­«Es mejor perder el trabajo que perder la vida», decía ayer una mujer belga que, esperando su turno ante el mostrador de Ryanair en el aeropuerto de Alicante-Elche, confesaba que aún estaba temblando desde que a primera hora había conocido la noticia de los atentados en la capital de su país. Caterina tenía dos motivos para respirar ayer tranquila. Uno, su hermana, que tenía que coger a las 13.40 horas un vuelo de esa compañía en Alicante para volver a casa. El otro, su marido, que a primera hora tenía que haber embarcado en el aeropuerto de Bruselas con destino a Elche: «Estaba en ruta hacia el aeropuerto cuando le han dicho que no fuera, que había un atentado». Así que por pocos minutos no estaba allí su pareja, y por pocas horas no volaba hacia allá su hermana, preocupada porque hoy tiene que trabajar, aunque vista la situación en su país quitaba hierro al asunto.

Ayer se formaron tres grandes colas en la terminal de salidas. La primera, la que correspondía a un vuelo de Jetairfly que tenía que haber partido a las 10 horas. La siguiente, ante el personal de Ryanair, donde esperaban Caterina y otros viajeros resignados a verse reubicados en vuelos programados para el sábado. Y la tercera ante el mostrador de Vueling, que operaba conjuntamente con Iberia un vuelo hacia Bruselas previsto para las 14.25 que tampoco salió, obviamente porque Bélgica cerró sus aeropuertos, estaciones de tren y hasta colegios.

La mayoría de los afectados por esas tres cancelaciones eran, de hecho, ciudadanos belgas. Nervios, caras compungidas, radios sintonizadas y los móviles pegados a las orejas eran la tónica general. Nada de enfado, nada de crispación, porque todos parecían coincidir en que el motivo que retrasa su viaje está por encima de los inconvenientes que les genera. Marina Marien, de Bruselas (aunque matizaba que no vive en el centro), hacía de traductora de español a un grupo que se mostraba consternado por las noticias que iban llegando, y que relativizaba tenerse que quedar en Alicante hasta el sábado, porque «tenemos una casa en Campoamor, no es problema, Ryanair dice que nos puede pagar todo, los taxis, el hotel...».

«Terrible», «horrible»... No había muchos adjetivos que pudieran encontrar en inglés, francés o castellano quienes esperaban con paciencia alguna alternativa: «Nos dicen que nos podemos ir el viernes», decía otra mujer, que además matizaba: «¿Si estamos preocupados? ¡Claro! Pero yo sabía que esto tenía que pasar alguna vez». El personal de Vueling informaba a los clientes de que había algunas posibilidades para volar a otros países que pudieran aproximarles a sus destinos. Dublín mañana desde Valencia o Amsterdam eran posibilidades que, según el personal, estaban comenzando a estar completas: «Hay otros aeropuertos abiertos, pero están a tope», manifestaban.

Raúl Reina es un docente del departamento de Psicología de la Salud de la Universidad Miguel Hernández que hoy tenía que impartir una clase de un máster en la Universidad Católica de Lovaina. Su avión salía ayer a las 13.40 y sobre las 9.30 horas, en una reunión en el campus, se enteraba de todo el caos. «Me ha empezado a llamar gente y enseguida la compañía me ha enviado un mail que cancelaba el vuelo», relataba tras hora larga esperando en el aeropuerto a ser recolocado para, improbablemente, hoy.

«El susto lo llevo en cuerpo», indicaba el profesor, al tiempo que remarcaba lo tranquilo que es Bélgica y que, en definitiva, «esto es un problema global», no solo de Bruselas.