Nerea Belmonte fue ayer de nuevo la protagonista en el Ayuntamiento de Alicante por tercer pleno consecutivo. El 19 de abril su abstención apeó al PSOE del poder y se lo entregó al PP. El 26 de abril volvió a dar la campanada al revelar que los socialistas habían intentado comprar su voto a cambio de un sueldo y esta afirmación le ha llevado ante la Fiscalía Anticorrupción, que ya veremos cómo acaba el caso. Ayer, simplemente no acudió, sin dar explicaciones, incumpliendo con su deber como concejal.

¿Dónde está Nerea Belmonte? Fue la pregunta que más se repitió en el Salón Azul en forma de cuchicheo. «Pregunta al PP», afirmó pizpireta una concejal de Compromís. «Creo que está de viaje», sugirieron en el entorno popular, aunque se escabulleron al preguntarles dónde. «Está estudiando el máster y realizando un traslado de casa», afirmaron fuentes cercanas a la edil tránsfuga.

Como por la Ley de la Parsimonia «en igualdad de condiciones la explicación más simple es generalmente la correcta», no cabe más que aventurar que Nerea Belmonte molesta al PP y a la necesidad que el alcalde, Luis Barcala, tiene de que no haya jaleo en los plenos de mes en mes. No hay que descartar que se le haya aconsejado a la edil, exGuanyar, que se tome las cosas con tranquilidad y aparezca lo menos posible, porque cuando ella está, siempre hay lío y el lío no es bueno para los intereses populares.

Belmonte es la lady Macbeth de la política alicantina y, como en la tragedia por alcanzar el poder de Shakespeare, una vez cumplida su función, Macbeth la saca de escena porque le molesta. En la ficción, ella se siente culpable por la responsabilidad. En la realidad, quién sabe qué pasa por su cabeza. «Sabemos lo que somos, no lo que podemos ser», afirma el personaje en la obra del dramaturgo inglés que mejor ha sabido retratar las ambiciones y miserias humanas.

La ausencia de Belmonte en el Salón Azul, donde provisionalmente se celebran los plenos municipales hasta que se reparen las ménsulas del techo del Salón de Plenos, eclipsó el sillón vacío en las filas de Guanyar por la dimisión de Víctor Domínguez y la incapacidad de aclarar sus intenciones de su sustituto.

Entre espejos versallescos, consolas barrocas, un piano al fondo, una lámpara de araña en el techo y, en un lateral, un reloj de pie averiado que marca las seis en punto sea la hora que sea, solo Miguel Ángel Pavón hizo una alusión a Domínguez sin nombrarle, y no para bien. El portavoz de Guanyar entonó un particular mea culpa ante la segunda gran pregunta de la jornada: ¿Por qué no se consigue que Alicante esté limpia? «Nosotros no podemos sacar pecho por la gestión que hemos realizado en el área de Limpieza», confesó Pavón, quien inmediatamente precisó que de los dos años y medio de Guanyar en esta área él solo era responsable de dos meses. Un reproche en toda regla hacia la labor de Domínguez.

Fue uno de los pocos momentos interesantes en un pleno en el que estuvimos atrapados en una insustancialidad que lleva a preguntarse cómo es posible que algunos concejales no se avergüencen por las preguntas, mociones y declaraciones institucionales que presentan como fruto de un mes de trabajo por el que se les paga puntualmente en el Ayuntamiento.

El otro momento, sin duda, fue el protagonizado por el PSOE en relación con el exceso de gasto del anterior alcalde, el socialista Gabriel Echávarri, en publicidad y protocolo. Los socialistas le han condenado al ostracismo y todo lo que con él tenga que ver lo cubren con un espeso silencio del que no salen aunque les perjudique. Callaron cuando Pavón reprochó que Echávarri hubiera gastado el año pasado 173.255 euros en publicidad cuando solo disponía de 35.000, así como que hubiera comprometido 80.000 euros en facturas de protocolo cuando el dinero aprobado era de 46.200 euros.

Mudos se mantuvieron cuando el concejal de Hacienda, Carlos Castillo (PP), aseguró que una factura de 2.000 euros se había empleado en comprar «arroz alicantino, saladitos, aceitunas y jamón», mientras Pavón afeó otra de 1.114 euros por el arreglo floral del trono de la Hermandad de la Santa Cruz. Eva Montesinos reaccionó tarde, a preguntas de periodistas, ya pasado el debate del punto, y solo explicó que los 2.000 euros fueron para la comida del Día de los Bomberos.

Es lo que tiene el poder cuando se pierde. Uno se da cuenta de que «por muy alto que sea el trono, uno siempre ha estado sentado sobre el culo» ( Michel de Montaigne).