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Solos, otra forma de vivir en la Comunidad

Una de cada cuatro viviendas familiares de la Comunidad está ocupada por una persona que vive sola, unos 517.000 residentes

Solos, otra forma de vivir

Son 517.100 personas, apenas el 10% de la población de la Comunidad, pero ocupan una de cada cuatro viviendas en la autonomía, más que quienes viven con su pareja y sus hijos. Los hogares formados por personas que viven solas llevan aumentando sin parar desde hace 15 años y empiezan a cuestionar la máxima de que la convivencia hogareña es la base de la sociedad. Defienden la soledad en positivo y en su mayoría aseguran hacerlo por decisión y no por obligación. Y aunque no hay consenso entre ellos sobre si la convivencia es más natural que la soledad, sí creen que los hogares unipersonales irán a más.

Que una de cada cuatro viviendas sólo tenga un nombre en el buzón es fruto de varias causas, según expertos y conocedores de esta realidad. De un lado, «el cambio social que produjo en 1981 la ley del divorcio», que ha contribuido a «flexibilizar» la idea del matrimonio entre los menores de 70 años, en opinión de Santiago Pardilla, director del blog y del estudio ilicitano Sociólogos. Este impacto se ha asociado a la posterior y progresiva despenalización social de la soltería y a la independencia económica de la mujer, quien desde hace décadas «puede tener un hijo y una vida completa sin necesidad de nadie más en su vida», para completar una alternativa que desafía al paradigma tradicional.

Además, otro fenómeno entra en escena y contribuye al cambio, el individualismo. «Este año ya ha habido tantos matrimonios como divorcios, por lo que todo el que se casa acabará separándose. La sociedad es cada vez más individualista y dudo que se vaya a invertir la tendencia, la gente va hacia la realización por su cuenta», asegura Sergio Mena, periodista de 37 años y director general de Tuymilmas.com, una agencia de viajes especializada en «singles».

Yo y mi espacio

Laura Cuenca López, de 36 años, representa de alguna manera esta forma de pensar y de configurar la vida personal. Es una de las 75.600 valencianas solteras menores de 65 años que vive sola, según el INE. Agente de viajes de profesión, vive en un apartamento de 60 metros cuadrados de Alicante desde hace seis años. Es una firme defensora de la soledad entendida como plena disposición del tiempo y el espacio propios. «Soy egoísta en el sentido de que me gusta gestionarlos sin depender de nadie, por lo que prefero compartirlos cuando me apetece», apunta por teléfono en un descanso de su jornada. Considera lo más coherente vivir de acuerdo a sus preferencias, por lo que para ella la soledad es una conquista y no una renuncia. «Vengo de un colegio de monjas y de una familia donde no ha habido ningún divorcio, pero luego te das cuenta de que no es la situación ideal para todo el mundo», cuenta. En este sentido, las personas que se han cruzado por su vida con intenciones de formar una familia «no me han hecho cambiar de opinión». Le gusta tener su círculo de amigos y una vida social activa pero ser la única dueña «del sofá, el mando y la tele». Su gata no supone un problema en este punto.

De la misma generación es José Luis González, consultor de comunicación de 34 años. Para él, vivir solo es una opción tan válida como cualquier otra, y aunque no renuncia a compartir su vivienda (está hipotecado) por amor o por que necesite dinero, cree que el hogar unipersonal es el símbolo de una generación «muy individualista». «Los de mi edad nos vamos a vivir en pareja cuando ya llevamos a veces hasta varios años juntos, no nos casamos y tenemos críos directamente, nunca antes de los 34 ó 35. Y defendemos mucho nuestro espacio y formas de hacer antes que intentar adaptarnos a otras personas», explica por Facebook. Piensa en la soledad y la independencia más en términos de logro que de fracaso y cree que «para mucha gente la barrera es más económica que social». «Vivir solo es un lujo», admite Laura.

Araceli Pérez, vecina de Alicante de 70 años, vive sola desde que hace diez años falleció su marido. Representa al colectivo de mujeres solas más numeroso aún en la actualidad, las viudas (son 116.800 mayores de 65, mientras que el total de solteras roza las 90.000). Vive cómodamente pese a sufrir una pequeña discapacidad y ha convertido la soledad en un discreto disfrute. «Juego al bridge, hago teatro, hago cenas en mi salón y voy a clases de filosofía», cuenta por teléfono. Su amiga Isabel Navas, quien ha cumplido los 75, está muy en contacto con ella, pero también está sola desde que perdió a su marido. Ocupa un apartamento en Alicante, desde el que sale al encuentro de hijos, nietos y amigos casi diariamente. «La soledad es que no haya nadie tampoco fuera de casa» reflexiona esta alicantina también bregada en conversaciones filosóficas.

El sociólogo ilicitano explica que durante muchos años «estar soltero, desde el punto de vista social, ha sido considerado como un problema del individuo, algo que hay que solucionar para ser aceptado dentro de la sociedad». Sin embargo, esta idea de lo que debe ser un ciudadano «está evolucionando, pues el no tener pareja no significa que no se esté completo».

Concha M. G. ocupa un piso de 80 metros cuadrados en una urbanización, tiene 56 años y es empleada de banca. Vivir sola ha sido la norma de su vida y cree que será la de más gente en el futuro, sin que esto signifique nada más que el triunfo del «mejor solo que mal acompañado». «Vivir solo no es lo natural en el ser humano, pero tampoco lo es vivir en pareja a la fuerza», matiza esta alicantina que está satisfecha con su estilo de vida.

Pese a que su experiencia les hace echar en falta que el castellano distinga como el inglés entre soledad negativa y positiva («loneliness» versus «solitude»), ninguno de los entrevistados cierra la puerta a la convivencia. José Miguel Carrión, sevillano y soltero de 48 años (el grupo de hombres menores de 65 sin pareja formal es el más numeroso de este 10% de solitarios, con 122.300 miembros en la Comunidad), se acostumbró a vivir solo y de alquiler en la veintena. Aunque vive con plenitud una madurez diferente a la que ha tenido mucha gente de su edad, admite que el modelo tradicional de convivencia sigue siendo muy poderoso: «Yo no descarto encontrar al hombre de mi vida y adoptar niños», afirma. Ni siquiera Laura descarta pasar a compartir su espacio con una criatura. «Afortunadamente la Seguridad Social valenciana cubre parte de la inseminación artificial», cuenta. Ella quiere ser madre, sí, pero sin dejar de decidir plenamente sobre su tiempo y su espacio.

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