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Las defunciones superan a los nacimientos en la provincia por primera vez desde 1941

La provincia registra un máximo histórico de defunciones mientras la natalidad sigue bajando

Los niños, como éstos que aparecen entrando en un colegio de la provincia en una imagen de archivo, tienden cada vez a ser menos. CARLOS RODRÍGUEZ

El progresivo envejecimiento no es un fenómeno nuevo, pero sí una tendencia imparable, condicionada por factores diversos y que, en la provincia de Alicante, acaba de tener un punto de inflexión que la acelerará aún más a corto plazo. Por primera vez al menos desde 1941, la cifra anual de defunciones ha superado a la de nacimientos. En concreto, el año pasado vinieron al mundo en los municipios alicantinos 15.035 niños y niñas, mientras que las personas fallecidas fueron 15.960. Así lo señalan las cifras difundidas por el Instituto Nacional de Estadística (INE), todavía provisionales pero que confirman el peor presagio en este sentido. Ya en diciembre del año pasado, cuando se conocieron los datos del primer semestre de 2017, se especuló con que el año podía terminar como el primero en época moderna con un saldo vegetativo negativo, como finalmente ha sido.

Los datos confirman que la natalidad sigue bajando sin que a priori se vislumbre un final. Desde 2008, año en el que se registró un máximo después de un periodo de crecimiento, la cifra de nacimientos ha caído prácticamente un 25%. En este momento no nos encontramos en mínimos históricos, puesto que en 1997 se registraron 12.811 alumbramientos, pero de seguir así las cosas apenas podría tardar cinco o seis años en producirse. En cambio, lo que sí ha tenido lugar es un récord en las defunciones. La cifra anual de muertes viene incrementándose de manera progresiva desde hace 60 años, pero en las últimas décadas se ha acelerado gracias al crecimiento paulatino de la población y el envejecimiento.Es ese máximo histórico de 15.960 fallecimientos en un año el que resulta todavía más determinante que la bajada de la natalidad.

El descenso en la cifra de nacimientos fue generalizado el último cuarto del siglo XX; en la provincia de Alicante, por ejemplo, el máximo histórico se produjo en 1976, con 21.846 nuevos niños y niñas. La tendencia comenzó a cambiar en 1997, en parte gracias a la inmigración extranjera y también a la buena coyuntura económica de los primeros años de la década pasada. Sin embargo, a partir de 2008 la llegada de la crisis revirtió de nuevo el proceso, con el agravante de que la población sigue envejeciendo y no hay un reemplazo generacional.

La provincia de Alicante entra por primera vez en cifras negativas, pero en realidad se incorpora al grupo mayoritario: en 2017 hubo en toda España hubo 391.930 nacimientos, frente a 423.643 defunciones. Tan sólo 13 provincias registraron un saldo positivo: Álava, Almería, Baleares, Barcelona, Cádiz, Girona, Guadalajara, Huelva, Madrid, Málaga, Murcia, Las Palmas y Sevilla. En el lado contrario, el saldo negativo de Alicante resulta testimonial si se compara con, por ejemplo, el área comprendida por Galicia, Asturias, Castilla y León y Aragón, donde absolutamente todas las demarcaciones provinciales tienen muy poca población joven frente a un gran volumen de personas mayores, como ponen de manifiesto sus cifras anuales de defunciones.

Desarrollados pero envejecidos

El presidente de la Delegación Territorial en la Comunidad Valenciana del Colegio de Geógrafos de España, el alicantino Alberto Lorente, recuerda que el descenso en el número de nacimientos es «la tendencia normal de los países desarrollados». En este sentido, recuerda aspectos que se suelen asociar a esa tendencia, como «alargar la infertilidad o el tardar en tomar la decisión de asumir un embarazo». A eso se añaden factores coyunturales, como «la crisis, los bajos sueldos, lo difícil que está el panorama laboral o lo costoso que es tener un hijo». Esto, explica, adquiere mayor significación en el caso de las mujeres, por la disyuntiva que se llega a producir entre la carrera profesional y la maternidad o, incluso, el riesgo a perder el empleo por estar embarazadas.

También es muy notable «un cambio cultural o de mentalidad de los jóvenes de hoy en día», que no ven tan necesario el hecho de procrear. Ahora bien, todo esto plantea un dilema a medio plazo: «De dónde se va a sacar a la masa laboral que trabaje en un futuro y llene la hucha para las pensiones». Lorente teme que al final se opte por «congelarlas o reducirlas» como se ha hecho, por ejemplo, en países del este de Europa, hasta dejarlas en valores «poco acordes con el aumento continuo que si que tenía el coste de la vida». Añade que «obviamente, es algo que se debe evitar». Otra cuestión muy importante es también «la presión que el envejecimiento tendrá sobre la sanidad y otros servicios a ofrecer a las personas mayores», máxime si las capas de la población más jóvenes y más activas en términos laborales siguen reduciéndose.

A su juicio, «la solución pasa por la inmigración o por tratar de generar las condiciones para que la gente joven española quiera y tenga hijos, mediante políticas que ayuden a ello». Al respecto, incide en que «lo principal es garantizar oportunidades de empleo de calidad para la gente joven y tratar de ayudar a evitar los riesgos que genera la maternidad o paternidad desde el punto de vista laboral». Y reitera que «es imposible plantearse ser padre o madre trabajando en un negocio turístico o de ocio, sin contrato, trabajando fines de semana o veranos, etcétera».

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