Antonio Ugeda García, apodado Caricias, salía de trabajar como pinche de cocina en el Café Colón a las tres de la madrugada. Una noche del mes de mayo de 1935 fue atracado por dos individuos armados con navajas mientras volvía a su casa, robándole lo poco de valor que llevaba encima. Desde entonces, cuando acababa su jornada laboral, Caricias prefería esperar en el bar La Criolla, situado en la calle Primero de Mayo, a que amaneciera, para volver a casa.

Pero en la madrugada del 4 de junio de aquel año de 1935, Caricias se encontró en La Criolla con Manolo Calatayud, a quien conocía de vista, el cual se ofreció a acompañarle hasta casa. Eran las cuatro y media de la madrugada cuando marcharon por la calle de la Fábrica y de Vázquez Mella, acortando camino por un descampado que había al final de la calle San Carlos, a espaldas de tres chalés y cerca del Hospital Provincial. Manolo, que vestía traje azul marino y camisa blanca sin cuello, era alto y de pelo algo rubio y rizado. Caricias, más bajo y de pelo negro, llevaba americana azul marino, pantalón blanco y zapatos negros. Al pasar junto a una casa en construcción, Manolo dijo que iba a orinar. Se acercó a la zanja de cimentación y, al volver junto a Caricias, le dijo que allí había un hombre muerto.

Después de comprobar que, en efecto, en el fondo de la zanja, de poco más de un metro, se veía el cuerpo de un hombre, con la cabeza cubierta por una piedra, Caricias corrió en busca de alguna autoridad, regresando a los pocos minutos en compañía de un vigilante nocturno y una pareja de la Guardia Civil. Eran las 5 de la madrugada. Poco después llegó el juez de guardia, Julián Santos.

El cadáver era de un varón joven de pelo negro, vestido con camisa, pantalón gris a rayas, calcetines y zapatos negros, encontrándose cerca una americana negra ensangrentada. Cuando retiraron la losa que cubría la cabeza, comprobaron que tenía la cara completamente desfigurada, una herida en la nuca y una brecha enorme en la frente por la que había brotado masa encefálica. Fue identificado como Juan Soler Esteve, un enfermero del Hospital Provincial muy conocido por su simpatía y porque había sido el dueño de la bodega La Viña, situada en la calle Mayor. Estaba casado y tenía tres hijos de corta edad. Para mantenerlos, se dedicaba en sus ratos libres a la venta de alhajas, que en la actualidad le proporcionaba un enfermo del hospital, Julio Zaldívar Núñez.

Sin embargo, en el cadáver de Juanito no se halló ninguna alhaja, tampoco dinero. Tenía los bolsillos de la ropa vacíos, con los del pantalón a la vista. Los dedos de la mano los tenía magullados, como si los hubieran forzado para arrebatarle las sortijas que portaba. Entre los de su mano izquierda se encontró un mechón de cabello de color distinto al suyo.

Antes de marcharse, el juez Santos ordenó el traslado del cadáver al depósito judicial del hospital, pero se tardó más de una hora en cumplirse dicha orden, lo que indignó a Manolo Calatayud, quien se hallaba enfurecido desde que se enteró de que la víctima era su amigo Juanito.

Manuel Calatayud Solbes había sido también enfermero del hospital, donde trabó amistad con Juanito. Su asesinato le colmó de indignación, expresando repetidamente su deseo de acabar él mismo con quien le había matado de manera tan atroz. Lo hizo en el corrillo de curiosos que acudieron al lugar de suceso, entre los que se encontraban varios porteros, enfermeros y practicantes del hospital, y también entre los vigilantes y guardias civiles, con algunos de los cuales fue a desayunar al bar de Rosa, en la calle Doctor Sapena esquina General Elizaicín, y al estanco de Oliva Villazón, en la calle San Carlos.

Pero todo cambió cuando apareció Antonio, el hermano mayor de Juanito, poco antes de que trasladaran el cadáver de éste al hospital.

Antonio había conocido a Manolo la tarde anterior, cuando a eso de las 6 lo encontró en compañía de Juanito, frente al bar 14 de Abril, en la plaza Gabriel Miró, junto a Correos. Juanito se hallaba mareado por la bebida y Antonio le pidió que fuera a su casa a descansar, pues había salido del hospital a las dos y debía volver a hacer su turno a las diez de la noche. Manolo le dijo a Antonio que no se preocupara, que él acompañaría a Juanito a su casa.

Cuando Antonio encontró a Manolo en el lugar del suceso y supo que había sido él quien había hallado el cadáver de su hermano, le espetó delante de los guardias que no creía que fuese una casualidad.

Antonio marchó enseguida hacia el juzgado y Manolo quedó muy preocupado. Quiso irse, pero el cabo Jesús Donado le retuvo preguntándole por las pequeñas manchas de sangre que tenía en la camisa y en una de sus alpargatas. Manolo explicó que la de la camisa era de vino, y que la de la alpargata seguramente la tenía de cuando se acercó al cadáver, tras encontrarlo. Dijo que iría a cambiarse de ropa, pero Donado se lo impidió.

Unos minutos más tarde, Manolo y Caricias fueron arrestados y llevados al Juzgado del Sur, cuyo titular, Lino Martín Carnicero, se había hecho cargo de la instrucción del caso. Después de ser interrogados, Caricias fue puesto en libertad y Manolo quedó detenido. Ambos, no obstante, asistieron a las 5 y media de la tarde a la reconstrucción del hallazgo que ordenó realizar el juez instructor. Luego, la comitiva judicial, Manolo (esposado) y los guardias que lo custodiaban, fueron a la sala de autopsias que había en el hospital, donde se hallaba el cadáver de Juanito. Allí, el doctor Planelles informó de que el mechón de cabello que se había encontrado entre los dedos de la víctima era como el de Manolo.

Unas horas después fueron encontrados en uno de los retretes del juzgado el reloj de pulsera y una sortija que habían pertenecido a Juanito, y que Manolo confesó haber arrojado allí antes de ser interrogado. Ya en la madrugada del día 5 de mayo, el asesino confeso de Juanito fue trasladado a la cárcel.

Manolo había sido despedido del hospital el año anterior por mala conducta. Desde entonces solamente había trabajado unos pocos días, en el desmonte de la Montañeta. Vivía en casa de una enfermera, Salud Juan Montoyo, en Doctor Sapena 21, de quien se separó después de reñir, pero con la que había vuelto seis semanas antes. La familia de Manolo era humilde pero honrada. Su madre vivía en la calle Villavieja y trabajaba en el Central Cinema, donde también había trabajado su padre, hasta su muerte. Su hermano Eusebio era electricista y su hermana trabajaba en una sastrería.

El lunes 3 de junio por la mañana Manolo fue al hospital para ver a su amigo Juanito, quien le dio dinero para que comiera en un bar cercano y adonde fue a reunirse con él tras salir del trabajo a las dos de la tarde. Después visitaron varios bares, como el 14 de abril, Alatoz o Los Mariscos, en los que Juanito tomó abundante alcohol mientras Manolo bebía solo café.

Eran las nueve y media de la noche cuando ambos cogieron un tranvía, del que se apearon en la plaza de Santa Teresa, dirigiéndose luego a pie hacia el hospital por la calle de la Cuesta de la Fábrica y la de Vázquez Mella. Al atravesar un descampado que había junto a la ladera del Benacantil, al hallarse cerca de una casa cuya cimentación estaba comenzada, Manolo le dio inesperadamente un puñetazo en la cara a Juanito, haciéndole caer de espaldas a la zanja. Quedó éste inmovilizado a causa de la sorpresa y el dolor que le había producido una piedra en la cabeza, abriéndole una enorme brecha en la nuca.

Apenas si pudo defenderse mientras Manolo le quitaba la americana para registrarla, le arrebataba dos sortijas y el reloj de oro de pulsera, y le rebuscaba en los bolsillos del pantalón, quitándole tres pesetas. Le rogó por su vida: «¡Chatet, no me mates, que tinc tres chiquets!». Pero Manolo no quiso dejarle vivir porque temía que lo denunciase, por lo que levantó una piedra de grandes dimensiones, arrojándosela a la cabeza.

Manolo se lavó en la fuente de la calle Concepción y después fue a varios bares, como el Kiosco del Chato, El Cocodrilo y La Criolla, bebiendo y haciendo tiempo, hasta hacerse el encontradizo en este último establecimiento con Caricias.

El 11 de octubre se inició en la sala segunda de la Audiencia Provincial el juicio contra Manuel Calatayud Solbes, que fue condenado el 16 siguiente a 25 años de prisión y al pago de 25.000 pesetas de indemnización.

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