Aparecían y desaparecían en la noche, en absoluto silencio, con el sigilo de un ave rapaz acechando a su presa. Caminaban a través de la niebla con armamento y munición real en orden de aproximación con el cadencioso paso de un felino. Se confundían con la vegetación de la montaña mimetizándose a la perfección con árboles, arbustos y matorrales. Permanecían inmóviles, a ocho grados bajo cero, empapados por la lluvia y la nieve, soportando la ventisca y esperando atentos, con temple y paciencia, la orden de ataque una vez superado el punto de no retorno. Eran los boinas verdes del Acuartelamiento Alférez Rojas Navarrete de Alicante en un simulacro tan cuidado, planificado y estructurado que parecía tratarse de una inserción real, en un país enemigo real y en un escenario bélico real.

Los soldados portaban el equipo de combate al completo, con sus 25 kilos de peso a plomo y el incordiante chaleco antifragmento que tantas vidas ha salvado. Y también era auténtico todo el armamento, la munición, el equipo de transmisión, las gafas de visión nocturna, las máscaras de gas y los fusiles semiautomáticos y ametralladoras ligeras que los guerrilleros manejaban con tiento y cariño. Una experiencia que dos periodistas de INFORMACIÓN hemos podido vivir y sentir, junto a los guerrilleros al ser «empotrados» en la patrulla del GOE a la que el Mando de Operaciones Especiales del cuartel de Rabasa le encomendó la Operación Sparrow.

Hora Zulú: 23 horas. Con una decena de vehículos ligeros, y después de comprobar los equipos y recibir la arenga del teniente coronel, una treintena de hombres dirigidos por un joven capitán -por motivos de seguridad las identidades y rostros han de permanecer en el más estricto anonimato- partieron del cuartel para infiltrarse en las líneas enemigas. Había que rescatar a una rehén española secuestrada por un grupo de quince terroristas que tenían que ser neutralizados para que otras unidades del ejército especializadas en la guerra nuclear, radiológica, bacteriológica y química pudieran localizar, a continuación, el agente neurotóxico con el que «los malos» estaban fabricando el gas sarín, el temido GB que querían arrojar contra la población civil del país vecino.

Toda la información había sido recabada previamente por el grupo de apoyo y observación. Diez boinas verdes que llevaban una semana escondidos en las inmediaciones del campamento terrorista, concretamente en la abandonada base aérea de Aitana elegida para ambientar este ejercicio, realizando fotografías diurnas y nocturnas y recabando todo tipo de datos sobre los movimientos y armamento del enemigo, el estado de la rehén y la ubicación del laboratorio de armas químicas. Una valiosa información que los jefes del MOE ya habían estudiado minuciosamente unos días antes tras recibirla vía satélite.

Los todoterrenos dejaron al grupo de intervención pasada la medianoche a diez kilómetros del objetivo, en plena sierra, y desde ahí comenzó la marcha de aproximación en la madrugada más fría y desapacible de este invierno en la cumbre de Aitana, el techo de la provincia con 1.558 metros de altitud. Llovió, nevó, hubo ventisca y la tormenta estuvo acompañada incluso de aparato eléctrico. Una noche de perros que sin embargo los guerrilleros celebraron porque cuanto peor es el tiempo más probabilidades hay de culminar con éxito la misión. Y así fue.

Hora Zulú: 6 horas. Comenzaba la acción directa sobre el campamento enemigo una vez establecido el contacto con los boinas verdes que llevaban una semana camuflados en la zona sin dejarse ver ni oír, comiendo raíces y durmiendo bajo tierra. El papel de terroristas lo desempeñaban otros militares que también hacían turnos de vigilancia para repeler una posible intervención de la que, para darle el mayor realismo al simulacro, nada sabían. Finalmente todos «los malos» fueron capturados salvo tres, que cayeron abatidos -marcados con la luz láser de los fusiles- por francotiradores apostados en la montaña al intentar evitar el ataque de las fuerzas de élite del ejército español. La rehén fue rescatada sana y salva, las bombas trampa de los terroristas desactivadas, el gas sarín intervenido y ni una sola baja entre los boinas verdes. Éxito total. La claridad del sol comenzaba a abrirse paso entre la densa niebla que descendía lentamente ladera abajo cuando la operación llegaba a su fin. Y, con la tenue luz del amanecer, el escenario bélico en el que se había convertido la base de Aitana cobraba un realismo espectral. Como si de una guerra se tratara. La Operación Sparrow había finalizado. Misión cumplida.

INVISIBLES A MEDIO METRO

Contacto entre los dos grupos

A 500 metros del objetivo el grupo de ataque se detuvo bruscamente sin mediar palabra. Los guerrilleros hincaron rodilla en tierra, se quedaron inmóviles durante veinte largos minutos y cubrieron una amplia zona de seguridad apuntando a un enemigo imaginario con sus pesados fusiles. La patrulla de asalto había llegado a las coordenadas fijadas previamente vía satélite para contactar con sus compañeros del grupo de observación. Éstos llevaban una semana en la sierra de Aitana vigilando, sin ser vistos, los movimientos de los terroristas. Nevaba y el silencio era absoluto cuando comenzaron a moverse, lentamente, algunos arbustos situados a medio metro del camino. Eran ellos. Estaban a la distancia de un brazo pero nadie los había visto ni oido. A continuación el grupo de intervención realizó la sigilosa maniobra de aproximación a la base terrorista mientras el grupo de observación se quedaba atrás, mimetizado entre la vegetación, cubriendo un amplio perímetro de seguridad. El principal obstáculo fue descender, con todo el el equipo y con extremo cuidado para no hacer ruido alguno que pudiera alertar a los terroristas, por un viejo poste de la luz situado a cinco metros de altura del suelo. A partir de ese instante el punto de no retorno se había superado y ya no había marcha atrás. La misión debía ejecutarse y se ejecutó.