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Alicante quiere ser turística, ¿o no?

La pérdida de 65.000 cruceristas reabre el debate sobre la falta de atractivos de la ciudad más allá del sol y la playa

Una pareja de turistas contempla la bahía de la Albufereta desde un mirador del Castillo de Santa Bárbara. isabel ramón

(«¿Por qué?»). Allá por primero de Ciencias de la Información en 1982 -recuerdo que también habíamos tocado el tema en COU-, la profesora de Redacción Periodística se esforzó una mañana en incidir en que esta pregunta era una de las seis que tenía que hacerse y responder siempre un periodista a la hora de escribir el texto que separa el titular del cuerpo de una noticia. Pues bien, esta pregunta es la que sigo haciéndome, treinta y cinco años después, cada vez que la ciudad de Alicante recibe un rejón del calibre del de esta semana, cuando se ha confirmado que las navieras Costa Cruceros y Pullmantur abandonan el Puerto Pullmantur Puerto hasta que la ciudad cumpla con sus compromisos y se convierta en una ciudad atractiva para sus clientes o, sencillamente, no les espante.

Y no ya porque Alicante cuente con esos iconos capaces de seducir a sus pasajeros sino, principalmente porque esté limpia, sea segura y en la Explanada el visitante se pueda tomar, por ejemplo, una horchata sin que durante esa media hora en la terraza sea asaltado por floristas improvisados, mendigos o vendedores de estampitas que, a la postre, sólo persiguen sacarte los cuartos.

La salida de Alicante de las rutas de Costa Cruceros y Pullmantur por el Mediterráneo vuelve a confirmar que la ciudad sigue sin hacer los deberes y, por tanto, no puede consolidarse como la ciudad turística que lleva queriendo ser desde hace 35 años.

«¿Por qué?». Esa es la pregunta que parece siguen sin hacerse los distintos rectores que han ido pasando por el Ayuntamiento en estos últimos 30 años. Que si apostamos por el turismo urbano, deportivo, náutico, religioso, gastronómico, cultural? hasta llegar a la ambigua conclusión de que Alicante es una ciudad multiproducto. Algo así como admitir que ni sabe a qué juega en el competitivo mundo del turismo.

Y el caso es que por tener lo tiene todo. Clima, buenas playas, un aeropuerto conectado con más de cien ciudades de toda Europa, línea de alta velocidad con Madrid, una completa planta hotelera. ¿Qué falla entonces? Pues falla lo de siempre en esta ciudad. Que se habla (anuncia) mucho y al final no se concreta nada, que nadie ha sido capaz de resolver un asunto tan crucial como el de la limpieza (paseando por cualquier calle te puedes llevar el recuerdo en la suela del zapato) y que no existe un consenso en el conjunto de la ciudad para decidir por dónde hay que ir, y cuando alguna vez se logra se cometen errores como el de hace 25 años, cuando se apostó por el carácter lúdico del Puerto, iniciativa que, encima, nunca se completó y acabó por hundir la actividad industrial de los muelles, con el traslado del negocio de los contenedores a València y años más tarde el proyecto del biodiésel a Gijón.

Alicante no puede, y quizá tampoco deba, ser Benidorm (destino cuyo éxito es reconocido a nivel mundial) pero tampoco se preocupó nunca de ser un municipio turístico como sí lo hizo la capital de la Marina Baixa, quizá por tener un alcalde, Pedro Zaragoza, al que en los años 70 no le importó que los turistas entraran descalzos, en bañador y con los pies llenos de arena en las terrazas de las cafeterías de primera línea del mar, algo impensable en la cosmopolita Alicante, que pensó, equivocadamente, que podría vivir toda la vida del puñado de madrileños que la eligieron como su playa.

Fueron pasando los años y fue la iniciativa privada (promotores) la que sentó las bases de un modelo turístico, básicamente el residencial, que funciona tres meses al año, muy pocos para una ciudad que quiere vivir del turismo porque, por otro lado, tampoco tiene ya más fábricas que la de aluminio, y un Puerto que es apéndice del de València. No hay mas.

Por no ser capaz, Alicante no ha sido capaz ni de contar con un buen Palacio de Congresos (y menos mal que el ADDA empieza a abrirse tímidamente a los eventos); pero sobre todo, no ha sabido, tampoco, vender y dotar de contenido a lo que tiene. Sin pretender, por ejemplo, que el extraordinario Museo Arqueológico Provincial (Marq), sea un Guggenheim, su presencia no termina de atraer a los turistas ni a los propios alicantinos.

Otros museos cierran los festivos y no digamos el comercio, del que ya nadie sabe cuando abre y cuando cierra. Algo que no sucede, prácticamente, en ninguna ciudad de Europa, donde la apertura comercial los 365 días del año es algo que nadie cuestiona. En Alicante no, en Alicante es imposible hasta llegar a un consenso y lo poco que funciona, la Volvo, también se bombardea.

Lo cierto es que propuestas las ha habido de todos los colores. Un teleférico que conectara el Puerto con el Castillo de Santa Bárbara (una joya a la que tampoco se saca el partido que se debiera), un acuario subterráneo entre las dársenas de levante y poniente, la peatonalización de la Explanada sin saber muy bien para qué, o el gran paseo marítimo por la primera línea del mar que enfrentó a los rectores del todavía tripartito desde el primer día, y del que en dos años no se ha puesto ni un trozo de madera. Sin olvidarnos de Panoramis, envuelto en un inacabable proceso de liquidación que da todavía un aspecto más fantasmagórico a la fachada marítima.

Y para colmo, el «tardeo», siendo una buena idea, ha terminado convirtiendo el centro de la ciudad en una especie de barra libre en la que cabe de todo, para desesperación de los vecinos y de muchos de los propios consumidores.

Van pasando los años y el por qué sigue sin respuesta. Algo grave cuando hablamos de una actividad que es la única que aguanta las crisis y representa el 18% del PIB. No es para bromas. Esta semana el disgusto ha llegado por la salida de las navieras Costa y Pullmantur. Esta última traslada el «Horizon», el barco que ha operado en Alicante, a las islas Canarias donde, paradojas de la vida, tiene su sede la empresa que gestiona la terminal de Alicante.

Un dato: cuando el Ayuntamiento detectó hace unos años que los cruceristas reclamaban atractivos a la ciudad de Alicante, la hoy defenestrada por unos y otros, la exalcaldesa Sonia Castedo puso en marcha la apertura del comercio en festivos, un mercado de artesanía permanente en el Castillo de Santa Bárbara y visitas teatralizadas a la fortaleza donde siempre había alguna exposición. La visita guiada, que no teatralizada, organizada por una empresa privada se mantiene los sábados y domingos. El resto, gaviotas.

Al menos los empresarios no pierden la esperanza e invierten avalados por los datos de ocupación, sobre todo los fines de semana y en fechas señaladas como las de la Volvo. Los hoteles volverán a cerrar este año una temporada mejor que la anterior, pero también es cierto que el porcentaje de crecimiento va disminuyendo. Y más que lo hará sí dejamos que el casco antiguo (Barrio) vaya despoblándose por la falta de limpieza, mantenimiento, atractivos y el ruido producido por esas noches sin control.

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