Luis y Julia se conocieron una noche de 1906, durante la celebración de un baile en el Casino de Alicante. Se enamoraron y entablaron relaciones con el beneplácito de las familias de ambos.

Luis Pasqual de Bonanza y López de Castillo era miembro de una de las familias más influyentes y antiguas de la ciudad. Su abuelo paterno, Miguel Pasqual de Bonanza y Roca de Togores, había sido tres veces alcalde, y uno de los más importantes comerciantes y propietarios urbanos. Su abuela paterna era hija del conde de Berbedel. El último hijo de este matrimonio era el padre de Luis: Rafael Pasqual de Bonanza y Soler de Cornellá. Siendo teniente de navío se casó en La Habana con la cubana Josefa Bernarda Castillo el 14 de noviembre de 1864, con quien tuvo cuatro hijos. Luis era el benjamín. Después de servir cuatro años en Filipinas, el capitán de navío Rafael Pasqual de Bonanza y su familia vinieron en septiembre de 1896 a Alicante, donde él fue nombrado comandante del puerto.

Julia Palao Guillén era de una distinguida familia de Villena, donde ella había nacido. Pasaba largas temporadas en Alicante, sobre todo en invierno, con su tía Juana Guillén, que solía venir en busca de alivio para sus dolencias a la casa que poseía en el número 7 de la plaza Isabel II (hoy Gabriel Miró). Julia tenía 22 años cuando conoció a Luis, que era un año más joven.

Llegó un día en el que Luis propuso matrimonio a Julia, pero ésta se mostró remisa a casarse mientras él no consiguiera un medio de ganarse la vida, algo que a Luis no le preocupaba, por cuanto vivía muy bien de las rentas familiares. Esta desavenencia provocó ocasionales momentos de tirantez, que los amantes superaban con mayor o menor rapidez y esfuerzo.

Pero, transcurridos ya dos años de noviazgo, cada vez que Luis le hablaba de la boda (algo que esperaban con interés y deseo ambas familias) y Julia le respondía que antes de casarse lo mejor era que él encontrase un trabajo con el que sustentarse ambos, para no depender económicamente de la fortuna de su familia, la discusión se hacía más áspera y prolongada.

La última disputa se produjo en la tarde del 7 de febrero de 1908. A las cinco de la tarde, Luis fue recibido en casa de doña Juana Guillén, donde estuvo merendando. En un momento determinado, Julia y Luis volvieron a discutir sobre el mismo asunto que llevaba tiempo enturbiando su relación. Fue una discusión muy corta debido a la presencia de doña Juana, que precipitó no obstante la marcha de Luis, callado pero furioso.

Luis fue al Tiro Nacional, donde estuvo un par de horas, y a eso de las diez de la noche llegó al Casino, donde solía cenar. El camarero que le atendió declararía unos días después que estaba algo nervioso, malhumorado. Después de cenar, pidió que le llevasen papel de escribir y un par de sobres. En la misma mesa donde había cenado escribió con su pluma dos cartas, que una vez finalizadas metió en sendos sobres y éstos en uno de los bolsillos de su americana. Pocas horas más tarde se sabría que una de las misivas estaba dirigida a su familia y la otra al juez de guardia.

Recuperados en el vestíbulo del Casino su bombín y su capa forrada de terciopelo verde, Luis anduvo con paso lento hasta el Teatro Principal. Se apostó en la esquina de las calles Castaños y Riego (actual Teatro), a la espera de que concluyera el espectáculo y saliese el público. Tuvo que esperar solo unos minutos, pues a las doce y media se abrieron las puertas y apareció la gente que había asistido a la obra de teatro. Luis tenía que haber sido uno de aquellos asistentes, pues había adquirido dos entradas para la función de esa noche, pero antes de marcharse enfadado de casa de Julia esa tarde, las había dejado con un gesto de desdén encima de la mesa. Estaba convencido de que ella, despechada, habría ido al teatro porque la obra le gustaba mucho, y con ella seguramente habría llevado a su tía. Pero Luis solo acertó a medias. En efecto, Julia apareció entre los espectadores que salían del Principal, pero no así doña Juana.

Escondido en la oscuridad de un portal, Luis vio cómo Julia se dirigía hacia la calle Castaños, en dirección a la casa de su tía. Vestía un abrigo con mangas de globo, iba tocada con sombrero grande, adornado con plumas, y los tacones altos de sus botas resonaban al pisar con seguridad en el suelo de la calle, cada vez más solitaria pero bien iluminada por una docena de farolas de gas.

Luis la siguió, al parecer sin que ella se apercibiera. Pero cuando llegaron a la plaza de Isabel II, corrió para ponerse delante de Julia. Luis no dijo nada, solo la miró con ojos enrojecidos, al mismo tiempo que la apuntaba con la pistola Browing que había cogido un rato antes en el Tiro Nacional. Vació el cargador y, acto seguido, con Julia yaciente a sus pies, extrajo de un bolsillo otra pistola, con la que se disparó en la cabeza.

Alarmados por los disparos, dos hombres llegaron enseguida al lugar donde se había producido tan trágico suceso. Uno de ellos, Fernando Chápuli, que era redactor de Diario de Alicante, al ver el charco de sangre sobre el que estaba la mujer, fue corriendo a por su coche. El otro hombre, mientras tanto, asistió a Luis, quien permanecía en el suelo, con una herida en la cabeza y empuñando aún la pistola. Abrió los ojos y se incorporó lentamente hasta quedar sentado. Estaba aturdido, pero la herida no parecía muy grave.

Julia fue llevada a la Casa de Socorro, donde el médico cortó la hemorragia que le habían producido las siete heridas de bala. Pero su estado era tan grave, que fue trasladada al Hospital de San Juan de Dios.

Entretanto, Luis fue custodiado por dos agentes de vigilancia que llegaron prestos al lugar del suceso hasta el Gobierno Civil, donde llegó por su propio pie, ya que la herida en la cabeza no era más que un rasguño. Allí declaró que la Browing con la que había disparado a Julia, era de su padre. Después fue conducido a la Casa de Socorro, donde ya no estaba Julia y el médico le curó la herida. Luego los agentes le llevaron hasta el juzgado de guardia.

Al día siguiente, Luis ingresó en la cárcel y Julia fue llevada a casa de su tía, donde se esperaba que muriese en cualquier momento.

La prensa alicantina notició lo sucedido y algunos periódicos definieron a Luis, hijo del comandante de Marina, como un muchacho rico, holgazán y disoluto. «Todos ven en el asesino al señorito sin freno y lleno de vicios», decía Diario de Alicante, periódico que durante varios días seguidos encabezó las noticias sobre aquel suceso con el título «El matón de levita».

Julia sobrevivió, para sorpresa de todos, aunque algunos de los siete balazos le habían causado gravísimas heridas. El proyectil que se le extrajo de la cabeza, por ejemplo, le provocó una alteración funcional del cerebro, «generadora de afasia y un foso de nurosis (sic) en el parietal izquierdo» (Heraldo de Alicante, 4-3-1911).

Antes de regresar a Villena el 1 de julio (cinco meses después de ser tiroteada), Julia agradeció a través de una carta publicada por los periódicos alicantinos todas las muestras de apoyo y cariño que había recibido.

Julia fue dada de alta médicamente el 18 de diciembre de 1909, pero recayó y hubo de ser operada de urgencia el 11 de abril del año siguiente. Falleció unas semanas después, el 27 de mayo de 1910.

Las actuaciones judiciales encaminadas a preparar la causa criminal contra Luis (que continuaba en prisión provisional) finalizaron en el mes de septiembre de 1910, pocos días después de que falleciese su padre, el capitán de navío Rafael Pasqual de Bonanza. El sumario estaba compuesto por 786 folios.

El juicio se celebró en la Audiencia Provincial en marzo de 1911. El veredicto del jurado, dado a conocer en la mañana del día 14, declaró que los hechos realizados por Luis «constituyen un delito de disparo de arma de fuego y lesiones graves», pero también le declaró loco. En consecuencia, la sentencia pronunciada a las siete y media de la tarde de aquel mismo día, condenó a Luis a ser recluido en un manicomio hasta que la Audiencia considerase que había recuperado por completo su juicio.

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