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La provincia de Alicante registra la mayor pérdida de población en 76 años

De enero a junio se produjeron 1.072 defunciones más que nacimientos al unirse la bajada de la natalidad y una mortalidad más alta que en 2016

La población de la provincia registra una bajada histórica

La provincia registró en el primer semestre del año el saldo vegetativo negativo más alto al menos desde 1941, fecha a partir de la cual el Instituto Nacional de Estadística (INE) ofrece datos en su página web. Según las cifras dadas a conocer ayer por este organismo estatal, entre enero y junio se produjeron 7.062 nacimientos en los municipios alicantinos, frente a 8.134 defunciones. Esa diferencia de 1.072 muertes más es la tercera que se encadena de manera seguida y la quinta desde 2012; sólo en el primer semestre de 2014 el número de alumbramientos superó al de fallecimientos. Y ese saldo negativo de 2012 fue, además, el primero que se produjo por lo menos en seis décadas.

Hasta ahora, ningún año ha terminado con más defunciones que nacimientos, puesto que la natalidad en el segundo semestre viene siendo mayor que en el primero. Eso sí, tanto en 2016 como en 2015 la diferencia fue mínima, por lo que 2017 podría convertirse en el primero con un saldo vegetativo negativo al menos en 76 años. Para poder aseverar que es la primera vez que esto se produce desde que hay registros se necesitarían tal vez horas de consulta en una biblioteca, al no estar disponibles en formato digital los datos de nacimientos anteriores a 1941. No obstante, es muy probable que hasta la fecha eso todavía no haya ocurrido, por lo cual, si la tendencia negativa persiste, 2017 marcaría un hito histórico. Y es que ni siquiera en los años posteriores a la Guerra Civil el número de muertes fue más alto que el de alumbramientos. Tampoco fue así en 1997, cuando la natalidad tocó fondo tras dos décadas de continuado descenso; entonces nacieron 12.811 personas, pero los fallecimientos fueron 11.457.

Entre 1997 y 2008 hubo un continuo crecimiento natural de la población gracias al auge de la natalidad, motivada en buena medida por la inmigración y las pautas habituales de fecundidad de muchas de las personas que componían este contingente. Sin embargo, la crisis económica posterior invirtió el proceso por completo. Así, si en 2008 nacieron 20.202 niños y niñas, en 2016 la cifra definitiva -también dada a conocer ayer por el INE- fue de 15.259, un dato similar al de 2001. A la vista de lo ocurrido en el primer semestre de 2017, es previsible que el dato final de este año sea aún más bajo. Mientras tanto, el número de defunciones tiende a incrementarse, aunque con altibajos. En 2016 hubo 15.155, frente a 15.853 el año anterior. No obstante, resulta mucho más llamativa la bajada de nacimientos.

Para el director del Departamento de Sociología I de la Universidad de Alicante (UA), Raúl Ruiz, los datos difundidos ayer por el INE son «una evidencia del envejecimiento de la población», el cual es, no obstante, «una tendencia generalizada en los países desarrollados». En todo caso, cabría preguntarse «por qué la fecundidad es tan baja». En este sentido, el profesor recuerda que «entran en juego otros factores como las posibles ayudas a la conciliación» familiar y laboral, que podrían ser un estímulo para que se tuvieran más hijos, aunque de todos modos «también es general que en las sociedades desarrolladas se tengan menos niños que en las que están menos avanzadas».

Ruiz señala que el envejecimiento «presenta retos muy importantes para el Estado del Bienestar», en cuestiones como las cotizaciones a la Seguridad Social, las pensiones y otras prestaciones como el cuidado de personas mayores o dependientes, pero que, en sí mismo, «no es un fenómeno malo». Al respecto, alude a cómo hay demógrafos que «consideran que es un éxito desde el punto de vista socioeconómico», en tanto que refleja que «las personas viven más y, por lo tanto, hay una salud en general y un sistema sanitario mejores». Eso sí, recalca, sin dejar de lado la proliferación de situaciones como «la epidemia de la soledad»: el incremento de los hogares unipersonales, gran parte de ellos habitados por mujeres mayores.

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