Si algo representó el Mayo francés fue un tortazo al orden establecido, un puñetazo a la mente acomodada. De aquel movimiento, cinco jóvenes galos extrajeron su pretensión de conocer el mundo, de escarbar entre las sociedades más extrañas para embadurnarse de sus poco convencionales modos de vida. La motivación les llevó, en 1971, a Tabarca. A una isla que por entonces vivía ajena a los tímidos avances que se producían en la España franquista. Sus escasos vecinos subsistían sin luz eléctrica y sin red de agua potable. Lo cuentan ahora, más de cuarenta años después, a través de «Tabarca, una isla en invierno», un documental que recoge los restos de en lo que en su momento se diseñó como el reportaje audiovisual y que acabó perdiéndose. Los despojos, sin embargo, son un auténtico tesoro sociológico que refleja una comunidad que pocos meses después empezó a cambiar hasta convertirse en la Tabarca que se conoce hoy, asaltada por el turismo.

El documental ha sido proyectado durante casi todo el verano en la isla, con un enorme éxito de audiencia, concentrando a muchos de aquellos que aún conocen a los que aparecen en las imágenes. Lo exponen en voz alta y a nadie le molesta. Es agradable saber un poco más de lo que ofrece el documental, conocer detalles para sentirse parte de Tabarca.

«En aquel tiempo pensábamos que las comunidades aisladas representaban un modo de vida ejemplar con más humanidad. Queríamos entonces rodar cuatro reportajes: el de Tabarca, otro en Marruecos, otro en Yugoslavia sobre los gitanos y uno en Francia en una comunidad de neorurales. El de Tabarca es el que tiene más importancia para nosotros por el contacto humano y cariñoso que tuvimos con los tabarquinos», explican Martine y Jean-François Garry, dos de los protagonistas de una expedición que nació como una especie de comuna de cinco jóvenes pero que, con las dificultades posteriores, acabó por reducirse a tres personas.

Corría el 1971 cuando los galos adquirieron un balandro de madera de 8,5 metros de eslora y sesenta años de antigüedad. Lo denominaron «Paloma». Cuando el avituallamiento empezó a menguar y las inclemencias meteorológicos convirtieron el viaje en una odisea, la experiencia debió redefinirse. Dos cámaras de 16 milímetros, rollos de película, carretes de foto y un magnetófono les permitieron visualizar en sus mentes lo que después acabó por convertirse en una película, ahora en paradero desconocido. Así pudieron conocer y grabar a una sociedad cuyo raigambre se adentra en el Mediterráneo, con antepasados genoveses. De ahí sus particulares apellidos: Russo, Chacopino, Manzanaro...

También observaron unos niveles de miseria que no habían podido ver en sus cortas vidas. Fue el 18 de enero de 1971 cuando su relación con Tabarca cambió drásticamente. Hasta ese momento habían observado a sus habitantes desde su casa-barco atracada en el puerto. Pero el mistral maltrató en exceso el «Paloma» y escenificó la solidaridad de los tabarquinos, que, tras combatir contra el temporal, invitaron a los franceses a hospedarse en una de las casas. Es por ello que el documental cuenta con un reconocimiento especial sobre la familia de Isabel y Tomás, su hijo Rafael y su nuera Petrola.

También ofrece el reportaje un especial trato sobre Pepe, un peculiar personaje de la isla del que han quedado grabados para la posteridad algunos de sus sermones «alternativos» que tanto hacían reir a los tabarquinos. La experiencia (estudio) de los franceses, así como el documental, finaliza con las reformas que se emprendieron poco después y que permitieron la llegada a la isla de grupos electrógenos que dieron luz a cada casa y a las calles. Una auténtica revolución.

La entrada de Tabarca en la modernidad llegó acompañada de su concepción como lugar potencialmente explotable por el turismo. «Cuando hemos vuelto, 40 años después, la hemos encontrado muy cambiada. Ha sido un choque, el turismo hace su trabajo. Pero queda una isla con algo de magia. El museo es muy interesante y cuenta la particular historia de los tabarquinos. Por lo demás, es la marcha irreversible del tiempo y del modernismo», finiquitan los Garry.