Si a una persona valencianohablante de la provincia de Alicante le preguntan qué término utiliza en su lengua para referirse a las palomitas de maíz, lo más probable es que responda «roses» o «rosetes», formas más habituales y extendidas. Sin embargo, en gran parte de la Marina Alta dirán que son «monges», y en la costa de la Marina Baixa las identificarán con el onomatopéyico «clotxes».

Pero en el interior de esa misma comarca hablarán de «xofes», y en Bolulla en concreto de «xufes», una palabra genuina que no se utiliza en ningún otro lugar para aludir a las palomitas. También es exclusivo de Xaló y Llíber el vocablo «gallets» para este mismo concepto, mientras que en Xàbia y El Poble Nou de Benitatxell llevan al extremo su elaboración y las llaman «bombes». Y todo eso, aparte de otras variadas formas que existen en el resto de la Comunidad.

Las decenas de posibles maneras para referirse a las palomitas es tan sólo un ejemplo de los muchos que se recogen en «Els parlars valencians», un libro publicado por los profesores de la Universidad de Alicante (UA) Vicent Beltran y Carles Segura. La obra recoge la riqueza léxica y morfológica de las distintas variantes del valenciano -y también de influencia en el castellano del Vinalopó y la Vega Baja- a través del estudio del habla popular en casi 300 localidades de la Comunidad, realizado de manera paulatina a lo largo de tres décadas.

Las curiosidades que pueden observarse son múltiples: las cosquillas son «cusquelles» en la Foia de Castalla, Banyeres, la parte valencianohablante del Alto Vinalopó y las zonas vecinas de València, y «picoretes» en algunos puntos de la Marina, frente al mayoritario «cuscanelles».

El pimiento es «bajoca» en Alcoy y su entorno, «pebrerot» en Monóvar y La Romana, y «pimentó» en Crevillent. El trigo, por su parte, es «forment» en Elche y Novelda, frente al más extendido «blat»; y el maíz es «dacsa» en la Marina y «panís» en las demás comarcas alicantinas.

Pero hay más: si a alguien de Castellón le hablan de un «vilero», seguramente no pensará en un vecino de La Vila Joiosa, sino en un gorrión. Y es que ésa es el vocablo para referirse allí a ese pájaro, mientras que la forma predominante en València y Alicante es «teulaí» o «taulaí».

En este sentido, Beltran y Segura señalaron ayer, durante la presentación del libro en la UA, que «en la década de 1990 los cazadores eran capaces de decir un centenar de nombres de pájaros, e incluso cómo cantaban, y un número similar de plantas», una riqueza de vocabulario en buena parte perdida, según señalaron, por no haber sabido apreciar esa diversidad léxica como un valor.

El libro no sólo explica cómo varían los nombres de las cosas entre unas comarcas y otras, sino también giros y expresiones; por ejemplo, el popular «mo n'anirem» [a nivel formal «ens n'anirem»] se vuelve «se n'anirem» en Alcoy, Banyeres, parte de El Comtat y la vecina Vall d'Albaida.

Y en Elche y Guardamar se conserva el uso del perfecto simple -«ell parlà»-, al igual que en el entorno de València, mientras que en el resto de territorios de habla catalana se emplea el perifrástico «ell va parlar». También se incide en la pronunciación, que contribuye a configurar cinco bloques dialectales en el valenciano.

Así, los autores hablan del «tortosí» -no hay diferencia lingüística alguna entre Morella y Amposta, recalcan-, el septentrional, el central, el meridional y el «alacantí». Dentro del meridional, además, prestan especial atención al valenciano de la Marina y parte de El Comtat, que conserva gran parte de las influencias de la repoblación mallorquina del siglo XVII.

Y del «alacantí», por su parte, destacan «el habla más representativa es la de Elche», no sólo por tener más vitalidad en la actualidad sino porque además «el valenciano tradicional de la ciudad de Alicante es más parecido al de Alcoy o La Vila Joiosa, por proximidad».

En la obra se presta especial atención a las características de la lengua en las tres capitales de provincia, asumiendo que «está en las últimas», sobre todo en Alicante, pero «destacándolo cómo aún se habla» y apelando a que se mantenga vivo.

Idioma de frontera

Otro aspecto al que se presta un gran interés en el libro es a lo que los autores llaman «hablas de frontera», con muchas influencias mutuas con el castellano y particularidades propias. Al respecto se destacan algunos castellanismos históricos del Baix Vinalopó, como «estropall» -la forma más extendida es «fregall»-, o, al contrario, catalanismos en áreas castellanohablantes, como «samorear» o «jamonar», utilizados en el Vinalopó y que provienen de «eixamorar», que significa «secar».

Beltran y Segura incidieron en que «es fundamental que la docencia conjuge el valenciano estándar con la riqueza de las variantes locales», así como en la afinidad con el habla de Lleida y del sur de Tarragona. «Incluso en valles del Pirineo hay rasgos que se consideran propios del valenciano».

Además, apostillaron, «hay más diferencias lingüísticas a uno y otro lado del Júcar que del Sénia», ya que el primero marca el límite entre dos grandes bloques dialectales.