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Sigue en pie el edificio desalojado hace 3 años en Nou Alcolecha por estar en ruina

Los vecinos alertan de que el bloque que se iba a demoler en 2015 es un nido de ratas y entran okupas

Sigue en pie el edificio desalojado hace 3 años en Nou Alcolecha por estar en ruina ÁLEX Domínguez

A las 32 familias que vivían en el bloque número 10 de la calle Diputado José Luis Barceló, en el barrio de Nou Alcolecha, les dieron apenas 15 días para sacar sus cosas del inmueble ya que iba a ser demolido por ruina. Eso fue en abril de 2015. Han pasado casi tres años y el bloque sigue en pie, convertido, según los vecinos de los edificios colindantes, en nido de ratas y refugio puntual de okupas, que además se han llevado marcos de puertas, cobre y cualquier material que se pueda vender. Hasta el metal de las tuberías.

Los propietarios que se quedaron a vivir en pisos del entorno pagando un alquiler social no entienden por qué aquella premura, que entonces fue justificada por el Ayuntamiento por el riesgo de desplome de las escaleras. Tres años después la piqueta sigue sin entrar. Esos propietarios, algunos de los cuales vivieron durante más de 30 años en el bloque, afirman que siguen pagando los recibos del IBI y de la recogida de basuras que les llegan cada año, y se quejan de que la administración les ha dicho que tendrán que asumir los 7.000 euros que costará el derribo del edificio.

José Domingo y su mujer Luisa Fernández son dueños de dos pisos en José Luis Barceló 10 y esperan recuperar algún día al menos una parte del valor catastral del suelo, «aunque sean 10.000 euros o 15.000 euros». Desde el desalojo están pagando un alquiler social en un piso cercano. «Nos sacaron a la fuerza en 15 días. Es cierto que había mucha gente okupa (dijo en referencia a familias que habían entrado a algunos de pisos dando una patada en la puerta) pero nosotros pagamos hipoteca durante 20 años y estábamos al día, no debíamos nada».

«¿Creen ustedes que lo tirarán pronto?», preguntó otra antigua propietaria del inmueble, Isabel Villalobos, al ver a los periodistas. Ella no quiso dejar el barrio y se buscó un piso en el bloque de al lado, el número 12, porque su marido sufría una enfermedad que le obligaba a estar cerca del hospital. Isabel, ya viuda, había acondicionado con tres máquinas de oxígeno la habitación de su marido en una planta baja del bloque desalojado. «Fue todo de la noche a la mañana y lo pasamos muy mal. Vino la Policía, decían que era peligroso, que nos teníamos que ir porque podía hundirse el edificio si no lo arreglábamos. ¿Y cómo, si había más okupas que propietarios? Nos destrozaron la vida».

«Mi marido falleció sin saber que habíamos perdido la casa después de 38 años viviendo allí y con las escrituras en regla. Eso sí, el recibo del IBI lo cursan sin estar viviendo y ahora dicen que tenemos que pagar nosotros la pala (para derribarlo)», asegura Villalobos. Añade que el Patronato Municipal de la Vivienda, la Generalitat y las entidades financieras que asumieron el realojo dieron las peores casas a los propietarios y que desde entonces pagan un alquiler social de 230 euros teniendo una casa en propiedad en el bloque 10. «Y teníamos que estar al corriente de todos los recibos, de lo contrario no nos daban pisos. El bloque estaba lleno de enganches ilegales y los pocos propietarios tuvimos que pagarlo todo». En la misma situación está una familia con tres menores que se trasladó al bloque 12 pagando un alquiler social.

También sigue recibiendo el recibo del IBI desde que el desalojo tuvo lugar Trinidad Cortés, que tenía una panadería en una de las esquinas del bloque. «Nos dicen que tenemos que pagarlo. No hemos recibido ninguna compensación, sólo aseguran que nos pagarán el suelo si algún día construyen». Otros propietarios corrieron peor suerte, como José Herrera, que malvive en un edificio sin paredes que se quedó a medio construir en San Nicolás de Bari.

Los vecinos del bloque colindante dudan de que el edificio tabicado tuviera tanto riesgo como el número 16, demolido en 2014. «Aquel estaba doblado pero éste no, porque se habrían caído ya los balcones. Tiraron a personas decentes a la calle y ahora el edificio está peor, porque hay ratas y entra gente a dormir», dijeron tres de ellos. Antonio Arnaldo, que vive enfrente, se queja de las pulgas y ha visto a personas sacar hierros para venderlos. «Por dentro está un poco cedido pero por fuera se ve bien», dice. Marcia Feliz se queja de los malos olores que salen del bloque los días de viento. «No debería existir ya. ¿Por qué se dieron tanta prisa para sacar a la gente?».

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