar de rumbo. Es el caso de Emilia Camacho, a quien le diagnosticaron el tumor hace dos años con 33. «Trabajaba como directora de una escuela de tenis y tuve que dejarlo tras el tratamiento. Actualmente estoy estudiando Farmacia». Pero la enfermedad también enseña a ver la vida con otros ojos. «Puedo hacer cosas que antes no hacía porque trabajaba 12 horas diarias. Ahora disfruto mucho más de la familia y de cosas pequeñas de la vida que antes me daban igual».
En el caso de Loreto Brotons, presidenta de la Asociación Provincial de Alicante de Mujeres con Cáncer de Mama (Apamm) a la dificultad de una carrera laboral incipiente como abogada se unió el hecho de que era autónoma. «Me diagnosticaron con 33 años recién cumplidos y tuve que cerrar el despacho durante dos años y después volver a empezar de cero. Todavía no sé cómo he podido salir adelante», recuerda.
Más cargas laborales y familiares, pero también mayor red social. Para Loreto Brotons una ventaja que tienen las pacientes más jóvenes «es que por lo general cuentan con el apoyo de un mayor número de amigos con los que hacer piña, algo que no ocurre en personas de más edad». En su caso recuerda cómo a algunas de las analíticas rutinarias le llegaron a acompañar 6 amigos y cómo el día en que su prima le rapó la cabeza «éramos 11 personas en el cuarto de baño. No dejaba de ser un drama, pero gracias a ellos aquel momento fue más soportable». Porque los cambios estéticos que impone esta enfermedad, con 30 años, pesan mucho más. «Al principio no soportas la idea de quedarte calva, aunque luego es lo de menos. También se te caen las pestañas y las cejas y la cara te cambia».
Tras finalizar los tratamientos ninguna de estas tres mujeres ha sido madre por distintas circunstancias. Emilia Camacho, quien actualmente tiene 35 años, congeló sus óvulos para preservar la fertilidad después de los agresivos tratamientos y desea ser madre, pero aún debe esperar. «Mi tumor es hormonal, por lo que debo tomar medicación por lo menos cinco años más, así que ya veremos». A Isabel Doménech no le ofrecieron esta opción, que no es viable en todos los casos por el tiempo que requiere. «Saber que no voy a ser madre me provoca tristeza, pero he terminado por aceptarlo».
Las tres piden que, aunque los programas de cribado no empiezan hasta los 45 años, se insista a la población joven sobre la necesidad de hacerse autoexploraciones que les permitan detectar a tiempo un tumor que afecta a una de cada ocho mujeres a lo largo de su vida.
