«Con mi sueldo de media jornada (unos 600 euros) y un contrato de un año prorrogable, mi única opción era vivir en un piso de mis abuelos que estaba vacío. Con mi salario no puedo permitirme pagar un alquiler para mí sola». Teresa Compañy, de 27 años, es la única de su círculo de amigos que vive totalmente emancipada, sin compartir piso con otros jóvenes, y porque su familia le ha permitido disponer de una casa ahorrándose alquiler o hipoteca. Eso sí, Teresa paga los gastos de luz, agua, comunidad, teléfono, impuestos y cualquier reparación de la casa. «Son ventajas porque vives solo pero estás en la permanente incertidumbre con los imprevistos. Con los gastos y la comida, a ver cómo ahorro, y si se me rompe la lavadora, a ver qué hago». Siempre están sus padres, admite, «tengo un colchón familiar increíble, se me rompió el ordenador y me ayudaron. Estoy emancipada pero cuando tengo un imprevisto tiro de papá y mamá. Independizarse no es eso».
Teresa afirma que muchos más jóvenes se irían a vivir solos si tuvieran capacidad económica. «En mi franja de edad, bastante alta, la mayoría sigue con sus padres. Algunos se van a compartir piso, pero es que los contratos son muy inestables. Mis padres con 24 años estaban casados y yo había nacido. Las expectativas vitales que teníamos de pequeños o los planes a largo plazo no se cumplen».
Licenciada en Periodismo, terminó los estudios en Lima (Perú) con una beca, y al volver se fue al País Vasco a trabajar llevando la comunicación de una asociación. Compartió piso en Bilbao, donde asegura que hay más ayudas para jóvenes y planes de empleo. Al regresar a Alicante, encontró trabajo como técnico de Proyectos en el Consejo de la Juventud y quiso vivir sola. «No tengo que estar pidiendo permiso y estoy más tranquila. Por contra, está la soledad, tengo la radio y la televisión siempre encendidas». Con ella viven un hámster y peces, «baratos de mantener, bonitos y hacen compañía».
