La falsa experiencia poniendo copas que un estudiante añade a su currículum para conseguir su primer empleo de camarero es una práctica a la que también se acogen quienes pisan quirófanos y pasan consulta. En plena polémica por los másteres de Pablo Casado, Carmen Montón o Cristina Cifuentes, se comprueba lo fácil que resulta que alguien, previo pago, haga su trabajo dejando el campo de «nombre» vacío. Añadir una línea a la lista de logros académicos nunca había sido tan fácil.

Luis (nombre ficticio) estudiaba Medicina en el extranjero cuando recibió un whatsapp de uno de sus amigos de la carrera. Un médico que su compañero conocía le había preguntado si le podía hacer su trabajo de fin de máster. En realidad, no solo a él. También a otros dos profesionales que, ya ejerciendo en el campo de la cirugía y la ginecología, se habían matriculado en una formación y querían que alguien hiciera lo que les tocaba a ellos. O bien por falta de ganas o bien por falta de tiempo.

Luis dijo que sí, igual que diría un tercer estudiante. El modus operandi sería el siguiente: entre los tres se repartirían los distintos apartados y, tras reunir las partes, enviarían los documentos completos a los médicos. Los «clientes» pondrían el tema, la extensión y la lengua de estos, y los «trabajadores» la investigación y el desarrollo.

«No sabíamos cuánto nos iban a pagar pero nos dijeron que nos pagarían bien», explica Luis, nombre ficticio del estudiante. Él se puso manos a la obra con la introducción y la bibliografía de los tres trabajos, y sus dos compañeros con los materiales, métodos, desarrollo y el resto de apartados. Dos trabajos saldrían de la cocina en castellano y uno en inglés. «Mi amigo, el que conocía a uno de los médicos, hacía de intermediario. Él fue quien juntó lo que habíamos hecho cada uno y les envió los trabajos terminados», cuenta.

En aquel momento, este estudiante de Medicina ni siquiera había hecho su investigación de fin de grado. «Los trabajos eran sobre cosas que no habíamos visto, simplemente recopilamos la información que hacía falta para sacarlo adelante», explica el que entonces estaba en cuarto curso. «Me sirvió bastante para el siguiente año. Cuando todos aprendían a hacer sus proyectos de fin de carrera, yo ya había hecho uno antes».

Los ingresos extra que le daría esta tarea eran su única motivación. Ahora, como médico que también ejerce, reconoce que le parece mal esta práctica. «No me parece nada bien que se haga esto, pero me pusieron la oferta delante y decidí aceptarla. Estaba de Erasmus, no tenía mucho dinero y el pellizco me vino genial», se defiende. «Si me lo hubieran pedido en un curso normal, hubiera dicho que no por falta de tiempo, pero en el extranjero iba un poco más relajado», añade.

Entregaron los proyectos y recibieron la recompensa: 1.000 euros a repartir entre los tres. «Con el dinero me apañé un par de meses de gastos», cuenta. Una vez que supo que los trabajos habían sido aprobados, no volvió a saber nada más del tema. «Es una práctica extendida. Todos conocemos a alguien que hace esto», zanja.

La compra

Del otro lado de la trampa, está la versión del que paga. En este caso, habla desde Reino Unido, con voz relajada y meses después de haber puesto, con ayuda de un tercero, punto final a sus estudios universitarios. «Estaba trabajando y la verdad es que se me echó el tiempo encima. Quedaba un mes para la convocatoria de junio y no me apetecía nada ponerme con el trabajo de fin de grado», cuenta Ernesto, seudónimo de un antiguo estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante.

Lo primero que hizo fue buscar por Internet, donde encontró varias empresas que se dedican a hacer estos proyectos. Las comparó y, al final, explica, se decantó por la que más profesional le parecía. «Cogí una que costaba bastante pasta, pero es que cuando te ves tan comprometido dices '¡bah!' Depende de lo que falte, te cobran más o menos. A mí, que me quedaba un mes, me cobraron 450 euros», explica el antiguo universitario.

El primer contacto lo mantuvo con un comercial de la empresa, quien le dijo que podría hablar con el profesor que le iba a hacer su trabajo pasados unos días. Una semana después, le dejaron diez minutos para que le explicara a éste por teléfono cómo quería que le hiciese su trabajo. El comercial le advirtió de que pasados los diez minutos la llamada se cortaría automáticamente. «Pregunté que por qué solo ese tiempo, y me dijeron que era lo que habían establecido porque tenían muchos encargos», asegura. El resto de veces que se comunicó con «el profesor», lo hizo por escrito.

En las universidades, lo habitual es que el alumno se comunique en varias ocasiones, durante la realización del trabajo, con el tutor que se le ha asignado. En un primer lugar, para que éste la aconseje la bibliografía que consultar y le guíe en el estudio de la materia. Luego, para corregir errores y sugerir cambios.

La picaresca

Para no levantar sospechas, enviaba las partes que iba recibiendo de su «profesor online» a su profesor real durante el mes que le faltaba hasta llegar a la fecha límite de entrega, como si lo estuviera acabando poco a poco. «A los cinco días de hacer la llamada telefónica me dieron la primera parte, y cinco días más tarde la segunda», cuenta el alicantino.

En total, envió tres correos a su tutor. Dos de ellos con el trabajo a medias y un tercero con todo completo. Pese a pagar 450 euros, prefirió asegurar el aprobado y no jugársela a ser descubierto. «En mi carrera no era obligatorio exponer el trabajo ante el tribunal, solo si querías optar a matrícula de honor. Entonces, lo que hice fue decirle -al profesor que le iba a hacer el trabajo- que lo hiciera para puntuar un seis o un siete sobre diez», explica el antiguo universitario. De esta forma, evitó tener que defender «su» estudio ante otros profesores.

Tanto Luis como Ernesto hablan de práctica extendida, de un mercadeo de trabajos del que todo el mundo sabe. Aunque resulta muy importante señalar que frente a la trampas de quienes usan su cartera para sumar una línea al currículum, está el sudor de los que trabajan muy duro y día a día para conseguir su titulación.