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La sombra de Echávarri

El socialista abandona definitivamente mañana la Alcaldía, dejando a Montesinos un angosto camino para que negocie los 15 apoyos que le asegurarían su investidura

El alcalde saliente, Gabriel Echávarri, durante su intervención en la asamblea del PSOE, un día después de anunciar su dimisión en diferido. jose navarro

Últimos pulsos de la cuenta atrás. A la tormentosa travesía de Gabriel Echávarri como alcalde de Alicante apenas le quedan unas horas de duración. Este lunes, 1.032 días después de coger la vara de mando como el regidor con más apoyos en la investidura de la democracia alicantina (21 de 29, con la sola «oposición» del PP), el socialista dimitirá definitivamente, y no precisamente por voluntad propia. Lo hará por escrito, sin ninguna intención de aparecer en público, sin despedida que valga en dominios municipales. Con recuerdos ya ensombrecidos por las dos semanas transcurridas desde la dimisión en diferido que anunció por obligación en Blanqueries (la sede del PSPV, en València), terminará un mandato jalonado por la desconfianza de unos protagonistas, los socios del extinto tripartito, que han dilapidado el crédito de la izquierda en la ciudad, desaprovechando una oportunidad histórica tras veinte años de gobiernos del PP marcados por la sospecha de la corrupción. Un mandato progresista que hubiera sido otro, y nadie se aventura a imaginar que peor, sin el carácter explosivo de Echávarri, sin el sectarismo de Miguel Ángel Pavón (Guanyar) y sin la quietud mal entendida de Natxo Bellido (Compromís). Pero estos casi tres años de gobierno han tenido demasiado temperamento, poca cintura y escasa valentía.

Con Pavón y Bellido como ufanos espectadores de la caída a los infiernos de su íntimo enemigo, Echávarri se despide mañana forzado por su partido, un PSPV liderado por Ximo Puig que decidió dejarlo caer cuando la situación judicial y sobre todo política se tornó irreversible y cuando las lanzas empezaban a apuntar hacia València, ya que mientras la batalla se libró en Alicante, como resulta habitual en la política autonómica, en el Cap i Casal se limitaban a observar.

Pero a Echávarri no le aparta de la ansiada Alcaldía su partido, tampoco las estrategias electoralistas de sus exsocios, sino que se marcha preso de una inasumible concatenación de despropósitos y víctima de la poca suerte que suele acompañar a quien no la busca con ahínco. El socialista, que hace apenas dos semanas también se vio forzado a dejar el liderazgo local de su partido, llegó a la Alcaldía en junio de 2015 con un entorno de trabajo reducido a la mínima expresión (el grupo municipal socialista cuenta con sólo 6 de los 29 concejales del pleno, el peor resultado electoral en cifras de su historia). Pese a todo, ése nunca ha sido el hándicap más pesado de los atribuibles de una u otra forma a Echávarri, sino que su principal lastre resultó ser ese carácter innato poco recomendable para un dirigente que debe buscar acuerdos continuos por el reparto de fuerzas salido de las urnas, junto a esas compañías de las que se rodeó desde el inicio que, en general, poco le ayudaron en su trayectoria política.

Así, con el gatillo fácil para los cabreos incendiarios y mal asesorado por personas ansiosas de cobijarse bajo un sueldo público y más predispuestas a echar leña que a alejar el fuego, Echávarri fue sumando traspiés, uno tras otro, como quien se tropieza desde los tacos de salida y se ve incapaz de erguirse durante la prueba de vallas. En una de esas controvertidas decisiones se originó el principio de su fin. Hace ahora justo un año, estalló por los aires el caso del posible fraccionamiento de contratos en la Concejalía de Comercio, encabezada por el propio Echávarri pero dirigida en la práctica por un asesor (Pedro de Gea), que hacía y deshacía a su antojo gracias a la confianza ciega de su «padrino». De ahí, sumando equivocaciones de manera exponencial y cada vez menos justificables, se derivó el despido de una trabajadora del Ayuntamiento, que a su vez era cuñada del portavoz municipal del PP, Luis Barcala, en un torpe abuso de poder propiciado por la denuncia que los populares a la Fiscalía por el asunto de los contratos.

Y así, decisión tras decisión, error tras error, Echávarri fue echando por tierra su nada cómodo paso por la Alcaldía, un trayecto poco vivido por su protagonista y muy sufrido por una ciudadanía que, en su mayoría, viendo la respuesta de las urnas, ansiaba un mandato donde la normalidad se apoderase del día a día tras años donde las polémicas en los juzgados monopolizaban la política municipal. No puso ser. Ese día a día, desde antes de la toma de posesión, ha estado marcado por las tensiones del gobierno, en ocasiones forzadas e innecesarias, por las broncas públicas y por las desconsideraciones en privado. Por un tripartito, por unos dirigentes que han evidenciado su incapacidad de dirigir un ayuntamiento complejo, aunque a su vez agradecido.

El desaguisado continúa

Echávarri abandona mañana oficialmente el despacho más noble del Ayuntamiento, pero el desaguisado de este mandato continúa «sine die». Nada será igual sin él, pero nada cambiará tanto como para que su sombra no permanezca en dependencias municipales, y es que su legado se queda como herencia. Sobre todo, porque el PSOE pretende retener la Alcaldía con Eva Montesinos, amiga personal de Echávarri y su «delfín». Y busca ese objetivo en un pleno erosionado por las broncas, las salidas de tono, las acusaciones fuera de lugar, las heridas de un millar de días que no han cicatrizado y que tampoco sus protagonistas tienen intención de que sanen. Las próximas elecciones, cada día, están más cerca.

Sin olvidar esa cita, la socialista prosigue esta semana la ronda de negociaciones para lograr los votos que necesita para asegurarse la investidura. Será ella o el PP, nadie contempla otro escenario. Y en el desenlace de la ecuación será de vital importancia posturas que hasta la fecha han tenido un peso relativo, a días: Ciudadanos, que están aunque pocos los ubican, y los tránsfugas Nerea Belmonte y Fernando Sepulcre. Con unos y otros, en ese orden, Echávarri ha evidenciado malas formas, protagonizado reyertas dialécticas y, también, exhibido buen rollo. En ellos está el futuro de Montesinos como alcaldesa, ya que dando por hecho que Guanyar y Compromís cumplirán con lo dicho y descartando fuego amigo en el PSOE (sigue sobre la mesa que en la investidura se vuelvan a mostrar los votos, como en 2015), a la socialista le haría falta un voto más, así que, mientras unos hacen cajas y empaquetan recuerdos, otros fomentan rumores interesados.

En máximo veinte días hábiles, Alicante conocerá el nombre que relevará a Echávarri al frente de la Alcaldía. Con unos quince kilos menos en el cuerpo y con el ánimo exhausto tras unos meses de máxima presión política ante su resistencia a dimitir, Echávarri regresará al despacho de abogados que abrió junto a su mujer y del que se apartó para reforzar una carrera política que este lunes toca a su fin, al menos por ahora, 1.032 días después de asumir el mando de su ciudad. Echávarri se va mañana, aunque su sombra continuará algún tiempo más en el Ayuntamiento.

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