El dotor Estivill fue ayer rotundo en sus conclusiones ante los profesores y padres de alumnos que asistieron a sendas exposiciones sobre la mejor alimentación para los niños en los colegios La Aneja de Alicante y Luis Vives de Elche. «A los niños les gusta lo mismo que a vosotros y, con moderación, pueden comer de todo».

El único impedimento que el popular doctor advierte en la alimentación infantil, «la cantidad de comida», puesto que el estómago de los bebés primero y de los niños después es más pequeño que el de un adulto y se sacian antes.

«Ningún niño se muere de hambre si tiene comida. Nuestro problema es que les damos demasiada comida y luego no queremos que dejen nada en el plato». Eso y que pecamos también de «dejarles elegir» porque hemos cambiado lo de «¿qué hay para comer?» que decíamos antes al llegar a casa al «¿qué quieres comer?» con que se regala a los hijos continuamente y de forma errónea desde el punto de vista de quien se califica «científico, nada de gurú» como repitió varias veces.

Tópicos

Estivill desterró de un plumazo tópicos del tipo «a mi hijo no le gustan los guisantes, como a mí» o bien aquello de «mi hijo es muy nervioso, por eso no come ni duerme bien».

El autor de más de una veintena de libros divulgativos, que ha participado en una quincena de ensayos clínicos, subrayó que los gustos culinarios de los niños no son ni genéticos ni hereditarios, sino que son fruto de un «hábito, que como tal se aprende por repetición e imitación».

De forma que si a un pequeño de siete meses le sentamos en la mesa con los adultos y le ponemos en el plato lo mismo que vamos a comer los mayores, aunque en menor cantidad, el niño se lo comerá y además lo pedirá así cuando salgamos con él a un restaurante. Estivill alertó de que seguramente el primer día tire la cuchara,y lo ponga todo perdido, pero que igual que se enseña a conducir o a ir en bicicleta, la alimentación es cuestión de hábitos y que basta con ser más pacientes con un niño que sea más inquieto, porque acabará comiendo tan bien como cualquier otro.

«Comen por intuición, no son idiotas. Si les ponéis gambas y jamón será eso lo que os pidan, pero si es más cómodo hacer unos macarrones o pedir una pizza, se acostumbrarán a eso y luego lo piden por sí mismos», lamentó.

Bajo esta premisas, Estivill apuesta por enseñar a los niños a ser gourmets «porque de entrada no tienen aversión hacia ningún alimento. Comerán lo que vean en los demás».

De ahí también que niños que comen mal en casa, en cuanto van al colegio o a la guardería son el asombro de sus padres porque no plantean problema alguno al cabo de unas semanas. «Porque es algo que se les puede enseñar, pero es exactamente igual en casa. El mérito no es del niño, sino de los profesores o de los padres en su caso».

¿Suerte?

Por eso también descarta el doctor la sensación generalizada de haber tenido «suerte» con un hijo cuando como bien. «No es una lotería, es un hábito, un aprendizaje» insistió.

«El papá o la mamá que enseñan a su hijo a comer no dudan y mantienen los mismos elementos externos alrededor del niño como son la trona, la cuchara, la papilla y el bol que el niño asociará con la comida hasta el punto de pedirla la próxima vez que se le siente a la mesa», concluyó.