Recién curado de las heridas de medio siglo largo de procesiones cruzó el Casco Antiguo en dirección al centro de Alicante el Cristo de la Fe, «El Gitano», que tanto fervor despierta entre los alicantinos. Mecido por sus costaleros, lucía con todo el esplendor de su reciente restauración, obra del hijo de su autor, el escultor Ortega Bru (1964), quien vino desde Cádiz para reparar sus brazos, la mano derecha quebrada por tantos movimientos asida al madero, la corona de espinas, el sudario. También se arregló la cruz que tanto les gusta tocar a los privilegiados que llegan estirándose desde las ventanas y balcones a lo largo del sinuoso a la vez que arriesgado recorrido en descenso desde la ermita de Santa Cruz.

El Gitano asomó a las escalinatas en las que miles de personas se apostaban desde tres y hasta cuatro horas antes del inicio de la procesión sobre un monte de claveles rojo y amarillo, colores de la enseña nacional, realzado por el fuego de los nuevos pebeteros. Y lo hizo tras El Cautivo, el Cristo de Medinaceli que llevan los más jóvenes, estrenando potencia y corona de espinas, de morado y melena al viento.

Las saetas espontáneas a ambos pasos se pisaban en distintos puntos de la bajada desde la ermita mientras se preparaba para salir la Virgen de los Dolores, portada por costaleras entre vivas.

Era una procesión coral, con el sonido de los tambores arriba, el de las trompetas más abajo, y de lejos, las campanas de las iglesias invitando a sumarse a la procesión al Descendimiento, majestuoso paso con sus seis imágenes y dos mil kilos de peso, decorado con más de un millar de flores blancas, al que en Santa Cruz llaman «el rey». Tan querido como El Gitano, tan llamativo para el turista por el denodado esfuerzo que supone controlarlo para sus costaleros, obligados a frenarlo en la bajada. «Si tú eres el rey de este barrio, que todo el mundo te ama. Descendimiento de mi alma, cúrate las heridas con tu poder y la fe. Viva el Descendimiento», rezaba la letra de una saeta que rompía la tarde en la calle San Antonio, más aplaudida cuanto más lejos se escuchaba gracias a la buena acústica de la zona vieja, con fachadas encaladas y profusión de banderas, flores y arte. «Mira cómo los bajan», se escuchaba entre el público, fascinado por el ambiente, la fe, los esforzados costaleros, la música y la escuadra de romanos.

Cuando este trono salía, el Cautivo llegaba a una abarrotada plaza de San Cristóbal. Así estuvo luego la Rambla, para ver el brillo de esta procesión en la Carrera Oficial, en la que se dejaron ver el alcalde, el subdelegado, el presidente de la Diputación y la Bellea. Al ser hoy festivo muchos se quedaron para disfrutar del ascenso nocturno de los pasos con los costaleros a la carrera.