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Calentamiento, sequía y polvo del desierto en Alicante

La mayoría de los municipios no tiene asegurado el suministro hídrico ni están preparados contra las riadas

Calentamiento, sequía y polvo del desierto en Alicante

Escasez de agua, inseguridad alimentaria, daños y pérdidas humanas por fenómenos meteorológicos extremos, cuya intensidad y frecuencia está previsto que aumenten como las inundaciones, las tormentas, las olas de calor y las sequías. Este es el mensaje que los expertos que estudian la evolución del clima en los últimos años, el tan debatido cambio climático, han lanzado a la opinión pública mundial sobre las consecuencias que puede tener para nuestro futuro, más que a largo a medio plazo, el calentamiento global de la tierra, y así se ha puesto esta semana de manifiesto en la cumbre de Marrakech.

La constatación de que algo está pasando y no bueno lo ofrece la provincia, donde la temperatura media ha aumentado un grado en los últimos 16 años, cifra que representa la mitad de lo que los expertos habían calculado para todo el siglo en el planeta. Aunque el mensaje pueda parecer lejano en Alicante, un problema más propio de otras latitudes, el calentamiento comienza a sentirse en el día a día de una provincia que, por ejemplo, ya no tiene asegurado el suministro hídrico, entendiéndose como tal la disponibilidad de agua de calidad, tanto para el abastecimiento urbano como para la agricultura.

Tres años de intensa sequía -y si el cielo no lo remedia a partir del próximo enero iniciaremos el cuarto- han dejado contra las cuerdas al sector primario (cien mil familias viven de la industria hortofrutícola), comienzan a cambiar el paisaje debido al avance la desertificación y han provocado ya los primeros cortes en el suministro en poblaciones de la Marina Alta, la otrora Galicia alicantina, donde sigue lloviendo pero ya no con la intensidad de antaño y donde no hay infraestructuras para retener el agua de la lluvia pues no haber no hay ni embalses.

La sequía pasa su factura y es, precisamente, una de la dos consecuencias que más nos afectan al estar íntimamente ligada al cambio climático. La Administración ha hecho los deberes menos que a medias, y en los últimos diez años solo se cree en las teóricas bondades de las desaladoras, sin afrontarse temas capitales como las conexión intercuencas o haciendo mal las cosas, como lo demuestra el fallido trasvase Júcar-Vinalopó (al margen de la polémica por la calidad del agua, ésta no se puede pagar), o el permanentemente amenazado Tajo-Segura, que al no reordenarse el río cedente camina, año tras año, hacia la extinción por la sequía que también sacude la cabecera del río que deja miles de hectómetros al año en Lisboa.

Y si la sequía es hoy el desastre ambiental más grave, no es menos preocupante el anuncio de que tras los periodos secos llegarán las inundaciones. Algo en lo que hay que reconocer que se ha avanzado un poco más, pero tampoco resulta suficiente, pese a que a nivel local, la capital de la provincia, Alicante, pueda presumir de proyectos ejecutados como el plan antirriadas, el depósito contra la contaminación de San Gabriel o el parque inundable de la Playa de San Juan. Por mucho que el Consell se haya puesto ahora el mono de trabajo de la protección y, día tras día, blinde un poco más el terreno, en los últimos 30 años en Alicante se ha dejado construir, de norte a sur y de este a oeste, ocupando las ramblas y los barrancos que se convierten en auténticos ríos cuando se producen lluvias torrenciales. Tormentas que hoy parecen formar parte de la historia, pero que regresarán y, si nadie lo remedia, volverán a inundar los cascos urbanos donde la red de saneamiento no se ha tocado, o las primeras líneas de costa en las que se trazaron paseos por debajo del nivel del mar. Como sucede, por ejemplo, en la popular Playa de San Juan de Alicante, o en muchos municipios de la Marina o la Vega Baja donde se han consolidado urbanizaciones ocupando barrancos que, como su mismo nombre indica, se comportan como tales cuando corre el agua de manera violenta.

Confort climático

El calentamiento está ahí y es un hecho. De momento, ha dado un confort climático a la provincia y, en particular al sector turístico, para el que el verano dura seis meses, de mayo a octubre, mientras en la Europa central llevan ya meses con las calefacciones encendidas prácticamente desde septiembre. Una oportunidad que no se puede dejar escapar pero que, sin embargo, aparece condicionado por la falta de infraestructuras. Si el buen tiempo atrae más visitantes pero éstos no tienen, por ejemplo, garantizado el suministro hídrico, poco se podrá esperar de las bondades que el calentamiento climático proporciona a la provincia de Alicante. Eso sí, que nadie se crea que las playas van a desaparecer o veremos hundirse la isla de Tabarca como si de la Atlántida del siglo XXI se tratara.

El principal problema ha sido, es y será la sequía, y no parece que pueda tener solución fácil mirando al cielo. Según constata Jorge Olcina, director del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, desde los años 80, no ayer ni desde hace tres años cuando comenzó el actual ciclo seco, se ha detectado un aumento de la llegada de aire sahariano al Mediterráneo, que está directamente relacionado con la disminución de las lluvias. El polvo sahariano crea una especie de capa de inversión en la troposfera que impide que las nubes alcancen un desarrollo normal para que puedan formarse lluvias en su interior y descargar posteriormente sobre la tierra. Lo único que desarrollan, recuerda Olcina, son lluvias de barro con poca cantidad de agua.

El catedrático Antonio Gil Olcina lo advierte cada vez que se toca el tema. «Yo no puedo afirmar con rotundidad que estemos ante un cambio climático pero lo que no puede traer nada bueno es seguir emitiendo gases de efecto invernadero a la atmósfera». Palabra de sabio.

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