La prevalencia de la anorexia nerviosa en España es de un 1%, y en el caso de la bulimia oscila entre un 1% y un 3%. Uno de los criterios para su diagnóstico es que el Indice de Masa Corporal esté por debajo de 17,5. Se trata de un trastorno grave, por lo que la Asociación Española de Pediatría avisa a los padres de que deben estar atentos a una serie de síntomas en sus hijos para tomar medidas cuanto antes. Estas señales de alarma serían pérdida de peso, actitud defensiva ante el cambio de peso, evita comer en compañía, quejas de dolor abdominal, «digestiones pesadas» o estreñimiento, alteraciones en la regla, rechazo de alimentos hipercalóricos, dulces, fritos, etc, trocea mucho los alimentos o discute o regatea las raciones, entre otros. Los pediatras recuerdan que en el caso de la anorexia nerviosa, las consecuencias físicas pueden llegar a ser graves. Por tanto, «el tratamiento se debe iniciar lo antes posible». Habitualmente las afectadas, porque la inmensa mayoría son mujeres, «no solicitan ayuda ellas mismas, sino que acuden a la consulta, presionadas por sus padres, amigos o profesores». La actitud inicial suele ser de reticencia, por lo que, desde el inicio, el tratamiento de esta enfermedad supone un reto para el equipo terapéutico.

La anorexia nerviosa, añade la Asociación Española de Pediatría, «es una enfermedad mental que deben tratar médicos con formación en psiquiatría infantil o psicólogos». En la fase inicial y en casos leves, el pediatra o el médico de familia «pueden realizar controles de peso, recoger información de la familia y la adolescente, mediar entre ambos y ofrecer recomendaciones». La mayoría de las pacientes con anorexia requieren, en algún momento, una consulta con endocrinología o un servicio de nutrición para valorar el grado de desnutrición y diseñar un plan personalizado de realimentación progresiva