Enmarcada en una más de las actividades del proyecto Erasmus+ Humrev, por los derechos humanos, con estudiantes de otros cuatro países en Italia, Polonia, Alemania y Finlandia, el Instituto Cabo de la Huerta conmemoró ayer el Día de La Mujer con una actividad solidaria en la que se implicaron, además de los alumnos y profesores, algunos de los padres.

Cortarse el pelo cuando no se ha decidido de antemano resulta duro, pero todavía es peor perderlo por culpa del cáncer. Contribuir a la recuperación de la autoestima de las mujeres y niñas afectadas por esta enfermedad es el mensaje transmitido previamente en las aulas, de la mano de las profesoras de Educación Física Inés García y Maribel Coy, y que ayer se transformó en una oleada de solidaridad plagada de emociones.

El gimnasio del instituto se convirtió en un improvisado y grandioso salón de peluquería en el que profesionales del barrio ofrecieron sus servicios desinteresadamente. «Es una forma de aportar nuestro granito de arena, y estamos gratamente sorprendidos por la implicación de los chavales», apunta Jesús Pacheca de la peluquería JyB del centro Venecia. Guapa, de Villa Marco, y Pilar Alemañ, con la peluquería en la calle Goleta, también sumaron sus tijeras a la causa.

Además, se han ofrecido a seguir con la campaña organizada con la ONG Mechones Solidarios en los próximos días, en sus propios centros de trabajo, a cambio del donativo estipulado de 5 euros que se recauda para las enfermas.

Roquero

José Emilio Cano, padre de dos alumnos del centro, acaba de ceder 30 centímetros de su pelo roquero, como él mismo lo describe. «Me está doliendo todavía, es duro, pero yo mismo sufro cáncer desde 2012. Recuperé el pelo y desde 2014 no me lo cortaba, pero a veces somos demasiado egoistas». Ayer «alucinó» con la generosidad de las decenas de alumnos que pasaron por el gimnasio, «pensamos que van a la suya, pero están concienciados», destacó.

A María José Antón, en segundo de Bachillerato, también le costó desprenderse de su melena morada, pero recordar al amigo que murió de cáncer con 18 años le dio «fuerza», como contaba.

Leire Cerro, con once años, afirma que se ha puesto en el lugar de las enfermas y no ha dudado en ayudar. «Es algo material para nosotros que puede convertirse en un sentimiento de felicidad para otros», reflexiona.

La profesora Inés García predicó con el ejemplo dejando en manos de los profesionales sus 20 centímetros de pelo «la vez que más largo lo he tenido», dijo, y confesaba sentirse gratamente desbordaba por la ola de colaboración desatada tanto en el instituto como en todo el barrio.