Los íberos fueron los que empezaron a cultivar la vid en la provincia de Alicante para uso familiar, y posiblemente los fenicios la introdujeron en la primera mitad del primer milenio antes de Jesucristo, lo que da una idea de la larguísima tradición vitivinícola que atesora este territorio. En el yacimiento arqueológico de Benimaquia, en Dénia, se encuentra uno de los lagares más antiguos de Europa.
Con todo, el despegue de los vinos alicantinos se inició en el Renacimiento, cuando Fernando el Católico prohibió en 1510 la distribución en Alicante de caldos de otras tierras.
La época de oro del vino de Alicante empieza en el siglo XIX. A mitad de ese siglo el oidium primero y la filoxera después arrasan los viñedos franceses. Se firma un tratado comercial preferencial con este país que supone un auge increíble para los caldos de la provincia, hasta el punto que se alcanzan las 93.000 hectáreas de viñedo y una producción de 1.200.000 hectolitros. A modo de comparación, baste decir que en la actualidad se superan por poco las 10.000 hectáreas y que la producción es de unos 150.000 hectolitros. Después, en 1892, se acabaría el tratado y la sobreproducción pasó a ser un cáncer en la viticultura alicantina.
Ha sido el de esta provincia un vino con «Denominación real», que ha ocupado mesas de reyes de Francia, cardenales y príncipes de la literatura. El fondillón, sin duda, ha sido uno de los principales exponentes, como decía Cabanilles, un vino «espeso, de sabor dulce, con alguna aspereza, tan estimado en todas las naciones».
Cocentaina acogió la primera estación enológica de España, precisamente para intentar frenar la filoxera, y la Denominación de Origen, creada en 1932, contribuyó decisivamente a consolidar el sector, con la constitución del primer consejo regulador en 1957.
