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La Costa Blanca no puede conformarse y morir de éxito

El sector turístico cerró un 2017 casi irrepetible pero no debe bajar la guardia ante la «amenaza» de Turquía y Túnez

Imagen de la playa de Levante de Benidorm, icono turístico del Mediterráneo, repleta de bañistas el pasado verano. DAVID REVENGA

Pese a que a veces su relato resulte un tanto edulcorado y hasta utópico, no le faltó razón esta semana al secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer, cuando presentó en Fitur 350 experiencias (productos que vender en román paladino) para seducir y animar a los turistas a disfrutar de un territorio que lo tiene todo para triunfar, pero que en el año que acaba de arrancar está amenazado por dos nubarrones que pueden ensombrecer una actividad clave para los 300.000 empleos que sostiene en la Costa Blanca y, por consiguiente, su contribución la PIB, el 14% nada más y nada menos. ¿Y cuáles son esos hitos negativos que planean sobre el sector?. El auge del alojamiento clandestino y la presión que ya ejercen sobre los precios aquellos destinos del Mediterráneo oriental (Egipto, Turquía y Túnez), que han iniciado una carrera loca por captar a los turistas británicos, holandeses y alemanes, fundamentales para la Costa Blanca, ofreciendo chollos de cinco estrellas un 70% más baratos que cualquier hotel medio de la provincia en verano. O, lo que es lo mismo, tarifas de 38 euros por persona en complejos de cinco estrellas con «todo incluido», un escalón más que la pensión completa.

Contra los apartamentos irregulares, alegales, clandestinos... o como se les quiera denominar (cien mil plazas en la Costa Blanca), no cabe otra que ser inflexibles y obligar a propietarios y plataformas a cumplir con la legislación. Cierto que se han hecho avances -el Gobierno estudia, incluso ahora, externalizar las inspecciones-, pero no han sido suficientes, como lo demuestra el hecho de que los hoteleros atribuyan directamente la caída de las pernoctaciones hoteleras del turismo nacional al desvío que se ha producido a estas plazas opacas a la Administración.

Empresarios como José María Caballé, principal hotelero de la Comunidad Valenciana o Toni Mayor, presidente de Hosbec, han dejado claro ya que este modelo de alojamiento es imparable, que no se pueden poner puertas al campo, pero algo habrá que hacer porque aunque no lleguemos a los niveles de Barcelona o San Sebastián, sí que es cierto que la proliferación de miles de plazas -algunas en edificios de viviendas donde no han visto un turista en la vida- en los municipios (en ciudades como Alicante la oferta alegal supera a la reglada), podría terminar provocando episodios de turismofobia. Un término acuñado el año pasado por el «lobby» empresarial Exceltur, que ha pasado de anécdota a realidad, pues se ha demostrado que la masificación que provocan los turistas que se alojan en viviendas desperdigadas por los barrios provocan aumentos de los precios en tiendas y bares e, incluso, conflictos sociales debido a que, como es lógico, el trabajador que se levanta a las 6 de la mañana no está dispuesto a aguantar fiestas hasta las 4 de la madrugada de estos improvisados vecinos que, por otro lado, tienen todo el derecho a disfrutar en sus vacaciones. ¡Ha existido siempre! Cierto, pero nunca con tal desmadre.

La fórmula para prevenir estas situaciones que acabarían enturbiando la imagen del destino -Benidorm lo tiene más controlado, pero el resto de los municipios turísticos no tienen el grado de preparación- es combatir a los ilegales y mejorar cada día más la oferta que se da en los hoteles y apartamentos registrados. Buena gastronomía, instalaciones con spa, parques de agua, menús temáticos? son complementos que permiten un precio más alto, que muchos turistas están dispuestos a pagar.

Y la misma fórmula sirve para amortiguar el efecto que pueda tener la batalla abierta por Turquía, Egipto y Túnez con los precios. Sería demoledor perder esos 7 millones de turistas extranjeros que visitaron la Costa Blanca en 2017. Casi la mitad británicos a los que ahora tratan de seducir complejos de cinco estrellas que nadie discute pero que no dejan de ser guetos de oro en medio de la inestabilidad social. La proximidad de la Costa Blanca con Gran Bretaña, Irlanda y Holanda, principales mercados emisores y la seguridad son argumentos estratégicos que deben reforzarse cada vez más con calidad y buen servicio. Los hoteleros lo saben y la Administración también. Por ello esa hospitalidad de la que tanto habla Francesc Colomer no resulta tan baladí.

Hay que tener claro, por supuesto, que hospitalidad no sólo es el obligado buenos días y los manteles de tela. Formación y profesionalidad. El turista no es tonto y sabe elegir. Hasta marzo no se sabrá con datos ciertos en la Costa Blanca el impacto real de la batalla de precios puesta en marcha por Turquía, pero en Baleares ya lo están notando, según se comentó en los pasillos de Fitur.

Resulta difícil deslizar alguna crítica después de una temporada como la que se cerró en 2017, con mil millones de euros más de ingresos del turismo extranjero, récord histórico de pasajeros en el aeropuerto de Alicante-Elche y más de dos millones de usuarios en el AVE que conecta Madrid y Alicante, pero caer en el conformismo sería letal para un sector en el que nadie puede ocultar que los vientos favorables de los últimos tres años se han debido también a un contingente de turistas prestados por la crisis social en el Mediterrámeo oriental.

350 experiencias que vender. Ese es el camino a seguir.

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