Durante más de dos siglos (desde los Reyes Católicos hasta Felipe V) los monarcas españoles promulgaron leyes suntuarias con la finalidad de frenar el lujo excesivo en el vestido y diferenciar las clases sociales a través de la indumentaria. La pragmática real del 11-2-1623, por ejemplo, además de prohibir el abuso de metales preciosos y abundancia de guarniciones y sedas en los vestidos, impuso el uso de la golilla en sustitución de la lechuguilla. El cuello de lechuguilla pervivió en el traje masculino hasta mediados de siglo, pero al final fue sustituido efectivamente por la golilla.

De manera que las pragmáticas reales influyeron en los cambios de uso de las prendas de vestir; o lo que es lo mismo, en lo que posteriormente se conocería como «moda». Pero no ocurrió así en todos los casos: una pragmática de 1639 prohibió el uso de cuerpos escotados en el traje femenino, a excepción del de las prostitutas, pero la prohibición apenas si fue respetada.

En el siglo XVIII solo se promulgó una ley general sobre vestidos. Fue en 1723 y su principal objetivo era mantener la diferencia en la indumentaria, ordenando a las clases humildes que vistieran con telas de lana, paño o bayeta. Se estaba alcanzando cierta igualdad del vestido entre las clases sociales, algo que preocupaba sobremanera a las autoridades.

En realidad, estas leyes eran ajenas a las costumbres populares en cuanto a la vestimenta. Por estas tierras, hasta bien entrado el siglo XIX, los campesinos y clases urbanas más humildes calzaban alpargatas de esparto o cáñamo; ellas vestían jubón, saya y mantilla para ir a misa; y ellos llevaban zaragüelles y mantas rayadas como sobretodo.

Sastres

Las personas que tenían el oficio de confeccionar ropa eran llamados alfayates en castellano, hasta que, a lo largo del siglo XIV, esta palabra de origen árabe fue sustituida por sastre, de origen latino y que llegó al castellano a través del catalán. Aquí, en Alicante, desde la conquista cristiana siempre se ha llamado sastre a quien tiene el oficio de cortar y coser vestidos, principalmente de hombre. El femenino, sastra, se usaba para la mujer del sastre, aunque la RAE añadió en su diccionario «ó la que tiene este oficio», en 1803.

Con el tiempo, el trabajo de confección de indumentaria fue especializándose, apareciendo el zapatero, sombrerero, peletero, jubonero, cordonero, calcetero, camisero, guantero, corbatero, chalequero, etc. También algunos sastres se especializaron en ropa militar o eclesiástica.

En 1510, había en Alicante siete sastres; y más de cien en 1804. Entre medias (1681), fueron aprobados los estatutos y ordenanzas del gremio de sastres.

Sabemos que en 1773 había un sastre alicantino que se llamaba V icente Baeza; y conocemos (por la documentación guardada en el Archivo Municipal o por la hemeroteca) los nombres de otros que vivieron en el siglo XIX: R. Mauricio (1832), F. Pastor (1835), Francisco Bernal (1840), Rafael Maluenda (1864), Luis Simó (1880), Francisco Rubio (en 1880 tenía su sastrería en Mayor 25), Vicente Bonmatí Galiana (1888), José Muñoz (en 1895 trasladó su sastrería de Princesa 8 a Méndez Núñez 20), Iñesta (en Trafalgar 50, proveedor del Círculo Católico Obrero en 1894), Miguel Verdú Pujalte (con establecimiento propio en el pasaje Amérigo, en 1897 dirigía los talleres de El Lujo, en la calle Mayor), A. Ferrer (traspasó su sastrería de Princesa 9, en 1897).

En el «XVI Certamen de la moda masculina», celebrado en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid, en febrero de 1974, participaron por primera vez cinco sastres alicantinos: Juan Díez, Bernardino y Manolo Salinas, Francisco Ferrández y Gregorio Lafuente. «Un sastre, para sacar rendimiento económico a su trabajo, debe cobrar como mínimo 14.000 pesetas por traje. No es éste el precio por el que se trabaja en la gran mayoría de los casos», declararon en una entrevista publicada por este periódico.

Desde finales del siglo XIX (aunque la RAE no lo incorporó hasta 1925 en su diccionario) existían en algunas sastrerías la figura del cortador (encargado de cortar los trajes). Algunos alcanzaron gran reputación, como el madrileño Alberto Romero, que fue contratado en 1898 por la sastrería de Palazón (fundada en 1854), con talleres en Ángeles 18 y Muñoz 7; o Pascual de Mergelina, quien tenía su propia sastrería en Sagasta 78, en 1909; o Emilio Verdú, encargado en 1910 de la sastrería de los almacenes La Estrella.

Industria textil

Hasta el siglo XVIII, la cría de gusano de seda en España estaba localizada en algunos pueblos de la costa levantina. También en el antiguo reino valenciano estaba, junto con Barcelona, la principal área textil, especialmente en Alcoy. Pero las manufacturas españolas no podían competir en precio con las extranjeras, de ahí que se prohibiera la importación y uso de algunas telas, como la muselina, en 1770.

La modernización de la fabricación textil empezó a principios del siglo XIX con la aparición del telar mecánico de Joseph Marie Jacquard. La posterior incorporación de la máquina de vapor supuso su industrialización, que en Barcelona empezó en 1833, pero que tardaría aún unos años en llegar a tierras alicantinas.

Nos consta que en 1789 había un maestro de paños alicantino: Isidro Abad. Pascual Moya Miralles era fabricante de paños en 1847.

Bazares y grandes almacenes

Ante la demanda creciente tras la industrialización textil, con la bajada de precios subsiguiente, surgieron en el siglo XIX los grandes almacenes de ropa ya hecha, algunos de los cuales también ofrecían trajes a medida por tener sastrería propia.

Antecesores de los grandes almacenes fueron los bazares (establecimientos de venta de productos variados, indumentaria incluida). En Alicante estaban, entre otros, el Gran Bazar Palomares (1876), situado en Mayor 10, que ofrecía a señoras y caballeros últimas novedades y «perfección de la moda»; el Gran Barato, en calle San Nicolás, «frente a las fuentes», que en julio de 1880 ofrecía «realización (liquidación) importante á los caballeros», con rebajas del 50%; y Catalana (1882), en Mayor 20, con sastrería propia.

En cuanto a los grandes almacenes, los había que se anunciaban así, aunque en realidad no eran tan grandes. Por ejemplo, La Peña (1897), propiedad de Irles y Compañía, situado en plaza de la Constitución 12; o El Siglo (1897), de los hermanos Navarro, con tiendas en la calle Mayor y pasaje Amérigo, especializadas al principio en prendas para eclesiásticos, pero que luego (1903) ofrecían prendas para todos los públicos; o La Estrella (1910), en plaza Castelar 3-5; o Levante (1951), en Rambla 37; o Nuevas Galerías (1960), en Castaños 6; o Las Filipinas, establecimiento reabierto en octubre de 1966 por Juan Sánchez Espadas en la Rambla, donde se vendían prendas de ropa hecha o a medida, confeccionada en su propia sastrería, además de electrodomésticos.

El primer gran almacén alicantino, propiamente dicho, fue El Águila, situado en Mayor 34. Era sucursal de una empresa barcelonesa fundada en 1850. El 23-1-1909 anunció una «gran liquidación de todos los artículos de invierno por fin de temporada», con el aliciente de que «todo comprador que reúna 100 pesetas en cupones de esta casa se le regalará un bonito reloj de pared». Fue trasladado (1912) a Princesa (después Altamira) 2. En 1930 era propiedad de los hermanos Bosch Labrás y en 1936 fue colectivizado por la CNT. A finales de 1949 fue trasladado al nuevo edificio levantado en Méndez Núñez 17, ocupando la planta baja y los tres pisos.

En abril de 1976 fueron inauguradas las Galerías Preciados en Federico Soto esquina Maisonnave; y a finales de 1989 El Corte Inglés, en Maisonnave.

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