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Juan R. Gil

Hace un frío que pela

Hacía tiempo que no veía un acto tan desangelado como el que se celebró el viernes para conmemorar el primer medio siglo de funcionamiento del aeropuerto

El pasado viernes en Alicante hacía mucho frío. Los termómetros oscilaban en la calle entre los 5 y los 6 grados. Pero en el interior del aeropuerto de El Altet la temperatura era aún más gélida ¿No funcionaba la calefacción? Sí. Lo que ocurre es que, a pesar de estar bajo techo, teníamos todas las vergüenzas al descubierto.

Hacía tiempo que no veía un acto tan desangelado como el que se celebró el viernes para conmemorar, con ocho meses de retraso, el primer medio siglo de funcionamiento del aeropuerto. Y no es un reproche a los organizadores, que supongo que hicieron lo que pudieron cuando les dijeron que al presidente del Gobierno, estrábico de tanto mirar con un ojo a los jueces que se ocupan del procés catalán y con otro a los que se encargan de enjuiciar la corrupción en su propio partido, había sacado un ratito para acercarse a Alicante e improvisar el primer evento de la próxima campaña electoral. Lo digo por la sensación de inanidad que todo lo que allí había transmitía de principio a final. Cualquier graduación de instituto habría tenido más calidez y mayor solemnidad.

Hay pocas cosas de las que pueda decirse que han cambiado la historia de Alicante. Una de ellas fue la Universidad. Otra, sin duda, el aeropuerto, sin el cual esta provincia no podría entenderse tal como es hoy. Y es cierto que lo que importan son las inversiones, no las celebraciones. Y que El Altet fue objeto de un ambicioso plan de ampliación en tiempos de Álvarez Cascos que, tras la victoria de Zapatero, acabó ejecutando José Blanco. Pero también lo es que, si no hubiera habido aquí organizaciones empresariales y sociales presionando día sí y día también, ningún gobierno, ni popular ni socialista, habría hecho ese desembolso. ¿Y ahora? ¿Hay alguien ahí? El acto del viernes demostró que no.

Miren: la celebración con retardo de este aniversario reunió a una pléyade de políticos de bajo nivel y de todos los partidos (hasta el líder de Podemos se dejó caer por allí) para escuchar sin derecho a réplica a un Mariano Rajoy que vino volando y se fue volando, si me permiten el juego de palabras: soltó una retahíla de promesas de inversión en carreteras y trenes y se largó alegando que tenía «una reunión privada» sin quedarse ni al cóctel, que es donde de verdad se hace política. Precedido de un president de la Generalitat, Ximo Puig, cuya intervención dejó muy a las claras hasta qué punto estaba pactado que aquello era un paripé de guante blanco. El uno reivindicó, sin acritud, más dinero; el otro sacó la chequera virtual (ya veremos cuánto de la lluvia de millones hasta para carreteras comarcales que prometió el jefe del Gobierno central acaba realizándose y cuándo); los dos se equivocaron en las cifras (ni El Altet es el cuarto aeropuerto de España, como dijo Puig, ni Alicante la cuarta provincia del país, como afirmó Rajoy, pero todo sea por halagar los oidos de la concurrencia) y se marcharon encantados de sí mismos porque les unía en este caso un interés común: hacerse la foto institucional. Porque tanto Puig como Rajoy necesitan conforme se acercan los idus electorales enfatizar su condición presidencial, recalcar su posición por encima de la de los demás rivales y/o de los posibles socios; porque ambos, además, comparten en estos momentos la misma preocupación: el ascenso de Ciudadanos, que al PP le puede hacer un roto si la tendencia se mantiene hasta llegar a las urnas (lo cual es difícil, pero en absoluto imposible) y al PSPV otro si también sufre una fuga de votantes hacia los de Albert Rivera (hay mucho elector jacobino entre los socialistas, no se olvide), que aun sin ser grande sea suficiente para que el partido más votado de la izquierda no sea esta vez el socialista.

Así que a los dos les hermanaba el viernes un mismo objetivo (que se les viera en modo presidente) y tienen al menos una preocupación coincidente (que los de Rivera y Arrimadas no se crezcan). Y festejar los 50 años de El Altet en 2018 aunque se cumplieron en 2017 venía bien para ambas cosas. Andaba mosqueado el alcalde de Elche, el socialista Carlos González, incapaz de entender cómo no le dieron protagonismo alguno en un acto supuestamente tan relevante y que se sustanciaba en las instalaciones más importantes de su término municipal. Pero no podían darle bola, por lo antedicho -allí sólo cabían dos presidentes, más de buen rollo que nunca- y también porque habría que haberle hecho hueco entonces al alcalde de Alicante, Gabriel Echávarri, y ni Puig ni Rajoy querían que en la foto hubiera un imputado. Ese es un problema que la capital padece: que su alcalde está aislado y con ello aísla a la ciudad, como ya ocurrió hasta la dimisión en la anterior legislatura de Sonia Castedo.

¿Y qué hay del público asistente? Pues eso: el reflejo de lo que hoy es Alicante. Unos cuantos empresarios desperdigados, la mayoría de segunda fila, y poco más, aparte de la legión de aspirantes a seguir en las listas en las elecciones venideras de los que ya hablé. Mirabas al entorno y eran más los que echabas de menos que los que veías. Y, sobre todo, te impregnaba una sensación de mansedumbre lamentable. Rajoy, que apareció a las 13.10 y a las 13.40 ya se había esfumado, se equivocó yéndose tan rápido. De haberse quedado al vino español habría podido pasar un ratito relajado: nadie le iba a poner en un brete, ni por la corrupción, ni por la infrafinanciación, ni por el agua, ni por nada. Allí los que estaban habían ido a cumplir sin alzar la voz ¿Quién, de cualquier manera, iba a hablar en una provincia que ya no tiene patronal que la represente, ni sindicatos que fijen posición en los asuntos generales; cuya Cámara de Comercio, en plena pelea por la presidencia, no es ni sombra de lo que era, cuyos representantes políticos carecen de peso alguno en sus respectivos partidos y cuya sociedad civil, después de años de servidumbre, no logra articularse en un movimiento que sea referencia? ¿Quién iba a pedir un encuentro, una reunioncita, siquiera un aparte? Alicante se va borrando del mapa poco a poco. Por eso se pueden celebrar con un mitin los 50 años del aeropuerto un día cualquiera sin que nadie se queje. Al contrario, hubo aplausos.

Cámara: echar el cierre o resucitar

«La Cámara es humo, siempre ha sido humo», comentaba recientemente una de las personas que mejor conocen la entidad y su historia. Es cierto. La Cámara ha sido sus presidentes. Estos son los que le han dado personalidad (Vázquez Novo, Valenzuela...) o la han adormecido (Esteban, verbigracia). Por eso es importante la elección que se ha puesto en marcha ahora. Porque el presidente que salga, dado el estado actual de la casa, puede darle de nuevo el protagonismo que tuvo o echar definitivamente el cierre. Poco a poco, los candidatos cuyo nombre se han ido barajando se han desentendido del proceso. El último de ellos, Perfecto Palacio, asegura que no se presentará a la elección como miembro del plenario por ningún grupo, sino como miembro designado por la CEV, lo que le impediría ser presidente. De momento, el único que sigue en la carrera es el actual titular, Juan Bautista Riera. Pero Riera tiene primero que ser elegido miembro del pleno (la última vez, no lo fue, y tuvo que ser designado) y todavía tiene que decir qué es lo que quiere hacer con la Cámara si finalmente pasa de la actual presidencia interina que ostenta a la presidencia legitimada por los votos. Habrá que esperar.

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