El reloj marca la medianoche del viernes. La caravana de jóvenes cargados con bolsas, neveras y hasta sillas y mesas es constante. El goteo de chicos y chicas con una edad media de 25 años es incesante. Van provistos de hielo, refrescos y botellas de bebidas alcohólicas a discreción.

No les falta de nada para disfrutar de una noche de verano más de botellón. De hecho, para estar absolutamente tranquilos sobre la presencia de la Policía Local, los coches patrulla que pasan cada 20 minutos les conceden una permisividad total. Mientras no salgan del recinto, delimitado por un paso elevado sobre el tranvía, pueden beber a sus anchas.

«Si la Policía nos ve cruzando la calle con un vaso, nos para, pero aquí dentro, no nos dice nunca nada. Pasan de largo», asegura un chico de 24 años que espera a unos amigos para comenzar la fiesta. Mientras se junta todo el grupo, hacen cuentas. «Hemos puesto cada uno siete euros, y con esto podemos bebernos una media botella por persona», explican. Después pasarán a la discoteca, donde la entrada y una consumición están en unos 10 euros.

Otro grupo de amigos comenta que cuando salgan de allí, en torno a las tres y media de la madrugada, «dejamos toda la basura tirada. Un rato después vienen a recogerla y a la mañana siguiente está todo como si nada».

Durante todo el verano, en especial los viernes, sábados y domingos, el botellón de la playa de San Juan ha estado presente en la agenda de miles de jóvenes alicantinos, que no han faltado a su cita cada fin de semana. Este plan de ocio nocturno no es, en absoluto, nuevo.

Hace 25 años, posiblemente bebían en las calles de este mismo entorno algunos de los padres de los chavales que actualmente acuden a la cita. Los gustos no han cambiado, pero el procedimiento sí. El «nuevo botellón» se ha regularizado y segmentado por edades y gustos.

Cada franja de edad tiene su espacio determinado, sus días y sus horas. En la rotonda campo de Golf de la Playa de San Juan, en el descampado que se forma entre la avenida de las Naciones y la avenida Pintor Pérez Gil, se concentran jóvenes entre 23 y 26 años, con algún pico de 30.

Justo al otro lado del paso elevado del tranvía -método que utilizan muchos de ellos para acceder hasta el ansiado botellón- está la zona de ocio del campo de golf, donde la gran mayoría va a acabar la noche de fiesta en dos discotecas que piden un mínimo de 21 y 23 años para poder entrar.

En el borde de la edad

A unos metros de distancia de allí, junto a la glorieta Ingeniero Pedro Torres que une la avenida del Padre Ángel Escapa y la calle Caja de Ahorros, se reúnen chicos y chicas recién superada la mayoría de edad y, en algunos casos, con los 18 años aún por cumplir. Su discoteca de moda está en las inmediaciones, donde llegarán después de dar buena cuenta de sus reservas de alcohol.

Pasada la una de la madrugada, ya es difícil encontrar un buen hueco en el recinto del botellón. Con la luna en fase creciente, van pasando las horas de una nueva noche de verano, cubata en mano y sonrisa en la boca.