Una vez me colgué el chaleco reflectante, salí a las puertas del CAI a hablar con quienes habían decidido emplear su noche de martes en hacer un recuento de personas sin hogar: nada más y nada menos que un equipo de doscientos voluntarios. Todos con muchas ganas de participar en la campaña europea Homeless Meet Up Alicante.

Entre ellos me encontré con el agradecimiento al voluntariado de Julia Angulo, quien recientemente ha abandonado el mando de la Concejalía de Acción Social; con el aprecio por la precisión de estos nuevos datos de Carmen Durá, trabajadora de esta misma concejalía; o con el activismo de Linda Stein, una mujer inglesa que ya ha participado en los recuentos de esta campaña celebrados en otras ciudades como Londres o Valencia. «En concreto los datos que conseguimos recabar en Valencia han permitido que se empiece a actuar de una manera diferente», me explicaba Stein.

Se formaron grupos encabezados por un líder familiarizado con el entorno del «sinhogarismo». A cada uno se nos asignó una zona de actuación entre treinta y tres barrios de la ciudad Alicante, y con una linterna y un mapa arrancamos.

En mi grupo había varios estudiantes de Integración Social del Figueras Pacheco, dos trabajadores de distintas ONG y un antiguo sintecho. Este último, quien ya ha logrado reconducir su vida a la normalidad, fue una pieza clave por su gran experiencia en el entorno. Ponerse en la piel de quien no tiene un techo para taparse no resulta un ejercicio fácil ni preciso si no se ha estado ahí.

El primer día, martes 21, dimos con un toldo de plástico improvisado junto a la esquina exterior de un campo de fútbol. Nos acercamos y nos recibió Carlos, un hombre de unos cuarenta años que ya había cogido el sueño. Hablamos con él, nos contó cuántos eran y concertamos una cita para hablar al día siguiente.

Una vez más, el miércoles 22, todos los voluntarios salieron a barrer las calles para conocer la realidad de las personas sin hogar. Y allí estábamos nosotros, sentados en el cartón que Carlos, su mujer, su tío y la mujer de su tío usan como alfombra entre sus dos tiendas de campaña. Todos ellos nos esperaban con los brazos abiertos y con ganas de contarnos su situación. Nosotros escuchábamos atentos al tiempo que rellenábamos un cuestionario que mide el grado de vulnerabilidad de estas personas, ayuda a conocer cuántas son y la situación en la que se encuentran.

Terminamos y nos despedimos de ellos, no sin antes invitarles a la fiesta que tuvo lugar ayer por la mañana en la Plaza de Gabriel Miró. Hasta allí se acercaron algunos para tomarse un refresco, escuchar música o ver la función de un mago que jugaba con la percepción de la realidad de los asistentes. La misma realidad que doscientos voluntarios han tratado de visibilizar esta semana para poder hacerle frente.