La falta de relevo generacional en el campo ante la escasa rentabilidad del sector ha llevado a que la mitad de los dueños de fincas agrarias tengan ya más de 65 años. Así lo refleja la última encuesta sobre Estructura de las Explotaciones, elaborada por el INE y con datos referidos a 2016, al señalar que 53.635 titulares de fincas de trabajo familiar, de entre un total de 107.318, están ya en edad de jubilación. El porcentaje, que es de un 50% prácticamente clavado, supera en tres puntos al de la anterior encuesta, realizada tres años antes y que hacía patente esta problemática.
Los datos no están desglosados por provincias, pero el envejecimiento del campo, especialmente en lo que se refiere a las pequeñas explotaciones de tipo familiar, es extensivo a Alicante, Valencia y Castellón. Además, no hay visos de que la tendencia vaya a revertirse a corto o medio plazo. Y es que la práctica totalidad de los datos reflejados en esta encuesta son negativos en comparación con la referida al año 2013; el más significativo es la pérdida de más de 6.600 fincas en sólo tres años, así como de la extensión dedicada a los diferentes tipos de cultivo. No obstante, es mayor el descenso de explotaciones que el de superficie, lo que da a entender que se ha producido un cierto proceso de concentración parcelaria. Con todo, el minifundismo sigue teniendo un protagonismo exagerado en el medio rural de la Comunidad: un 80% de las fincas tienen menos de 5 hectáreas.
Esta «atomización» de las explotaciones es, tal y como apunta el secretario general del sindicato agrario La Unió, Ramón Mampel, determinante en que el sector primario tenga en la Comunidad una rentabilidad más que limitada y que no atraiga la incorporación de jóvenes. El responsable alerta de que este individualismo «se extiende incluso a las cooperativas», frenando la posibilidad de generar sociedades más grandes y competitivas. Esto acaba suponiendo el abandono de muchas fincas y agrava la tendencia al despoblamiento del medio rural, perdiéndose además, incide, paisaje y «productos característicos», los cuales se sustituyen por otros «de mejor precio y distribución» pero más comunes.
Mampel apuesta, en este sentido, por «poner en valor la diferencia», en alusión a productos agrarios autóctonos o de mayor calidad, así como en una «profesionalización» del sector que lo haga viable para las generaciones más jóvenes. El dirigente de La Unió pone como ejemplo la producción de aceites a través de cooperativas de segundo grado -de ámbito por lo general comarcal-, así como de vinos. Al respecto, alude a las iniciativas que ya se han desarrollado con relativo éxito, y que a su juicio deberían realizarse de una manera más general.