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Cuando la mendicidad se hace crónica

Pobres por naturaleza

Los indigentes que piden en las calles de las principales ciudades de la provincia han llegado a convertirse en invisibles

Pobres por naturaleza

Están tirados en el suelo junto a un pañuelo abierto, de pie sujetando en una mano enguantada un vaso de plástico, junto a unos recreativos de apuestas, al lado de un parquímetro en el que decenas de personas echan monedas sin mirarles o a las puertas de un supermercado, otros sujetan un cartón garabateado con palabras huecas y ocultan tras él rostros de pena. Apenas se mueven, muchos ni hablan. Miran al infinito y están todos los días del año en los mismos sitios. Son invisibles para la sociedad. Nos hemos acostumbrado a pasar delante de estos semblantes de tristeza, soledad y frío y somos tan impasibles ante ellos como si viéramos un banco o un árbol y descubrimos que estaban allí el primer día que ya no están. Sólo entonces quizá nos remuerda la conciencia y nos paremos a pensar qué ha sido de ellos. Por qué se han ido.

Las administraciones apenas dan respuesta a estas personas. ¿Existe un seguimiento?, ¿se saben quiénes son?, ¿tienen solución?, ¿es fácil conseguir que abandonen su puesto fijo en una plaza?, ¿hay enfermos mentales?, ¿hay mafias? No es plato de buen gusto bucear por estos invisibles, todos tienen un pasado que contar, un presente que dura lo que el día, pero no un futuro. Vidas que la sociedad, muchas veces, rechaza escuchar.

Ana Lucas es la responsable de Cáritas en Orihuela y carga sobre su mochila muchas historias. Con un par de datos pone nombres a muchas de estas personas e hila con una facilidad pasmosas un análisis rápido del qué, el cómo y el por qué siguen allí algunos. Coincide en que estas personas son el resultado de otro fracaso de la sociedad de bienestar. La que permite mostrar sin hacer nada la pobreza como un cuadro colgado de cascos históricos, plazas y fuentes. No son personas pasajeras son recalcitrantes en su presencia y no se las atiende ¿o sí pero no sirve para nada? y mucho menos se las saca de las calles. En este país donde la crisis vive instalada, donde se han multiplicado las familias que precisan solidaridad y el término ayuda de emergencia se ha hecho cotidiano, estos pobres no son los nuevos, ya lo eran. Quizá se les vea un poco más o un poco menos, algo que también depende de la época del año y, por qué no decirlo, del turismo o del político que dé el dato. Todos o casi todos responden de una manera u otra a la siguiente fórmula: Si alguien quiere pero no puede, tiene solución; si alguien no quiere, da lo mismo que pueda o no. Quien quiere salir de la calle tiene puertas que se le abren, pero si no quiere... La actitud no es una opción, es una decisión en sus vidas.

Desconfiando

Me contó que se llamaba Augusto y me costó poco más de dos euros, abonado su pago en tres días consecutivos, ganarme algo de su confianza y que me contara su historia -sí, a veces hay que pagar por la información-, aunque igual lo hubiera hecho con gusto el primer día, pero creo que no. Aceptó de reojo. Era desconfiado. Aquel día lo hizo quizá para combatir la soledad del que no tiene nada más que hacer que pensar o por curiosidad de alguien que está a vueltas de todo. Su vida iba cargada con una bolsa de deportes, un saco de dormir y bastantes objetos inservibles que dejaba entrever una cremallera mal cerrada. Nació en Asturias y no pone fecha al día en que se abrió la puerta de ese abismo que es la soledad y el abandono y no quiere explicar cómo acabó allí ni que se sepa que nadie le sigue ya los pasos. Sabe cómo moverse de pueblo en pueblo, pero le gusta poco hacerlo y, si no lo molestan, mejor. Muchas veces, los ayuntamientos facilitan a estas personas el billete para otro destino sin hacer preguntas a través de la gestión de las sufridas ONG's. No existe coordinación ni reciprocidad entre municipios para facilitarse la información y mejor así porque quizá una conversación entre los ayuntamientos sobre un traslado pagado a un mendigo podría ser algo así:

Ayuntamiento A: «Ahí te envío al indigente?».

Ayuntamiento B: «¿A mí?, ¿por qué? ».

Ayuntamiento A: «Porque quiere ir...».

Ayuntamiento B: «¿Y por qué mejor no lo envías a...?»

Los ayuntamientos en esto tampoco son solidarios ni ofrecen información. Bienestar Social de Orihuela ha declinado colaborar en este reportaje. Un policía asegura que muchos ayuntamientos tienen informes de aquellos que han identificado y que les relataron cómo se les facilitaba el billete para cambiar de aires sin que existiera motivo alguno. En cambio, Cáritas, como otras ONG's, sí se preocupa de saber dónde y cómo acaban las personas que han atendido. Lo hacen a través de un registro con todas las garantías de privacidad para, en definitiva, saber a qué personas y problemas se enfrentan y hacen con ello una labor que primordialmente debería asumir las administraciones.

Canalizar

Augusto asegura que acabó en Orihuela porque alguien le dijo que había poca competencia y mucho cura. ¡Cuidado, no hay que confundirse!, la Iglesia hace muchos años que no respalda limosnas como tal pero si el canalizar las necesidades de estas persona a través de entidades públicas y privadas. Unas monedas lavan quizá conciencias de pecadores y también hay gente caritativa, pero no resuelven el problema. Eso no es óbice para que muchas parroquias de Orihuela, de Alicante y Elche, primordialmente, porque son municipios con mucho trasiego turístico y patrimonio que mostrar, tengan cada día a personas pidiendo en las puertas con letanías de manos tendidas y voces que más parecen un lamento. Cáritas dice que muchas familias rumanas que rechazan la escolarización de sus hijos -y por eso no acceden a ayudas oficiales- copan las parroquias. Pero no nos desviemos. Estos no son los invisibles. Quien pide en la Iglesia tiene sus horarios que, habitualmente, coincide con misas y festividades. Quien lo hace en una plaza o una calle no, porque está a jornada completa: mañanas, tardes y ¿noches?. No, por las noches no están. ¿Dónde se meten? ¿de dónde vienen a primera hora? «De cualquier sitio», dice Augusto. Sin más.

Él es de los que parece que quiere pero no puede pero, si fuese así, habría ya salido. No quiere contar mucho de lo fácil o difícil que es terminar comiendo un plato de caliente al cabo del día, de cuánto agricultor solidario se ha encontrado que le ha llenado el estómago y la mochila de fruta fresca o algún tomate pero también de aquellas personas de gesto agrio que se apartan al verlo como si estuviera apestado o fuese un delincuente, algo que le indigna porque tiene amor propio. Mucho. Y todo ello lo lleva con la entereza de alguien que parece roto por dentro, vacío de sentimientos y al que sólo le mueva la esperanza de que algún día encuentre, no se sabe cómo, el final de su camino.

Ana Lucas se ha curtido escuchando mil y una vidas como la de él y asegura que muchas veces sólo busca que los escuchen, «no quiere más». Explica sin ambages que entre estos pobres crónicos, que también los hay en ciudades de interior, caso de Elda, Alcoy, o de costa, como Benidorm, se dan enfermos mentales, gente que lo hace sin tener necesidad -y es capaz de citar nombres y familiares que los recogen en coches a diario- e, incluso, personas atrapadas por mafias de medio pelo que se enriquecen con las desgracias de personas que por cinco o diez euros dan por resuelto un día más de su vida y entregan el resto al que los trae y los lleva. Son esclavos de su destino. La responsable de Cáritas habla sin problemas de las mafias porque ha conocido casos, aunque la gente no quiere hablar y sólo lo hace cuando se derrumba o la desconfianza deja paso a la confianza. «¿Mafias?, sí claro que se sabe y están denunciadas a la Policía, pero es difícil de combatir. Hace falta interés». Los cogen y se los llevan a otros municipios, los ponen a pedir y, al concluir la jornada, van a por ellos y a por sus ganancias. Y cita a Orihuela como un destino «de trabajo».

Buenos días

Samir te da los buenos días y una sonrisa por una moneda, pero también gratismoneda. Lleva tanto tiempo junto a la pared de mármol de un edificio de Orihuela que parece que su silueta queda cuando él se marcha. Dice que es su lugar de trabajo, que todo el mundo sabe dónde está y que, de vez en cuando, algún capataz lo cita un sábado o domingo para recoger limones. Para él, una fiesta. Sesenta a 80 euros por un trabajo duro en el que se dan citan más de cien temporeros. «No hay españoles porque no encuentran que quieran hacerlo», recalca. Le pregunto si tantos días en el mismo punto crean clientela o rechazo. «Hay de todo», contesta, pero con su gesto se constata que si no lo rentabilizara no iría, que esa sombra que se queda en la pared cuando se marcha indica al resto de mendigos que es su sitio. Que no se lo toquen.

«Las diferencias en la población en términos de desigualdad, pobreza y exclusión social continúan enfatizándose. La reducción de las mismas no se producirá sólo por el empleo y la erosionada capacidad de la protección social. El fortalecimiento de los valores cívicos a través de una mayor implicación de la ciudadanía y del reforzamiento de la sociedad comunitaria constituyen uno de los pilares básicos de esa construcción», dice el informe Foessa (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada. Y tiene razón pero, ¿dónde quedan estos invisibles, dónde quedan en él estos pobres por naturaleza?.

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