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Análisis

Cuando nos comprábamos las camisas en Benidorm

La apuesta por un turismo masivo y barato no garantiza ya el futuro de un sector clave para la provincia

Cuando nos comprábamos las camisas en Benidorm

«Me voy, que me tengo que ir a comprar un par de camisas a Benidorm» ¿A Benidorm? «Sí, tienes que ver las tiendas que hay en Benidorm». Me ha venido a la memoria esta breve conversación con un amigo, hace ahora unos diez años, al leer el informe del Colegio de Economistas en el que se advierte de las amenazas a las que se enfrenta el turismo en España y, por ende, en la Costa Blanca, basado desde los años 70 en llenar hoteles y restaurantes a toda costa, con bajos precios y confiando en que raro es el día que amanece cubierto en la provincia. No seré yo, ni yo ni nadie, el que ponga en duda que el sol, la playa y ese Mediterráneo en el que todavía te puedes dar un chapuzón en pleno octubre salgan de la promoción, de los folletos y de los «banners» de la publicidad online del turismo, pero está claro que algo hay que hacer.

Camino ya de alcanzar los primeros 20 años del siglo XXI, el sector turístico provincial está obligado a cambiar el chip y buscar visitantes más allá del puerto de Liverpool, que son importantes, que tienen su espacio, pero que, hoy por hoy, ya no garantizan competitividad debido a que desde hace 30 años vienen año tras año a la Costa Blanca atraídos por los precios bajos y el «2x1» en cuanto a la pinta de cerveza se refiere. Un turismo medio bajo que permitió crear un destino «top», pero basado en una premisa que ya no es competitiva, el llenar e incluso desviar visitantes a otros establecimientos o destinos costeros de la provincia porque se habían vendido más camas de las disponibles. Hubo una época que esta práctica era sinónimo de éxito total pero hoy hay que desterrarla, y lo cierto es que ya hay cadenas hoteleras que comienzan a aplicar medidas para frenar este turismo masivo y barato para desconcierto, incluso, de sus propios trabajadores, a los que les cuesta cambiar el chip con el que empezaron.

Expuesta la situación, toca ahora ver qué hacer para que el turismo siga representando el 14% del PIB de la provincia y el mismo dígito en el mantenimiento del empleo. Los gurús tienen razón al proclamar las bondades de la aplicación de las nuevas tecnologías, pero no es menos cierto que todo no se arregla con contar con una buena web o que el turista disfrute de señal wifi gratuita debajo de la sombrilla. Algo más hay que ofrecer, y de manera urgente, porque, si buenos son los 2,5 millones de británicos que visitan la Costa Blanca todos los años, excelente sería, por ejemplo, multiplicar por diez la cifra de 30.000 austriacos que eligieron la provincia durante 2017 o, por supuesto, no conformarnos con 15.000 chinos, cuando los estudios revelan que cerca de 300 millones de Shanghai, Beijing... viajarán por el mundo en el horizonte de 2025.

¿Qué hacer pues? Gastronomía, deporte, cultura y compras son los ejes sobre los que los expertos creen que debe pilotar el turismo de la próxima década. Correcto, me apunto, pero para ello no es concebible que en Benidorm se estén sustituyendo, por ejemplo, las tiendas que antaño eran referente de productos de calidad, como las camisas, por comercios «low cost» como los que inundan zonas como el Rincón de Loix. No es bueno que en Alicante sigamos mezclando churras con merinas, y al mismo tiempo que autorizamos ampliar la lámina de agua para yates en el Puerto, se debata sobre la construcción de una especie de gasolinera a menos de un kilómetro, o que la apertura de un comercio en los días festivos se convierta en una batalla campal.

La provincia de Alicante ha tenido, tiene y seguro que tendrá las condiciones para albergar ese turismo de gran poder adquisitivo que permita cobrar buenos precios, pero para ello falta oferta y calidad y no seguir vendiendo, por ejemplo, las típicas excursiones para comprar aceite o mantas, consentir que las ciudades sigan sucias, o que pasear de madrugada por una calle determinada o visitar una zona de ocio concreta suponga un peligro. Si los empresarios y la Administración no se sientan a buscar conjuntamente esas alternativas seguiremos teniendo lo que tenemos pero, además, con fecha de caducidad.

Esta misma semana una delegación de hoteleros de Benidorm ha visitado la zona de Antalya, en la costa turca, la gran triunfadora de este verano al haber recibido más de 11 millones de turistas extranjeros, 650 kilómetros de costa y 590 hoteles con más de 300.000 plazas. Resorts turísticos de 80.000 m2 con los que ¿es imposible competir? Según un informe hecho público este verano, los hoteles de cinco estrellas de la zona eran más caros que los de la provincia y estaban llenos. Algo habrán hecho. Cuentan desde Antalya que los hoteles son de fábula pero los sueldos cuatro veces más bajos. Por ahí tampoco se consigue la excelencia.

Fracasado el proyecto para construir un gran Centro de Congresos, la provincia lleva años debatiendo, sin fruto, la necesidad de dotar al sector turístico de un gran icono más allá del sol y la playa que se dan por descontados. ¿Gastronomía? Nada que objetar pero hoy se come bien en todas las ciudades de España. Hasta ahora nadie ha dado con la tecla.

Está claro, en el caso, por ejemplo, de Alicante que ni somos Sevilla, un icono en sí misma ni tenemos la Alhambra ni el Guguenheim, pero algo hay que buscar. Lo primero definir el qué, que no pasa solo por contar con el paseo litoral más largo de Europa. ¿Y por qué no algo intangible como, y es solo un ejemplo, la Navidad? Cientos de alicantinos viajan a finales de noviembre y diciembre a capitales del centro de Europa a comprar en estos mercadillos y en las tiendas donde empieza a oler a acebo en otoño. ¿Por qué no aprovechar el mar para convertirnos en el paraíso de los deportes náuticos los 365 días del año? No tendremos la mejor ola izquierda del mundo (los surfers saben que está en Mundaka) pero el Mediterráneo ofrece posibilidades infinitas.

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